Empecemos por preguntarnos: ¿Quién es Fari Rosario?. En una entrevista que le hice me confesó detalles que la mayoría ignora sobre una personalidad como la suya que luce tan ciudadana.
Es joven aun, nació en 1981, pero acorde a la confesión de su infancia nos damos cuenta de que cuando ya creíamos que estábamos suficientemente civilizados por el nuevo orden, en una comunidad montañosa de la Cordillera Septentrional, no solo refleja la vida rural, sino que cuando tuvo edad escolar, los nativos en el interior del país debían padecer muchas penurias para obtener los conocimientos básicos asistiendo a las escuelas rurales.
Aunque es posible que haya comunidades donde las aulas primarias estén lejos, el cuadro que él pinta no es el mismo que vive la población escolar dominicana. Por eso, antes de abordar sus textos copiaremos lo que él nos señaló:
«Tuve una infancia muy dura y difícil; soy el mayor de ocho hermanos; crecí entre precariedades y largos silencios nocturnos mientras el agua caía sobre el techo de zinc de mi casa y yo me quedaba dormido. Provengo de una familia muy humilde y mis padres ni siquiera pudieron terminar la escuela secundaria. Hasta los 12 años viví en un campo, entre los cafetales y laderas boscosas que bordean la tierra de Bocaférrea y el Callejón de los Polanco, próximo a Los Camarones (Villa Trina).
Lo más difícil no era levantarme temprano y alimentar los cerdos que mi padre me había dejado al cuidado, mientras él trabajaba como guachimán en una empresa de Santiago de los Caballeros; lo más difícil era recorrer un largo y solitario trayecto para llegar hasta la escuela “Ramón Félix”, en Bocaférrea. Era la más cercana al paraje. Recuerdo que frente a esa escuela había una extensa finca, así que la hora del recreo a veces no era enunciada por la campanita de la profesora sino por el relincho de un caballo. Así que a diario yo recorría ocho o nueve kilómetros camino a la escuelita; y mejor no te cuento cómo era la cosa cuando llovía: tenía que caminar descalzo y solo a varios kilómetros después entrar a una casa para lavarme los pies, ponerme los zapatos y proseguir mi recorrido hacia la escuela. Aun así yo amaba la escuela. Durante esos años hubo dos cosas que marcaron mi mente: primero, la lectura de la Biblia, el único libro que estaba a mi alcance y el único tesoro de mi Madre; segundo, escuché las fascinantes historias infantiles de un programa denominado “Chiquilladas”, si mal no recuerdo, y que se transmitía cada sábado por Radio Santa María, a las cinco de la tarde. Ahí escuché por vez primera la historia de “Caperucita Roja”, “Pulgarcito”, entre otras. Otra cosa que me llamaba la atención era la condición de vida de los jornaleros, de los hombres que trabajan de sol a sol en los cafetales y en el “tumbe” de aguacates.
Todo cambió cuando, en 1993, mi padre emigró al municipio de Moca: ya éramos cuatro hermanos y él estaba pensando en el futuro de sus niños y en alcanzar mejores condiciones de vida. Así conocí las estridencias de un barrio mítico donde el tigueraje y el conflicto eran el pan nuestro de cada día: hablo del barrio La Sahona. Ese barrio siempre me pareció un ambiente desaforado y malsano. Allí escuché por vez primera palabras como maipiola, prostitución, droga, chulo.»
Indudablemente que estas experiencias se reflejan en su escritura: Uno es de donde es y como ha sido su vida. Pero Fari superó todas estas desventuras y ya lo cita solo como anécdota. Sin embargo, a pesar de lo mucho que nos quejamos de la actualidad, ya que lo quisiéramos todo mágicamente, es demasiado lo que el país ha cambiado en todo sentido como las oportunidades que las nuevas generaciones a la que él pertenece. disfrutan ahora.
Conocido el origen del hombre, veamos ahora al escritor.
Fari confiesa entre otras cosas: “Mi madre dice que yo era un niño muy tímido pero pendenciero, pues donde se estaban contando historias ahí estaba yo con el oído aguzado, por no decir otra palabra”. Cuenta que escribió su nombre en un cuaderno antes de ir a la escuela. Que al alfabetizarse lo primero que escribió fue un poema titulado “Las Gardenias” dedicado a una tal Sugeiry una vecinita a sus ocho años.
Sin embargo su vocación fue en la ciudad, ya que en su campo no había bibliotecas ni siquiera un templo católico, por eso fue una revelación la profesora de gramática llamada Lucrecia que era muy elocuente y amante de la poesía; pero la persona que más lo influyó para su temprana vocación de poeta y narrador fue otra profesora: Bernardina Bretón cuando estaba en la secundaria que lo animó a leer y a escribir, de la que declara: “He conocido pocas mujeres con el carisma de enseñar de esa profesora y su singular pasión por la lectura de buenos libros.”
Que tomen nota los que ejercen el magisterio, de qué modo pueden influir en el destino de algún artista del pensamiento o de la lírica, sencillamente hablando de libros o inculcando en sus alumnos el amor a la lectura de obras edificantes.
El escritor Fari Rosario
De las lomas al llano, del llano a las ciudades, la superación personal y cultural de Fari Rosario se puede resumir en sus títulos universitarios que van desde una licenciatura, una maestría a un doctorado en Lingüística aplicada para el Español, ocupando un cargo relacionado con sus capacidades actualmente en Intec.
Entre sus libros están El jabalí y otros minicuentos (2007), El coleccionista (2008), Polvo y olvido (2009), El columpio de los sonámbulos. Antología del minicuento dominicano (2010), La aventura de la vaca flaca (2013) a su última producción Los espejos asesinos y otros minificciones, que en marzo de este año en una edición del Banco Central.
Ya este hecho solamente indica los méritos intelectuales, culturales y literarios de Fari Rosario. En este libro, el brillante narrador y excelente crítico literario que es José Alcántara Almánzar, sin quizás el más ecuánime de los diversos que tenemos, señala en la edición indicada, entre otras cosas:
“Las ficciones de Fari, algunas de una sola línea, se despliegan sobre la pagina con humor y desenfado, a veces con insinuante sensualidad y mordaz ironía. Consciente de su oficio y sus propósitos, no pretende ser considerado con lectores aquejados de moralina. Cuando elabora una metaficción provoca y transgrede límites a través de los más impensables mecanismos verbales, en un incesante ejerció lúdico. Casi todo ese libro es un continuo diálogo con maestros del cuentos hispanoamericano, a los que rinde homenaje. Están por todas partes las huellas de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y dos eximios cultores del cuento brevísimo Juan José Arreola y Augusto Monterroso”.
Podríamos decir algo más sobre el autor y el libro, pero la distancia que separa su origen humilde al resplandor que emana de sus narraciones, además de un homenaje a aquella profesora de Moca que le inculcó el amor a la lectura y a la escritura, que no deja de ser a todas las del magisterio nacional que además de las lecciones del programa, se preocupen por elevar el conocimiento y la cultura de sus alumnos. A la profesora Bernardina Bretón, donde quiera que esté y en ella a los que desde la enseñanza regular intentan realizar lo que ella hizo, nuestro contento de que exista un soñador y poeta como Fari Rosario.
Respecto a esto, las aventuras culturales de Fari Rosario lo llevaron hasta el seminario, pero en 2004 se dio cuenta de que su vocación sacerdotal no era tan firme como ha ocurrido con muchos otros escritores criollos. Sin embargo estas experiencias religiosas han servido para obtener conocimientos humanísticos que de otro modo les hubiera sido difícil adquirir.
Entre sus lecturas en el bachillerato o en sus días de seminaristas, figuran desde Over de Ramón Marrero Aristy; La Sangre de Tulio Manuel Cestero; El túnel de Ernesto Sábato; Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer; La tregua de Mario Benedetti y Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. En ese tiempo también leyó vidas de santos; la que más le impactó fue la de San Agustín de Hipona. En el año 2000 comenzó a estudiar Filosofía en la PUCMM en Santo Domingo: donde disfrutó la biblioteca de. Pbro. Öscar Robles Toledano. Leyó vorazmente a Albert Camus, a Aldous Huxley en su utopía Un mundo féliz; El Fausto de Johann Wolfgang Von Goethe, hasta a un extraño autor como Sören Kiekergaard de quien leyó Temor y temblor y muchos más que no recuerda.
Más tarde amplió sus lecturas de autores modernos y clásicos, entre ellos dominicanos contemporáneos y de otras generaciones. Para no hacer interminable esta relación resumimos: El placer de la lectura de Roland Barthes; El arco y la lira de Octavio Paz, La morfología del cuento de Vladimir Propp; Estética de la creación verbal de Mijail Bajtín; Discurso y poder de Teun Van Dijk; Sobre la interpretación de Susan Suntag; El arte de la ficción de David Lodge; así como varios textos de lingüística. A César Vallejo, Miguel Ángel Asturias; varias obras de Julio Cortázar, La oveja de negra de Augusto Monterroso, a Manuel Puig, a Gabriel García Márquez, José Donoso, Mario Vargas Llosa, Cabrera Infante, Carlos Fuentes (casi completo), William Faulkner, Ernest Hemingway, Italo Calvino, Pablo Neruda, Alberto Moravia, y un libro de poesía inolvidable: El cementerio marino de Paul Valery, entre otros textos. Actualmente lee narrativa de hoy, por ejemplo novelas de Juan Manuel Vásquez, de Rafael Cirbes (que acababa de morir); también a Javier Marías, a Junot Díaz, a José Acosta, a Leonardo Padura y de los escritores nuevos que publican en República Dominicana. Ahora mismo está leyendo La Navidad la novela más reciente de MarcioVeloz Maggiolo y un libro de un cuentista cubano llamado Alberto Garrandés, etcétera.
Este es, a grandes rasgos el curriculum vitae cultural de Fari Rosario, a quien también le fascina la buena música. No es mojigato en cuanto a disfrutar una agradable tertulia, y en fin, es una muestra de que en el país hay jóvenes aún como él que no están “perdiendo su tiempo” y se preocupan por la superación. Eso bien vale un brindis en nombre de la cultura nacional: Salud para Fari Rosario y las nuevas generaciones.