En la biblia hay dos dioses y numerosos problemas. Veamos.
- Los dos dioses
- El primer Dios es el Dios judío del Viejo Testamento. Es el Dios que juzga y castiga. El cual se “rebeló” a su pueblo en el Sinaí para forjar con éste una promesa que le aseguraría la existencia “eterna”. Hubo una innovación en ese Dios respecto a los otros dioses que en tierras de Canaán existían (donde se situaba el antiguo Israel) y es que, por primera vez en la historia de esos pueblos, surgía un Dios que podía proteger y asistir su pueblo en cualquier territorio; los otros dioses, como la diosa babilónica Ishtar, solo actuaban en el territorio de sus creyentes, nunca fuera de ahí. El Dios de Israel, así las cosas, se convirtió en un Dios internacional. Desde el inicio fue un Dios severo y bastante sangriento. Cuando se le desobedecía respondía con castigos contundentes. Borraba pueblos enteros del mapa; cometía genocidios contra los pueblos enemigos de Israel; obligaba a un padre a sacrificar sus hijos; odiaba profundamente las mujeres; no aceptaba de ninguna forma la diferencia. Según el libro de Josué, acompañó y aupó al pueblo de Israel en la sangrienta campaña que éstos llevaron a cabo para recuperar la tierra prometida. Es un Dios al que hay tenerle miedo porque de un momento a otro puede desatar su furia contra quienes le desobedecen. En el contexto de ese Dios, por ejemplo, matar un homosexual es válido porque el homosexual es un ser “perverso” y “pecaminoso” que desobedece la palabra. Ahí está el Dios del castigo y la intolerancia que siguen muchos cristianos de las iglesias mayormente protestantes y algunos católicos occidentales (el cristianismo oriental, que es más espiritual y menos dogmático, tiende a no adherirse a ese Dios).
- El segundo Dios es el Dios que aparece en la mayor parte del Nuevo Testamento. Es un Dios que perdona y, sobre todas las cosas, ama a sus hijos: a toda la humanidad. Es el Dios universal de todos los pueblos no solo de su pueblo elegido. Para los que creen en este Dios lo primero es el amor y, por tanto, el pecador, aquel que vive alejado de la “palabra” (como por ejemplo el homosexual), en primera instancia se debe amar y perdonar. Jesús, su hijo, arquetipo y paradigma de la perfección del Padre, vino a la tierra a perdonar nuestros pecados y establecer aquí los cimientos para el futuro establecimiento del reino de los cielos. Un Dios, que, a diferencia del judío del Viejo Testamento, no mata ni reclama miedo a sus creyentes. Es, eso sí, misterioso, pero no en la forma pantagruélica y cavernaria que lo es el otro Dios. Sino que es un misterio en el contexto de lo elevado y trascendente que ni la mente ni mucho menos el cuerpo humano (idea platónica introducida al cristianismo en los siglos III y IV) pueden conocer. Un misterio de la perfección, omnipotencia y amor a partir de la Trinidad. Este Dios es el que siguen aquellos que no andan, precisamente, juzgando ni amenazando con castigos, sino más bien predicando bienaventuranzas para quienes sigan la palabra de su Señor.
- Los problemas
El primer problema para los cristianos (me refiero en este caso a los cristianos occidentales) está en cuál Dios creer. En el Dios del castigo, la muerte y el miedo o en del perdón, la vida y el amor. Hay católicos que odian tanto como un protestante y protestantes tan amorosos como el más noble de los católicos. El segundo problema está en que, al ser un Dios concebido en una estructura monoteísta, es un Dios unívoco el cual reclama que sus fieles crean en una sola verdad esencial de la vida: que su Dios lo creó todo y todo lo controla. Los demás dioses y religiones son “falsos” y la gente que los sigue vive en el “pecado” y por tanto susceptible de no entrar al reino el día del juicio o en la muerte (lo cual también implica que se pueden castigar o condenar y hasta negar su humanidad). En otras palabras, es una creencia que, en tanto esencializa un dogma religioso construido en el contexto de relaciones de poder históricas muy concretas, excluye y niega al resto de la humanidad que, asimismo, por factores históricos, no cree en eso. Ese es un grave problema.
El otro problema es que es una creencia religiosa que le habla directamente a la persona lo cual da lugar a que la persona, desde sus debilidades, miedos y prejuicios, interprete los dogmas que se derivan de ese Dios a su manera. Cuando una interpretación particular se colectiviza y la asume un grupo en una situación histórica difícil, por ejemplo, cuando lo antiguo es puesto en duda por lo nuevo o cuando acontecen cambios sociales/estructurales dramáticos, la gente tiende a adherirse a las versiones más rigoristas y extremas de una religión monoteísta que, en su esencia, parte de una estructura de la negación de lo otro.
El cristianismo occidental es una forma religiosa que puede conducir al odio más inhumano o al amor más sublime. Depende cuál Dios (de los dos que hay) se asuma y cómo sea la persona así como en qué contexto social o histórico se encuentre en un momento dado. Un cristiano puede ser un monstruo, como esos pastores y sus seguidores que celebran la masacre de decenas de homosexuales en Orlando, o una persona profundamente amorosa y tierna que llora el dolor ajeno (que asume como suyo) y predica y vive, fundamentalmente, el perdón y la humildad.
De cara al futuro, la solución a los problemas antes discutidos, me parece, pasa por un cuestionamiento profundo y abierto por parte de la cristiandad toda sobre esos dogmas que, a partir de la interpretación de la esencia divina y humana de Jesucristo, los cristianos orientales y occidentales montaron. Hacia dónde han llevado esas interpretaciones, a la luz de la historia y la actualidad, debe debatirse y, tal vez, a modo de solución, dejarlas atrás en pos de asumir un cristianismo como el de los primeros cristianos que, siendo más sencillo y profundo a la vez, proponía un acercamiento no dogmático a lo divino (más libre y humano) que permitía diferentes caminos hacia lo uno, esto es, al ser de sí presente en todo lo existente: Dios.