Siempre se ha dicho que todos los políticos son iguales, que una cosa dicen cuando están en campaña y otra hacen cuando llegan al poder. Por las muestras que se observan esto luce ser cierto, existiendo poca excepciones que se libren de esta tara.
Esto viene al caso, por el reparto de dinero público que se produjo con motivo del día de las madres en la Cámara de Diputados; allí se le asignó, del dinero de los contribuyentes, la suma de 300 mil pesos a cada Diputado para que lo utilizaran a su discreción en "regalos para las madres", sólo tres honorables representantes lo rechazaron, los demás lo recibieron sin sonrojarse. Creo que en ninguna parte del mundo ocurre semejante despropósito.
Durante la campaña electoral, escuchamos a muchos que hoy son senadores y diputados, criticar "cofrecitos", "barrilitos" y los privilegios de que disfrutan nuestros legisladores, que son muchos. Esos mismos críticos una vez ocupadas sus curules, no han sido capaces de renunciar a ellos, salvo escasas y honrosas excepciones; evidenciándose la doble moral que algunos tienen.
Este proceder arrogante del que hacen gala los políticos, choca frontalmente con la del servidor público honesto, eficiente y humilde que se supone deben ser. Lamentablemente en esos casos, los ciudadanos observamos y criticamos el proceder, pero como dicen: "después del palo dao ni Dios lo quita".
El exceso de poder que acumulan partidos y políticos, de lo cual lo acontecido en la Cámara de Diputados es una muestra, es muy dañino, ya que propicia la corrupción, contaminando y envileciendo a la colectividad.
Creemos que existen políticos serios, que se dedican a esta actividad movidos por el interés de servir y mejorar la vida de sus conciudadanos, pero estos son opacados por la mayoría que sólo está interesada en acumular privilegios.
No sólo es necesario contar con un Presidente que quiera hacer las cosas de manera diferente, es urgente lograr la renovación de todos aquellos estamentos del Estado en donde se presenten situaciones como la descrita. Debemos hacerle entender a los políticos a fuerza de exigencias, que el Estado está supeditado a la sociedad y no la sociedad al Estado; sólo así podremos dejar de ver a la corrupción pasearse tranquila de la mano del poder.