La regulación nunca es una panacea. La meta de la regulación es remediar los fallos del mercado, aquellas enfermedades que justifican – pero no ordenan – la intervención del Estado (parafraseando la metáfora utilizada por T. Lambert, How to Regulate: A Guide for Policymakers, 2017). Como todo medicamento, la regulación puede ser inefectiva o traer consigo efectos secundarios. Es decir, que muchas veces la regulación no corrige los fallos que se buscaban mitigar. En otros casos, no surte efectos – o los efectos que genera son indeseados.

Por esto, antes de prescribir cualquier medicamento artificial, se recomienda agotar los remedios naturistas basados en la libre voluntad, el intercambio consensual y el mercado. Luego, dependiendo del tipo de fallo de mercado de que se trate (información asimétrica, bienes públicos, falta de competencia, externalidades, sesgos conductuales), se puede agotar un catálogo probado de remedios basados en la experiencia y en la teoría económica.

Como los médicos, los reguladores no son omniscientes. Pueden equivocarse en sus diagnósticos. A veces no toman en cuenta todas las posibles consecuencias indeseadas que pueden producir sus regulaciones. Corren el riesgo de prescribir medicamentos para una enfermedad, dejando a los pacientes padeciendo de efectos secundarios – en algunos casos, peores que la enfermedad original.

En algunos casos, la regulación también implica la creación de barreras de entrada. Estas reglas pueden reforzar la posición de las firmas existentes (los “incumbentes”). Esto opera en detrimento de la competencia y de la innovación. Pero más importante, puede excluir a los nuevos entrantes de un mercado. Los consumidores son los que más sufren esto – porque pierden la oportunidad de ser beneficiados por la entrada de nuevos oferentes o por el desarrollo de nuevas tecnologías, productos o servicios.

¿Cómo los reguladores pueden superar la tensión que existe entre regular y fomentar la innovación? ¿Acaso se puede crear un ambiente controlado para testear nuevas regulaciones, modelos de negocios, y tecnologías, sin tener que perturbar el ordenamiento jurídico existente?

Si los reguladores y diseñadores de políticas públicas fueran dioses omnipotentes, ciertamente podrían crear sociedades o jurisdicciones paralelas, para implementar nuevas ideas y regulaciones. Luego podrían comparar los resultados y las consecuencias con el mundo original (contrafáctico). Sin embargo, esto no es ético ni posible. Por tanto, quedamos a la merced de los experimentos regulatorios de nuestros forjadores de políticas públicas – anhelando que al menos sus experimentos estén basados en principios económicos sólidos – en vez de en la discrecionalidad, la burda copia (implantes jurídicos), la ignorancia o los puros caprichos.  

La Financial Conduct Authority (la “FCA”, por sus siglas en inglés), uno de los reguladores financieros del Reino Unido, ha desarrollado e implementado un enfoque interesante para intentar superar la referida problemática.

Luego de un reporte publicado en noviembre de 2015, la unidad de Innovación de la FCA lanzó su regulatory sandbox, en junio de 2016. Un sandbox (literalmente, una “caja de arena”) o entorno de pruebas, es un término común en el mundo de la programación informática. Se refiere a un ambiente controlado que permite a los programadores (developers) experimentar con cambios en el código, de manera aislada, fuera del entorno de producción. Esto permite experimentar sin dañar el código original. El nombre evoca las cajas de arenas que se construyen en algunos países para que los niños jueguen.  

En el ámbito regulatorio, la FCA ha creado un ambiente de prueba (sandbox) que: “permite a las empresas probar productos, servicios y modelos comerciales innovadores en un entorno de mercado en vivo, al tiempo que garantiza que se implementen las salvaguardas apropiadas.” (FCA, 2017)

Un sandbox permite que las firmas y los potenciales entrantes (aún no regulados) puedan testar productos y servicios innovadores “en vivo”–es decir, con consumidores reales – amparados de dispensas y garantías de que no se aplicarán las regulaciones y sanciones existentes.

En octubre de 2017, la FCA publicó un reporte celebrando el primer aniversario del lanzamiento de su sandbox y reflexionando en torno a las lecciones aprendidas. El reporte concluye que: “[l]os primeros indicios sugieren que el Sandbox está brindando los beneficios que se propuso con evidencia de que permite probar nuevos productos, reduciendo el tiempo y el costo de llevar ideas innovadoras al mercado, mejorando el acceso a la financiación para innovadores y asegurando que las salvaguardas apropiadas se incorporen en los nuevos productos y servicios”.

En una era post crisis dominada por la emergencia disruptiva de las empresas financieras tecnológicas (“FinTech”), es necesario que la regulación financiera también innove. La creación de un entorno controlado o sandbox es una muestra de cómo la Administración Monetaria y Financiera podría explorar nuevas transformaciones para fomentar la innovación y la competitividad a favor de los consumidores de los servicios financieros.