Si bien es cierto que nuestro contacto con el patriarcalismo se hizo de modo periférico, por nuestra situación colonial, y si bien somos un producto sincrético en el que confluyen, a diversos grados y en los distintos niveles sociales, experiencias de variadas tradiciones culturales no es menos cierto que la cultura patriarcal se constituyó en el discurso hegemónico del colonialismo y de la colonialidad en nuestro territorio.

Es claro que el discurso producido por el poder colonial se aleja en buena medida de lo vivido cotidianamente, pero no por ello, como un discurso de élite y racial, no deja de incorporar en sus prácticas discursivas una serie de esquemas mentales en el que se perpetúa la hegemonía del varón blanco sobre la hembra (blanca, negra o india) y sobre otros varones (prioritariamente negros). La cultura patriarcal como legado del patriarcalismo trae consigo una diferenciación social, cultural, sexual y racial que en las colonias cobra sus matices respecto a lo vivido por las metrópolis. En territorio de la Hispaniola si bien la pobreza social igualó las condiciones entre dominantes y dominados, la diferenciación sexual y racial se impuso como modo de equilibrio y salvaguarda del proyecto personal de identidad del conquistador.  Esta diferenciación sexual y racial se expresa en la asimilación servil del pasado español como ethos cultural matriz y de la blanquitud como baremo civilizatorio de mejora de la raza en términos culturales-biológicos.

Esta apretada síntesis expuesta anteriormente ha dejado como legado una visión del mundo traspirada por unos esquemas mentales, en tanto que categorías o conjunto de categorías que filtran nuestra comprensión de lo real. Estas representaciones internas que hacemos del mundo, de los otros y de sí se convierten en representaciones prototípicas que funcionan como generadoras de reglas de asimilación, clasificación por diferenciación e interpretación de la realidad. Solo así se explican muchos comportamientos de élites asumidos como proyectos de mejora personales por las clases empobrecidas y sólo así podemos explicar cómo el proyecto civilizatorio blanco se erige en modelo de civilidad y en estética predominante en nuestro país.

La invisibilización o subalternización de las mujeres es un aliado a los esquemas hegemónicos patriarcales impregnados en nuestra cultura. Las expresiones lingüísticas y no lingüísticas en los patrones de significados sobre la relación hombre-mujer, aunque no den cuenta de la génesis del papel de las mujeres en la constitución familiar dominicanas, sí evidencian cómo el varón se impuso sobre las mujeres a tal grado que las restringió de modo exclusivo al papel de madre y esposa, anulando el reconocimiento de la importancia histórica de la mujer en las luchas cotidianas por la sobrevivencia.  Solo la presencia de las mujeres en los medios de masas ha logrado quebrar esta invisibilidad de las mujeres en las cuestiones públicas, sin que por ello signifique que la lucha está ganada, puesto que una nueva objetivación de las mujeres se impone y las desafía: el de producto estético-sexual para el mercado de consumo.

En este sentido, el esquema mental de la estructura dicotómica hombre-mujer sigue transformándose culturalmente. Su origen más remoto, en el marco de la cultura occidental, lo encontramos en el dualismo griego y su estructuración dicotómica de lo real y de la persona humana. Nótese que el esquema se monta sobre una determinación naturaliza en cuanto que parte de una observación ligada a la naturaleza, lo que la hace más convincente. En el mundo natural las cosas son frías o calientes, tenemos día o noche, eres bueno o malo, hay dioses y hombres, hombres y mujeres, varones y hembras, etc. Sobre esta relación horizontal dicotómica se trasluce una jerarquización naturalizada en donde lo masculino se impone sobre lo femenino a tal rango que masculinidades cercanas a lo femenino son marginadas del modelo de “hombre”.

Me he centrado en los esquemas mentales ligados a la cultura patriarcal por ser estos de gran importancia hoy día y por su escaso tratamiento desde una antropología cultural en clave decolonial en nuestro país. Estos no son los únicos ni tampoco son la única herencia de la cultura patriarcal. Pero me parece que estos modelos nuclean el racismo estructural que, como una nota musical de mal gusto, se repite según conveniencia.