Novelar lo real, la vida cotidiana en la dictadura y la postdictadura, va construyendo y a la vez rescatando del olvido algunas páginas de la historia del poder político en el país. Los tiempos y espacios de una visión traducida en la relación superficie-profundidad narrativa, concentra desde la voz del narrador un universo político, social y moral de una época minada por el punctum dictatorial en la República Dominicana. Pero la historia que nos cuenta Christian Paniagua, a través de las voces de Damián y Euclides constituye también un mural, un mundo reconocido como cuerpo del crimen, la persecución, la ironía de la injusticia social.
Lo que recuerdan Damián y Euclides es aquello que convierte la materia novelesca en huella y signo de un contexto político donde podemos observar el elemento ficcional, el “efecto de real” y sus resortes en la lectura que poco a poco documenta, testimonia un mundo contaminado por imágenes y formas de vida mostradas por lo novelesco y sus funciones narrativas.
Así pues, lo cotidiano contingente y lo cotidiano visible, informan en Los días del perejil acerca de una vida precaria, donde las relaciones sociales se ven atacadas por el fantasma de la dictadura que se impuso por treinta y un años en el país y que luego de su caída prosiguió bajo otras formas justificadas por sucesivos gobiernos que jugaron con la democracia de manera arbitraria e ilegítima.
Amores, conflictos, esperanzas, rumores, explosiones sociopolíticas, figuras vivas figuras, muertas, que encontramos en el trazado de esta novela armada con pasión y sobre todo con una perspectiva de rescate y sentido de la historia reciente, presente y patente del país.
Desde la tertulia de “La Trinitaria” y desde los vuelos peligrosos del autor como piloto de su propia novela, leemos varios tramados que en la ficción se ajustan en un orden posicional de las imágenes conmovedoras y discentes de la realidad dominicana de nuestros días. En su estructura-función, la novela de Christian Paniagua nos presenta un modo de ver el mundo histórico y político dominicano en una perspectiva irónica y dramática, toda vez que el material ofrecido al lector sigue siendo hoy un pretexto para la reflexión y la aventura.
Trujillo alimenta su racismo como operante ofrecido cuando una negra haitiana le “pega” una venérea. El hecho de que Trujillo era un ser promiscuo, mujeriego y cruel, es tomado como materia y punto de partida para describir la psicología del dictador, mediante algunos eventos y acentos de vida de este hombre que ejerció el poder por treinta y un años en República Dominicana. Según Paniagua Trujillo, quien frecuentemente se servía de haitianas para sus secretas orgías sexuales, padecía de enfermedades venéreas incurables, dado su fervor constante por las mujeres de alto y bajo nivel social que usaba para alimentar su visión falocrática y perversa.
De ahí el crimen de 1937, “el corte”, el odio contra los haitianos y haitianas legales e ilegales en el país. De ahí su objetivo de “raspar” cualquier influencia africano-haitiana en el país. De ahí su programa de “dominicanización de la frontera! Christian Paniagua narra con singular registro de información lo que fue ese “otoño de 1937”:
“El mes de octubre recién empieza y aunque se respira tranquilidad en la región fronteriza soplan vientos tempestuosos, coloreados de un malsano patriotismo. Ya entrada la noche, el generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina, metido en tragos, sofocado por la lujuria en Dajabón, el hombre que estrena su segundo cuatrienio en el poder, fue informado al oído que “¡cuadrillas de haitianos cruzan a menudo la frontera para robar ganado y hasta han matado a los nuestros de este lado!” (p. 127)
La voz responde a la provocación, a lo que internamente puede vengar su racismo, su odio al negro haitiano, su rencor por las molestias que producen la venérea y otras enfermedades desconocidas para aquel entonces y que médicos extranjeros tampoco pueden curar, por estas ser desconocidas en Europa y los Estados Unidos, donde por ocasiones fue tratado.
“Le voy a dar al negro lo que quiere, coño, masculló entre dientes el informado, tras meditar quince segundos la afrenta, el rostro descomponiéndosele igual por su ímpetus”. Según el narrador:
“Trujillo necesitaba una escena dantesca en la República Dominicana para crear un miedo colectivo que a su vez le permitiera prolongar por treinta años su tiranía y este informe arrojó luz a sus ansias. Treinta mil vidas sesgadas por un arrebato, rezan los informes de más de uno de los historiadores que ratifican cómo el tirano planificó fríamente la masacre”…
El novelista apoya su comentario-eje en el siguiente fragmento:
“…en víspera a los sucesos él venía desayunando a menudo con Balaguer –su canciller de entonces-, afirmó Moya Pons un sábado de tertulia en la librería La Trinitaria…” (p. 127)
Aparte de la relación voz-ficción y narración-efecto ideológico, lo narrativo se acerca a lo verosímil como figura de relato y motivación de la historia-fábula, historia-discurso ideológico. Los puntos de base en el tratamiento novelesco, así como los ejes de continuidad en el uso ficcional logran acentuar la materia infusa y difusa de la novela.
La travesía del autor-narrador y el autor-personaje crea en el texto las alternativas hacia una lectura transversal de lo relatado, habida cuenta de que las líneas definidas de narración y discurso motivan cada vez más un desarrollo ascendente-normal-descendente y descendente-normal-ascendente en el orden novelesco.
Christian Paniagua ha escrito una novela que es memoria de lo político, lo cotidiano y la vida misma del país. Por sus sueños desfilan y se levantan lo real y lo imaginario. Trujillo y la haitiana que le pegó la venérea, asì como Damián y su haitiana Francine, el paisaje de Haití, “el corte” de 1937 y las luchas civiles luego de la caída de la tiranía, pasan por la fabulación y sobre todo, por la vida de Miguel Campos y Carlos Granda, a partir de una ironía de la historia contextualizada en esta novela memorial que parece convertirse en escenario de fundación y fantasma de lo cotidiano, lo social y sus eventos.
Desde el inicio, como trazando cuerpos y recuerdos, la novela busca su registro de fuerzas y demonios políticos, invitando al lector a una pelea donde lo inverosímil toma lo real por el cuello y lo lanza a los abismos de la historia.