Hace apenas unos días el Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas, el famoso PNUP, ya bien conocido entre nosotros por poner a cada rato el dedo en las llagas, publicó el índice de felicidad que mide la calidad de vida de 150 países. Este año, el primer lugar ha sido para Noruega, desplazando así a Dinamarca y su famosa filosofía permisiva ¨hygge, que ocupa ahora un segundo puesto, seguido por Islandia en el tercero, y Suiza en el cuarto. Por la cola, van Burundi, Tanzania y la República Centroafricana, como los más infelices de todos, y por lo que parece, vivir en ellos debe ser una auténtica pesadilla durmiendo o despiertos.
¿Dónde estamos nosotros, los simpáticos, cariñosos, amables, relajados, informales y siempre risueños dominicanos, en esa última medición? Pues nada menos que en el puesto 86, habiendo bajado como un ascensor sin control nada menos que 36 lugares respecto al año 2014, en el que ocupábamos el número 50. O sea, que en sólo tres años hemos empeorado de una manera tan espectacular como vergonzosa.
Y no es de extrañar, en los últimos tiempos la sociedad dominicana ha experimentado un enervamiento extraordinario en todos los ámbitos, por una serie de eventos negativos, la corrupción política y privada, el encarecimiento de la vida, el aumento de la delincuencia, el tránsito caótico,entre otros muchos, y eso, no hay que ser un psicólogo freudiano para entenderlo, influye en el estado de ánimo general de la población Sin duda todos nos hemos han vuelto más pesimistas, más temerosos, y por ende, menos felices.
Para medir el índice de felicidad del PNUP, se han tomado seis variables, el producto interior bruto, el famosos PBI, las ayudas sociales, la esperanza de vida, la generosidad y la falta de corrupción. Sobre la primera el PBI, que por más que todos los años crece de manera sostenida un 5% ó 6%, sobrepasa en algo los 6000 euros, mientras que en Noruega son más de 80.000 por habitante Tenemos bien claro que, el dinero no da la felicidad, pero como decía Oscar Wild, se necesita un buen especialista para ver la diferencia. Con razón el dicho popular de que la felicidad en casa del pobre dura menos que una cucaracha en un gallinero. En materia económica, digan lo que digan los economistas y funcionarios del Banco Central, las grandes mayorías nacionales siguen quemándose.
El segundo punto a considerar son las ayudas sociales. Ya sabemos cómo es por aquí la cosa, las pensiones miserables, cuando las hay, y salvo las de los políticos y señores importantes. No tenemos ayudas en el de paro laboral, educación pública penosa, sanidad pública más que cuestionable, ayudas miserables a los colectivos discapacitados… cada día alguien clama por una auxilio público para poder operarse o tratar una grave enfermedad. En esta materia tan importante para que las sociedades pobres como la nuestra sean más felices, o mejor dicho, menos infelices, también nos quemamos.
La tercera variable estudiada es el encarecimiento de la vida, o lo que es lo mismo llover sobre mojado, tal vez la República Dominicana sea el único lugar de la tierra en el que no exista la gravedad, pues todo sube y nada baja. Nos dicen los expertos que tenemos una inflación controlada, pero lo no expertos tenemos la experiencia de comprar los bienes básicos cada vez más caros, basta con ir a las tiendas y supermercados para comprobarlo en bolsillo propio.
Los tres siguientes factores, la esperanza de vida, la generosidad, y la falta de corrupción casi mejor no hablar, porque aún estamos lejos de la longevidad de las naciones desarrolladas, la palabra generosidad, a nivel oficial, no existen el diccionario de los dominicanismos, y sobre las corrupción ahí es que la pintura es dura, como decía el genial Cuquín Victoria. Tres materias más quemadas y requemadas.
Se imaginan qué pasaría en Noruega y esos países tan felices ahora si tuvieran los pericos ripiaos, los merengues y bachatas, las frías, las playas de Samaná, el solecito y el clima tan rico todo el año, los rones, las piñas coladas, los cocos de agua, las juntaderas y bebederas, los sancochos, las playas Puerto Plata, del Este y de Samaná, los pescaitos de Boca Chica, los chicharrones de Villamella, y tantas otras delicias tropicales. Seguro que sería entonces el verdadero Paraíso Terrenal moderno. Pero tal vez por tener todas esas cosas pudieran comenzar a volverse infelices.La felicidad, como el amor, hay que trabajarla.