La corrupción del dominicano es un acto reñido con la sobrevivencia y no con principios éticos o leyes reguladoras de su comportamiento dentro del grupo social. Las calles están llenas de expresiones como estas: “Este país es del vivo; aquí es solo saberse mover para conseguir lo tuyo; este es el mejor país para buscársela”. Dentro de su sociedad, el orden, la ley y la disciplina, no son actitudes que funcionan automáticamente en su conciencia individual. Las acciones cotidianas de este sujeto no son medidas por el tiempo del reloj, sino por el ´´ahorita´´, el ´´ya veremos´´, el ´´más tarde´´ o el ´´después´´. En el espacio público, de todos y de nadie, él puede colocar su tarantín, su modo de transporte, lavar su carro, tirar su basura, y no pasa nada.
En este complejo espacio que modula la estructura sico-socio-afectiva de los dominicanos, ¿en cuál de las esferas sociales se corrompen sus acciones? En su sociedad el “acto corrupto” es la madre de todas las violencias, no cae del cielo, sino que el grupo lo fabrica como una referencia natural de su existir. La apropiación de los recursos públicos, la habilidad de transformarlos en objeto de su propiedad es únicamente el resultado de un largo proceso criminal. La cuestión es, ¿dónde se aprende el arte de convertir lo de todos en objeto particular y lujo privativo?
En su actitud corrupta, el hecho de tener agua derramándose en el frente a su casa y al mismo tiempo participar en una huelga para exigir un mejor servicio de agua potable, son dos hechos separados, no una misma acción. El derecho no parece salir de su interioridad, sino que es algo a imponer por la fuerza. Evadir pagos de servicios básicos e ir a los hospitales a buscar salud con calidad, no es una violación ni tiene una relación delincuencial. La corrupción saquea el erario, el tiempo, el espacio y a los mismos individuos, este acto parece ser biológico y natural. El qué me importa a mí, el nah es nah y el que venga atrás que resuelva o se joda, es bandera de un modus vivendi ¿Dónde formó el dominicano esa actitud y hasta qué punto tiene conciencia de los límites de sus derechos y sus acciones?
Ese “remanente maníaco” hace del dominicano un ser desconfiado hasta el punto de decir que TODOS los ciudadanos SON y actúan así casi por genética, por biología. Da la sensación de que todos los espacios, están compuestos por seres sospechosos, (chivos) manejables, maleables y comprables.
Esta acción no es un déficit o una tara biológica. Es una construcción aprendida y reforzada a lo interno del grupo, como una acción libre de sentimientos de culpa, valores morales y legales. La población asume como un hecho natural que el dominicano, en general, se apropia de las cosas públicas que están bajo su administración. Esta acción “natural” se ha hecho cultural. Esas dos realidades son esenciales en la sustentación del diseño que modula la organización social.
¿Cómo incide la formación estructurada de la escuela en el grado de pertenencia de este individuo a su sociedad? La muy sabida baja calidad de la enseñanza ofrecida en nuestras escuelas cualifica mínimamente las manifestaciones éticas de nuestros estudiantes, y por añadidura, sus acciones son realizadas en una sociedad que se reproduce bajo el principio mismo de la mala maña. Para el producto que sale de nuestro sistema educativo, el acto de corrupción no está sancionado en su mundo espiritual y/o afectivo, por el contrario, es un desarrollo de la inteligencia hábil, es ser culebro.
La actitud depredadora, dentro del imaginario colectivo dominicano es la correcta, o sea, ese sujeto no está solo en el medio de sus acciones, por el contrario, está públicamente refrendado. El grupo que lo aplaude está formado bajo los mismos criterios. Decimos y escuchamos con mucha frecuencia que hacer lo contrario, es ser PENDEJO.
Esta lógica social está muy bien sostenida por una amplia cultura, donde el ciudadano honesto, el que no se mezcla con ese tipo de acciones es un apestoso que parece no haber nacido en este país, revelando así una forma sutil y agreste de definir la pertenencia a la nación. La actitud corrupta y no una responsabilidad social, definen la forma de estar dentro o fuera de la sociedad dominicana.
Gracias al diseño de esta estructura social, cuando ese individuo alcanza el poder (político), no es extraño que al descender de él lo haga como un héroe o actor de Hollywood. Él propicia las condiciones para que su gente, que lo subió al pódium, lo vea bien montado, viviendo en una casa grande, y disfrutando de una realidad de película, donde lo inédito puede dejar de ser novedad. Esta es una escena propia de una identidad frágil y construida no solamente con la dignidad y la miseria ajena, sino que por demás, es sostenida por una baja autoestima nacional. En la búsqueda de lo mío, como gesto típico de la sobrevivencia, se depreda la calidad de vida del grupo.
Esta forma de poder está diseñada como una acción pública que da prestigio, a pleno día, no a la sombra de la ilegalidad. Es una acción del que no tiene normas, indisciplinado, sin ley, y sin un orden rector capaz de dictar justicia contra sus actos sospechosos; por el contrario, encuentra apoyo directo en el diseño judicial. Es de igual modo evidente, que el cuerpo de leyes y de seguridad ciudadana estén formados bajo las mismas claves de lectura. No es únicamente responsabilidad del aparato legislativo y sus miembros, es que por criterios lógicos no puede ir contra su propio diseño natural.
La acción corrupta que en principio aparece realizado por un sujeto dueño de sus actos, termina diluida en el interior del “cuerpo social” que, aparentemente, borra todo y hace que las maniobras dolosas queden rediseñadas y aparezcan públicamente como las acciones honestas de todo un gran señor. Tomado de mi próximo libro- Otra Escuela para Juan, Abel y Carlos.