Cada santo tiene un pasado y cada pecador un futuro.
OSCAR WILDE
Hace unos veinticinco años cometí una de mis tantas herejías. Había llegado a París por primera vez y supe que estaba en cartel el film “The Mission” (¨La Misión”) del director Roland Joffé, quien me había impactado y abierto los ojos con “The Killing Fields” (“Gritos del Silencio”), y decidí invertir una noche parisina internandome en una sala de cine luego de cenar. No me arrepiento, pues la recreación que esta cinta hace de las actividades del jesuita Antonio Ruiz estableciendo misiones donde los indios guaraníes eran evangelizados pero al mismo tiempo educados y protegidos de los esclavistas, es fastuosa. La figura del padre Ruiz es desdoblada en dos personajes interpretados de forma magistral por Jeremy Irons y Robert DeNiro, respectivamente.
Es con ese precedente que me dirigí a ver la nueva película de Joffé: “There Be Dragons” (“Encontrás Dragones”). Sabía que se trataba de la polémica figura de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (Obra De Dios). Estaba convencido que pocos directores podían educar a los cinéfilos en este tema mejor que Joffé. Sin embargo, para mi sorpresa, pronto me di cuenta que me hallaba frente a una obra mediocre y reduccionista. Lo único que terminó gustándome fue la banda sonora a cargo de Stephen Warbeck.
Al comienzo del film, Joffé nos aclara que está inspirada (no basada) en hechos reales. El guión abarca desde la niñez de San Josemaría, a principios del siglo pasado, hasta su muerte en 1975, a través de una serie incesante de flashbacks. Sin embargo, la mayor parte de la narración transcurre durante el período de la Segunda República y la Guerra Civil españolas. Nos presenta dos personajes principales antagónicos: Josemaría (real) y Manolo Torres (ficticio), quien es su antítesis espiritual y que, pronto sabremos, llevará dragones en su conciencia (en alusión al término cartográfico hic sunt dracones con que se indicaban las áreas no exploradas y potencialmente peligrosas en los mapas antiguos). Con esta trama maniquea, Joffé consigue evadir los temas más controvertidos en torno a la figura de San Josemaría.
Vemos pasar por la pantalla a un futuro santo orientando y aconsejando a sus fieles seguidores; consolando enfermos; escribiendo su obra “Camino”; poniendo en juego su vida para oficiar misas; y huyendo constantemente de las huestes republicanas que sólo parecen estar interesadas en destruir iglesias y asesinar religiosos. Debido al reducido ámbito histórico del guión, se encubren los antecedentes de esta actividad criticable de los republicanos. Se nos esconde que durante la Segunda Republica se decretó el principio de laicidad, mediante el cual se separó la Iglesia del Estado y se suprimieron muchos de los privilegios e influencias que gozaba el clero. La Iglesia Católica consideró estas medidas ilegales y terminó apoyando (como lo hicieron Hitler y Mussolini) al ejercito fascista dirigido por Francisco Franco, que se sublevó en contra del gobierno republicano elegido democráticamente. No se nos explica como todo esto desencadenó en una guerra civil, donde pierden la vida por lo menos medio millón de españoles de ambos lados de la contienda. Sin embargo, la mayoría de los muertos la aporta el lado de los vencidos, los republicanos, mediante una ola represiva sistemática llevada a cabo por el ejercito franquista, y que hoy día está siendo objeto de investigación como crímenes contra la humanidad. Tampoco nos enteramos que luego de esa guerra, cientos de miles de republicanos tuvieron que salir al exilio para no regresar jamás y que a muchos de ellos les arrebataron a sus hijos.
Descaradamente, el guión de Joffé también omite el período que va de 1940 a 1974. Treinta y cuatro largos años, durante los cuales la organización que había creado San Josemaría en 1928 pasa de ser una simple comuna religiosa a una de las más influyentes prelaturas de la Iglesia Católica. No hay que ser Melquiades para imaginarse que tal hazaña no es posible sin el milagro de la influencia. Por suerte están los datos históricos que no nos dejan mentir.
Se sabe que San Josemaría apoyó la instalación del franquismo y que sacó provecho y hasta un título de nobiliario del mismo. Se habla de retiros espirituales organizados por el santo para el Generalísimo Franco. Luego de trasladarse a Roma para consolidar la expansión del Opus Dei, San Josemaría no rompe el cordón umbilical con el franquismo sino que ve con buenos ojos la participación de prominentes miembros de su organización en el gobierno español, sobre todo en las áreas de economía y educación. A la hora de su muerte en 1973, un integrante destacado del Opus Dei, el almirante Luis Carrero Blanco, era considerado el heredero político de Franco.
Lo cierto es que tratar de divorciar la figura de San Josemaría Escrivá de Balaguer y la ascensión de su Opus Dei del franquismo, como intenta esta cinta mediante todas sus lagunas históricas, es querer tapar el Sol con un dedo. No se si Joffé escribió el guión con las manos atadas por la presión de los productores (dos de ellos miembros del Opus Dei) o nunca se propuso desarrollar un verdadero tema hagiográfico. En todo caso, terminó haciendo una suerte de “Por Quién Doblan Las Campanas” melodramático sin el espíritu de John Donne.