El periodismo no es el mejor oficio del mundo, como tampoco en algunos casos el peor pagado. Muchos periodistas, algunos muy talentosos otros mediocres, viven muy bien y han hecho grandes negocios en este país. La mayoría, de entre el resto, se dedicaría a otras tareas si tuviera oportunidad de hacerlo. Pero hay entre estos últimos una considerable cantidad que renunciaría a cualquier riqueza con tal de seguir tercamente en la oscuridad de un viejo escritorio en la redacción, donde muchos consumen su existencia e inteligencia, en la vana ilusión de que construyen el futuro. Son estos los que han hecho vida en las redacciones y aman apasionadamente lo que hacen. Es este raro espécimen humano el que ha preservado los valores de la práctica del periodismo y el que lucha diariamente, a veces con enormes riesgos personales, para preservar los niveles de dignidad que el ejercicio de la profesión tanto necesita ante el descrédito a que lo ha llevado la vulgaridad y la injerencia del partidismo político.
En Francia los medios, no el gobierno, ni los sindicatos o las iglesias, han tomado una decisión drástica y trascendente. Los reporteros y comentaristas que tengan militancia partidista y hagan proselitismo no podrán laborar en los medios. Una medida de profilaxis. Una iniciativa que nuestra carencia de institucionalidad, tanto en el ámbito privado como público, no nos permite emprender.
Los mejores periodistas dominicanos han optado por mantener su lealtad al oficio, conscientes de que al doblar de la esquina hay oportunidades económicas que jamás se les presentarán en su diaria labor. Han preferido el gris ambiente de sus redacciones, donde los escritorios y zafacones envejecen junto a sus esperanzas de ver realizados sus sueños, algunos de los cuales son ajenos a sus propias realidades materiales. Son los estandartes del buen periodismo, frente a los cuales inclino humildemente la cabeza.