Dedicado a mi compañera de labores Maricielo Tejera

Si algo deben  lamentar los hombres y las mujeres que por vocación religiosa, incapacidad reproductiva o razones personales no dejan descendencia directa durante sus años procreativos es no poder disfrutar de ese singular regocijo consistente en la personificación de sus patrimonio hereditario, o sea, descubrir en el fenotipo y genotipo de sus hijos, nietos o biznietos la expresión de sus genes.  Estas constataciones deben ser motivo de orgullo y presunción.

Aunque se acostumbra decir que  todos los hijos se quieren de igual manera, existe un extendido consenso en el sentido de que los más débiles  y en particular aquellos que guardan un gran parecido con uno de los progenitores gozan de mayor preferencia afectiva,  al resultar muy halagador que la forma de unos labios,  la aparición de unos hoyuelos faciales,   el color y la textura del pelo, la melancolía de una mirada, el lenguaje gestual o el timbre de la voz recuerden a uno de sus padres.

Si esta notable afectividad es propia de los padres en relación a sus descendientes, mis vivencias me autorizan a expresar que acontece lo contrario entre hermanos sobre todo si estos son gemelos,  al observar la existencia de una pugna, una rivalidad abierta entre ellos que parece declinar un poco a través de los años.  Conozco gemelos – no mellizos – adolescentes que andan a la greña, que viven en un pugilato perpetuo causado probablemente por su semejanza física.  La clonación tendrá problemas.

Debido a que con el tiempo los acontecimientos que más promueven los acercamientos familiares son por lo general los matrimonios, bautizos, velatorios y a veces los cumpleaños, en los últimos años se están organizando e impulsando los llamados Encuentros familiares en los que de una manera relajada,  distendida y casi siempre informal acuden parientes que hace tiempo habíamos perdido de vista al estar residiendo fuera del país o todavía postergados en los pueblos del interior.

Por las confirmaciones, novedades, comprobaciones, sorpresas y sobresaltos personales que experimentamos durante el transcurso de estos eventos, sobre todo  si hace tiempo que no nos vemos o asisten parientes poco dados al intercambio,  resulta un espectáculo tragicómico el avistamiento de familiares consanguíneos o no presentes en los mismos, procediendo a continuación inventariar los pormenores y peculiaridades inspiradores de este trabajo que espero sea leído hasta el final.

Una de las verificaciones más a menudo percibidas durante la realización de éstas celebraciones consiste en que superada cierta edad los hijos terminan pareciéndose física y espiritualmente a sus padres conociendo casos verdaderamente sorprendentes de descendientes que en su juventud no mostraban con sus progenitores parecido alguno pero que fruto de una inesperada metamorfosis  acaban por asemejarse.  Cómo se parecen hoy mis primos a mis tíos ya fallecidos.

Resulta admirable que un/a adolescente cuya apariencia, porte y conducta se oponía resueltamente a la exhibida por sus ascendientes directos, el devenir lo transforme  y reproduzca en muchos aspectos la identidad parental, pudiéndose notar con asombro que ciertos ademanes y posturas involuntarias son copias fieles de los advertidos comúnmente en sus padres.  Esta comprobación delata un soporte  genético indiscutible.

Cuánto al final de nuestra existencia nos parecemos a quienes nos transmitieron sus genes, sus cromosomas, y según voceros de los mentideros siempre presentes en los pequeños pueblos de provincia, hay hijos que no esperan hacerse mayores para revelar su gran parecido físico con sus progenitores: son los llamados hijos naturales, tenidos fuera del matrimonio, conociéndose un refrán que advierte que los hijos de la calle sacan generalmente de dudas  a los padres.

Cuando en los años 60 del siglo XX estudiaba en la UASD muchos jóvenes dirigentes y simpatizantes izquierdistas eran, o decían ser, en su forma de pensar diametralmente opuestos al conservadurismo propio de sus padres.  En el transcurrir del tiempo puedo dar constancia que no pocos de aquellos radicales al estar obligados al sostenimiento de una familia, un status y una conducta, han abandonado sus posiciones de antaño refugiándose en una postura similar a quienes los trajeron al mundo.  Cosas veredes como se dice en El Quijote.

Además de la tardía similitud padre/hijo los Encuentros familiares son propicios para estudiar las diferentes intensidades de expresión de un mismo gen o de genes análogos, y cómo durante la Meiosis, y en especial el crossing over, el intercambio de segmentos entre cromátidas no hermanas contribuye a que los caracteres hereditarios paternos y maternos se recombinen cuyo resultado más significativo es que todos los gametos sean genéticamente  distintos entre sí.  No hay  dos espermatozoides iguales.

Notamos por ejemplo cómo un carácter paterno o materno es dominante y observable en toda la descendencia; cómo otro parece estar escamoteado en toda la parentela; cómo reaparece un carácter o expresión genética no visible en los padres pero si en los abuelos; la recurrencia o no de una aptitud o tendencia familiar, en fin todo un amplio espectro de personas o personalidades donde es posible el descubrimiento de afinidades o analogías.

Hay patriarcas o matriarcas cuya potencialidad hereditaria puede ser rastreada sin dificultad  hasta en sus tataranietos y choznos, mientras existen otros cuya prole es una negación absoluta a sus aportes genéticos, pero incluso en este último caso un atento y estrecho seguimiento al fenotipo y perfil emocional de sus respectivos descendientes, nos conduce al hallazgo de sutiles afiliaciones inicialmente pasadas por  alto.  Siempre hay un detalle que denuncia su participación cromosómica.

Invitado a compartir en juntaderas de familias allegadas y conocidas desde larga  data, constituye un extraordinario banquete el avistamiento de una niña que antes solo merecía carantoñas y arrumacos convertida en toda una atractiva señorita, o un imberbe mozuelo transformado en un joven viril y barbado, acusando ambos adolescentes rasgos faciales parecidos a los mostrados en las fotografías colgadas en la sala de sus abuelos respectivos cuando éstos eran jóvenes.

A pesar de pertenecer a géneros distintos me complace apercibir cómo la naríz, el dibujo de las cejas, el arranque frontal del pelo, la disposición de las orejas y la forma del mentón de un primo recuerda al de una prima también presente en el Encuentro, así como el caso de dos hermano/as que física y emocionalmente guardan muy poco parecido salvo quizá por su forma de caminar, por importarles poco la política o gustarles mucho la pintura de José Cestero.

Es también digno de reseñar la pequeña rivalidades y las públicas simpatías establecidas desde los más tiernos años entre los miembros de una familia; la evolución y desarrollo de estas dos inclinaciones afectivas, o la frecuente mutación de una querencia o malquerencia inicial convertida en su opuesto: una simpatía en antipatía o un sordo antagonismo en una estrecha complicidad.

En mi niñez los hermanos de padre y madre trataban con un cierto desdén o altivez a sus hermanos de padre o de madre habidos en una antigua relación o tenidos en régimen de concubinato, pero a la hora actual, sea por el espíritu de los nuevos tiempos o por los avances legislativos registrados, aquella conducta altanera ha sido felizmente superada dándose el caso de medios hermanos tan parecidos somática y psíquicamente que toman  a broma la anticuada discriminación.

A veces en estos Encuentros echamos de menos la figura de algunos parientes políticos o nos extrañamos ante la presencia de otros que no conocíamos, ausentismos y comparecencias que obedecen a las ocurrencias de divorcios, separaciones y rupturas diversas.  Cuando somos pequeños no llegamos a comprender la naturaleza de esas desavenencias conyugales – incluso la ausencia por fallecimiento – pero adultos y ya casados interpretamos estos alejamientos y allegamientos como algo natural en la vida sentimental de los humanos.

Al margen de la herencia o del género de vida llevado, hay parientes que envejecen bien pero  otros muy mal, siendo también observable que algunos de ellos que en su niñez o adolescencia no eran muy agraciados físicamente con el devenir del tiempo se tornan más presentables, más apuestos.  Tenía una tía muy jocosa que cuando se producían para bien esas físicas transmutaciones utilizaba el término  “arreglar” como sinónimo del  cualitativo progreso.

Por haber residido en “playas extranjeras” como decía el arzobispo y ex presidente de la República Fernando A. Meriño, no pocos familiares denotan en estos eventos la adopción de usos y costumbres antes no exhibidas por ellos, y en algunos tal sofisticación es vista como un mejoramiento, un adelanto, mientras que en otros tal presunción es percibida como un plagio chabacano, una transcripción vulgar que invita a la risa y al choteo por parte de su parentela.

Siempre resulta impactante el “estirón” o aumento de estatura observado en los jóvenes entre los 12 y 15 años de edad – en algunos hasta 6 a 8 pulgadas – transformándoles en espigados muchachos que asombran a la mayoría de los parientes.  Simultáneamente a este estiramiento adolescente advertimos que en los muy mayores – abuelos, bisabuelos – ocurre lo contrario es decir, que el encorvamiento, el arqueamiento generado por los años vividos hace que su estatura disminuya, parecen y son más pequeños.

Como a todas  las mujeres sin excepción les gusta quitarse los años, en estos encuentros se sienten a veces un poco incómodas – sobre todo si están ya casadas –cuando un primo una tía muestran una fotografía celebrando por ejemplo sus siete u once años de edad apareciendo detrás o al pie de la misma el año en que fue tomada.  En base a esta última información podemos sin problemas calcular sus años de vida, dato que en lo adelante será con celo ocultado representando este encubrimiento un común denominador a todas las mujeres.  Para qué?

En vista de que la iniciativa para la organización de los Encuentros es tomada por lo  general por los miembros más afortunados económicamente, los menos favorecidos por la suerte acuden pero sobrellevando sobre su ánimo una especie de vergüenza o timidez que en ocasiones les  impiden participar en estas celebraciones.  Creen que los pudientes suponen que deben ser socorridos, asistidos, o lo que es peor menospreciados por haber malgastado su vida y tiempo en actividades no redituables.  Así es en la familia y en el mundo.

Debido a los fallecimientos de los componentes más avejentados, la asistencia a estos eventos nos permite en buena medida conocer las debilidades, padecimientos y enfermedades más habituales en la familia, y en consecuencia las prevenciones mas indicadas para demorar su aparición o mitigar a tiempo sus dolencias y achaques.  Si hereditariamente nuestro corazón, páncreas, pulmones, riñones o intestinos son muy vulnerables,  debemos no abrumar su funcionamiento mediante una vida disipada, desenfrenada.

En fin, la realización cada vez más frecuente de estos agrupamientos familiares a la vez que refuerzan los lazos de parentesco constituyen en sí mismos un espectáculo que está al alcance de todos,  y un miembro curioso tendrá la oportunidad de hacer constataciones y descubrimientos de gran interés cultural y antropológico; explicarse además como una muchacha es hermosa y su hermano no; cómo un muchacho es inteligente y el otro no tanto y en especial, el asombro que produce la reaparición en los descendientes de características ancestrales que se creían perdidas.