En conversaciones recientes con un nuevo amigo norteamericano, quien a los 63 años decidió retirarse junto a su familia en la República Dominicana, particularmente en Punta Cana, le preguntaba la razón de la elección por nuestro país.

La respuesta fue tan corta como impactante: su gente. En realidad, nuestro calor caribeño, la alegría, expresada aún en circunstancias adversas y la solidaridad de muchos son características del ser dominicano que, sin dudas, constituyen fuente de inspiración turística y de residencia de extranjeros en nuestra nación.

La labor de las autoridades y todos los dominicanos para preservar lo que somos como dominicanos, no debe cesar, como tampoco el que, si los hacemos nuestros -a viajeros temporales como a quienes deciden vivir aquí, debemos seguir cultivando la integridad, la honestidad y la educación para poder ver el crecimiento sostenido y mucho más grande de nuestro turismo, aún en medio de los horrores de la pandemia de la COVID-19.

Lo que no dejó de preocuparme es lo que nos decía a quienes con él conversábamos: nosotros no hablamos tan alto como la mayoría de dominicanos, con lo cual expresaba que, aún cuando nos admira y disfruta lo que somos, parece que necesitamos siempre bocinas en nuestras bocas para poder hablar sin que la tranquilidad de los demás se perturbe.

Cuando vamos por las calles, carreteras y avenidas dominicanas los constantes bocinazos de vehículos de todo tipo son constantes y ensordecedores. Tocamos las bocinas por todo y para todo, cuando este artefacto está hecho para prevenir un accidente de peatón o vehicular o adelantarse al riesgo en el que se encuentra cualquier transeúnte o vehículo.

Sin borrar lo que somos, debemos recordar que la razón no está en los decibeles elevados, sino en la fortaleza de los argumentos, pues la vocinglería podría denotar que perdemos la razón. De igual forma, los bocinazos en las calles, los megáfonos por doquier, guaguas anunciadoras, disco lights, sobre todo en campañas electorales, y los altos volúmenes de la música, en vehículos, colmadones y residencias atentan contra la paz ciudadana y ponen en juego la salud física, mental y auditiva de todos. Las autoridades y todos debemos hacer un mayor esfuerzo educativo y disuasivo para vencer esta contaminación vocal y sónica alarmantes.