Cual paciente agonizante en sus últimas horas de vida, así está hoy la sociedad dominicana, aquejada por distintos padecimientos que se agravan cada vez más con el pasar de los días,    caracterizada en los últimos meses por una serie de preocupantes y vergonzosos episodios que han empeorado su ya compleja situación.

No se si vale la pena enumerar cada uno de esos sucesos que, ante la mirada perpleja de los ciudadanos dominicanos, han tenido lugar sin más consecuencia que la conmoción de unos cuantos titulares. Sin embargo, el estremecimiento causado recientemente de cara a un año electoral, no deja de llamar negativamente la atención, lo cual ofrece ocasión para señalarlos y reflexionar.

Empezando por la bochornosa sentencia que favoreció al Senador Félix Bautista en el caso de corrupción pública más grande en la historia de la República Dominicana. Enfatizada por la injustificable decisión del Procurador General de la República de no interponer recurso de casación, consolidando aún más la impunidad reinante en la administración pública.

Seguido por el escándalo de corrupción de la OISOE que todavía sigue sin respuesta, quizás esperando que el bullicio navideño nuble la memoria de esta olvidadiza sociedad. Mientras “continúan las investigaciones”, policías agreden a ciudadanos que protestan pacíficamente frente a la institución,  que por demás debería desaparecer. Sencillamente increíble.

Así, continúa la interminable cadena de desafortunados eventos con las ineficientes y mediocres políticas de salud pública y de prevención contra el Dengue, cuyas nefastas consecuencias arrebataron la vida de decenas de dominicanos y dominicanas.  Sin dejar de mencionar las inexcusables muertes de reclusos en la Cárcel de Higüey por hacinamiento y tuberculosis. Si, leyeron bien, por tuberculosis…

Por otro lado, el Congreso se regocija con la acelerada y controvertible aprobación del Presupuesto General del Estado para el 2016, sin que existiese la más mínima discusión o debate sobre sus cuestionables partidas que muchos consideran están orientadas al financiamiento del clientelismo político.

Todo lo anterior adornado con un final no menos repugnante: la crisis actual del sistema de justicia con el caso de corrupción protagonizado por la Magistrada Awilda Reyes y el Presidente de la Suprema Corte de Justicia. Quizás se trate de otra maquiavélica maniobra con el fin de cubrir a los peces gordos del negocio de las sentencias, crucificando a una de las que se encuentra en los niveles más bajos de la “cadena alimenticia”. Cual sea la respuesta o motivo de este circo, es evidente que el descrédito que sufre el sistema judicial dominicano y la desconfianza que genera, es hoy más que nunca, un factor de extrema preocupación.

Mientras tanto el ya criticado silencio del presidente Medina continúa…

A pesar de todo, creo que algún día alcanzaremos un límite. Ya hemos visto como otras sociedades hastiadas de Latinoamérica se han empoderado y han vencido, o al menos apabullado, los sistemas corruptos. La forzada renuncia del ex-presidente de Guatemala Otto Pérez Molina, procesado judicialmente, o la reciente promoción de un juicio político contra la Presidenta Dilma Rousseff realizada por el Congreso de Brasil, son sólo dos ejemplos de tales logros.

El descontento de la población dominicana es indiscutible, y a pesar de que estamos muy lejos de los citados ejemplos, puede que esta saturación de episodios de espanto sea parte del inicio de un proceso de cambio, o más bien una oportunidad para reaccionar y abandonar la neutralidad moral que caracteriza nuestra sociedad. A ver si de una vez por todas somos capaces de tomar una posición sensata y defenderla.

En fin, volviendo a la analogía con la que inicié este artículo, culmino señalando que el paciente agonizante tiene dos opciones: O se resigna a morir, perpetuando las prácticas políticas e institucionales actuales, “dejando eso así”, remplazando un escándalo por otro; o por el contrario, inicia un tratamiento que, aunque de seguro será doloroso, difícil y plagado de complicaciones, pudiera aliviar ciertos síntomas que si no son detenidos ahora, sus funestas secuelas nos afectarán durante muchos años por venir.