Javier Marías publicó a principios de año su más reciente novela, "Los enamoramientos". En ella presenta una profunda reflexión narrativa sobre el estado de enamoramiento, que el autor insiste en distinguir del amor. El autor, a través de María Dolz, nos pasea por el aturullamiento, la torpe ufanía, la sensibilidad a flor de piel y los corazones galopantes. La novela es una fina y aterradora disquisición sobre el estado emocional que le da su nombre.
María Dolz, en la doble labor de ser protagonista y narradora, entabla una relación con Javier Díaz-Varela, un empresario exitoso, inteligente y de "labios besables" pero de relaciones sentimentales más bien superficiales, o así parecía. Visto que el objeto de este artículo no es reseñar la novela, me permitiré avanzar rápidamente, y sin deseos de estropearle la lectura a nadie, hacia el episodio que nos sirve como material de apoyo.
El evento que se encuentra en el centro de la trama es el asesinato de Miguel Desvern, o Deverne, el mejor amigo de Díaz-Varela, a quien María conocía sólo de vista. Aunque enamorada de Díaz-Varela, a María casi no le cuesta darse cuenta que él está enamorado de otra mujer: Luisa Alday. Genial y previsiblemente, Luisa es claro la viuda de su mejor amigo.
El idilio entre María y Díaz-Varela será breve e intenso, al menos para María. Las tensiones propias del enamoramiento (me llamará, no me llamará), a pesar de ser lo que son, tensiones, producen en la vida de la narradora un placentero equilibrio. Ello así hasta que María oye, mitad queriendo, mitad deseando no estar allí, una conversación de Díaz-Varela con su amigo Ruibérriz. Lo que escuchó le clavó la duda, si no la inconfesable certeza, sobre si su amante había o no jugado un rol activo en la muerte de Miguel Desvern.
Díaz-Varela, atacado por la sospecha, la desconfianza y el temor, decide confesarle su participación a María. Se lo confiesa a la vez que le tira sobre la mesa una alambicada historia, un discurso tan complicado y, a primeras vistas, coherente que se le hace difícil a nuestra protagonista diferenciar entre lo que en realidad cree y lo que quiere creer. Asegura, que actuó bajo órdenes de Miguel, por razones que les permitiré descubrir en la obra misma. Le explica cómo dejó incontables cabos sueltos, tanto así que el sólo hecho de que se consumara el crimen fue producto de un impensable azar. Díaz-Varela argumenta que por ello, y otras razones más, no se ensució las manos de sangre. A ello María Dolz le responde por todos los que nos planteamos la misma interrogante:
– Y tú ¿Qué es lo que pensaste? ¿De qué lograste convencerte? ¿De que no tenías arte ni parte en el asesinato de tu mejor amigo? Resulta difícil de creer, ¿no? Por mucha autosugestión que le echaras.
Magistral. No necesitamos ir más lejos para adentrarnos en la idea central de nuestro artículo. No bien terminé estas líneas el día lunes, y se me clavó la pregunta que motiva este escrito: ¿Cuánta autosugestión debió echarle Leonel Fernández para darle la cara a las cámaras, que en ese contexto es lo mismo que decir al pueblo dominicano, y decir, grosso modo, que todos los males que se padecen bajo su mandato se deben a las malas gestiones del gobierno del PRD y a la crisis internacional?
Se me ocurrió que, cuando la estamos pasando bien, el tiempo pasa volando, en cuyo caso, era trabajo de sus asesores el recordarle que ya tiene siete años en el poder, por cortos que le parezcan, y que ha gobernado once de los últimos quince. Recordé como, a todo lo largo de su gobierno, se ha jactado de haber conservado la estabilidad macroeconómica, como si luego del trauma del 2003 ésta se convirtiera en un fin, y dejara de ser lo que en realidad es, un medio.
No dejaron de llegar todas las preguntas dejadas convenientemente sin respuesta. Por ejemplo, si la situación económica es visiblemente mejor ahora, por qué sigue un tercio de la población viviendo en la pobreza. Me quedé con ganas de conocer su postura sobre los índices de competitividad elaborados por el Foro Económico Internacional. El lector sabe a lo que voy, eso de la corrupción, favoritismos y despilfarro, pasando claro por la educación en todas sus facetas. Tampoco hizo referencia al narcotráfico y la inseguridad ciudadana.
Pero habló bien. De hecho habló tan bien que en algún momento me pregunté si no se lo estaría creyendo él mismo, que no importa qué decisión tomara para combatir cualquiera de los males que atormentan los hogares dominicanos, su voluntad, ni su mandato, nunca servirían de nada, por lo que, en su frustración, estaba obligado a encontrar una razón extrínseca para explicar porqué sus mejores esfuerzos eran infructuosos.
Pero luego me dije que si el Presidente de la República, cuando da entrevistas en el extranjero, se ve obligado a falsear las cifras reales de su gobierno, o en el mejor de los casos a dar explicaciones turbias, es porque debe sentir, en el fondo, que no ha estado haciendo bien su trabajo, o que hay cosas que podría hacer mejor. El confort pasajero que nos produce que sepa que está haciendo las cosas mal se evapora al ver lo bien que miente. Entonces, sólo nos queda el miedo.
Aunque no. No sólo el miedo. También nos queda la indignación frente a un Presidente que no se hace responsable de sus actos. Un Presidente que se dirige a su pueblo con soberbia y desdén, y le miente como si la estupidez formara parte inherente del ADN dominicano, o como si la imbecilidad fuera una figura antropológica endémica de nuestra media isla. En fin, esta es una posible explicación.
Otra hipótesis sería que se trataba de un acto de campaña. Que debía de defender su obra y esconder los platos sucios. En ese caso la pena es que no nos considerara a los muchos dominicanos que estaríamos dispuestos a apoyar a un hombre que reconoce sus errores y está dispuesto a enmendarlos. Después de todo, el cargo del Presidente de la República es ocupado por un hombre, y nada más que eso, por mucho que se le olvide.
Es posible también que haya querido ofrecernos una realidad tan bella que nos veamos tentados a creer en ella. María Dolz quedó atrapada en la duda porque en su enamoramiento, quería creer que su amante era inocente. El mundo sería más fácil así. El pueblo quisiera creer que todo va bien, pero el hambre no se lo permite. El enamoramiento por Fernández se disipó. Si ésta fue la intención, la realización fue mediocre.
Corre también por los medios de opinión una visión más osada de las cosas. En ella, Leonel se abría armado de todo su descaro para decirles a los dominicanos y dominicanas que, a pesar de ser el Presidente de la República, él no tiene ninguna responsabilidad en el malestar que viven, a sabiendas de la irritación que ello generaría. La rabia que sentimos, planeada y prevista, serviría, según esta forma de ver, a los fines más amplios de Leonel, que, de manera subrepticia, está trabajando para el candidato que más le conviene: Hipólito Mejía.
En fin de cuentas, nos queda para los registros otro acto de su capacidad de simulación. También nos queda la interrogante, ¿Está perdiendo Leonel sus dotes de comunicador o se consagra como estratega político? Yo me inclino hacia la segunda, y ese es un pensamiento perturbador.