Es muy difícil imaginar soluciones a otro desafío de nuestro tiempo, empezando por los climáticos y migratorios, si antes no somos capaces de reducir las desigualdades y construir un estándar de justicia económica que sea aceptado por lo mayoría. (Piketty, 2019)
A Luis Abinader, recién presidente electo para regir los destinos del país, le aguardan los grandes desafíos de una pandemia, y una profunda crisis social, sanitaria y económica, que se articula a la hipercorrupción , al secuestro del sistema de justicia y ante una sed de justicia de los nativos digitales y la generación net, que no soportan más impunidad, en esta era del cibermundo.
Es bueno puntualizar que el cibermundo es un sistema edificado en redes (internet) que conforman el ciberespacio, que a la vez ha formado los subsistemas de educación virtual, economía del conocimiento, la cibercultura y la ciberpolitica.
El cibermundo como resultado de la pandemia esta viviendo en lo transido, con una profunda recesión económica y crisis sanitaria, lo cual se ha incrementado la desigualdad social y virtual en todo el planeta.
La República Dominicana no escapa ese cibermundo, ya que contamos con una población estimada en 11 millones de habitantes, de los cuales, 8.5 millones son sujetos cibernéticos que navegan en el ciberespacio y 7 millones de estos viven enredados en las redes sociales como Facebook, Twitter, Instagram, Snapchat y LinkedIn, y en aplicaciones como WhatsApp.
Además que vivimos en una desigualdad social bendecida por el neoliberalismo, que se fundamenta una concepción filosófica como si esta fuese natural y no construida en la esfera de lo social. Es por eso, que la minoría de las meritocracias dominicanas no extraña a la gran mayoría de los excluidos de todo el sistema social que tienen el privilegio de gozar y disfrutar, los cuales se manifiestan en las redes sociales.
Hoy el panorama presenta un cibermundo transido como resultado de la pandemia del COVID-19, el cual va degradando la inversión e innovación y todo lo relacionado al comercio mundial. Los dominicanos en este sistema social, cultural económico y cibernético, somos espectadores, no actores.
Aunque hemos ido cerrando la brecha digital, en cuanto a conectividad en los últimos 25 años, no hemos dejado la brecha de la desigualdad de lo virtual en múltiples aspectos, como son: a) una cibercultura que genere un espíritu de innovación y competitividad, b) cibereducación, en relación al manejo de la tecnología del aprendizaje y conocimiento, tecnologías de la participación y el empoderamiento, lo que deja entrever las pocas habilidades digitales en el manejo del ciberespacio, el cual se confunde con redes e internet y las herramientas tecnológicas y sus aplicaciones con el conocimiento, cuando estás solo son habilidades digitales, para que el sujeto cibernético participe en el proceso virtual de enseñanza – aprendizaje, en la elaboración de conocimiento.
La gran desigualdad social que se vive en la realidad dominicana, deja su impronta en las redes virtuales, en las que vivimos enredados en una apariencia de “expulsión de lo distinto y el infierno de lo igual (Byung-chunl Han), lo cual no es real, ya que en verdad, vivimos un infierno de lo desigual real y expulsión de los marginados de lo virtual, tal como lo pensó el filósofo mexicano Leopoldo Zea, cuando dijo en víspera del siglo XXI, que un fantasma recorre el mundo, el “fantasma de los marginados”. Los cuales son marginados por “su clase, su piel, su religión, cultura, nacionalidad y origen social” (…). Estos marginados han comenzado a cuestionarlo todo y “están poniendo en crisis viejos poderes que daban sentido al orden liberal, como el ejecutivo (el legislativo y el judicial en el sistema democrático” … (1996, p.28,29).
En la nación dominicana, las desigualdades sociales, cibernéticas y digitales han de preocuparnos, dada la importancia que va teniendo en el plano internacional, el debate sobre la crisis de civilización en que nos encontramos ante la pandemia del COVID-19. Como sociedad, mostramos signos de precariedades en cuanto a conectividad y al uso educativo de los entornos virtuales y todo lo relacionado a la infraestructura de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC). Pero lo más terrible no es el impacto del cibermundo, sino la desigualdad social que venimos arrastrando, como bien lo ha estudiado Piketty en el Capital en el siglo XXI (2014) y en Capital e ideología (2019).
Los dominicanos nos encontramos atados a la desigualdad social en el plano real y virtual, vivimos arropados por un sistema social y económico que expresa su síntoma de sociedad infopobre o pobre de información, para procesarla y transformarla en conocimiento. La pandemia del COVID-19 ha estado profundizando la desigualdad en el mundo y el cibermundo, por ende, los dominicanos no somos ajenos a esta situación global transida.
En la sociedad dominicana, alrededor de 6.5 millones de sujetos cibernéticos utilizan el móvil prepago, para controlar su presupuesto familiar, consumen recargas de 30, 100 y 300 pesos, para su conexión al ciberespacio; en cambio, hay unos 2.3 millones de sujetos cibernéticos con modalidad pospago, los cuales pagan todos los meses (renta por contrato) su conexión a las redes del ciberespacio.
Ambas modalidades como resultado de la pandemia del COVID-19, tienen tendencia a reducir la conexión al ciberespacio, profundizándose así la desigualdad de la virtualidad y de todo lo que implique navegación por las redes del ciberespacio.
A la desigualdad social, que va incrementando la pobreza social en la sociedad dominicana le ha caído otra desigualdad la infopobreza, por un lado, se agiganta la pobreza social y por otro, la pobreza de información y conocimiento. Habrá más dominicanos conectados al cibermundo, pero la mayoría marginados, viviendo en dificultades sociales y virtuales en el espacio físico y el ciberespacio, lo cual no les permite pensar bien. Estos dominicanos serán los hipertransidos, la sombra de la desolación y la desesperanza, viviendo en su covidianidad o vida cotidiana atravesada por la pandemia del COVID-19.
El economista Pavel Isa presenta en su artículo “La recuperación económica y la seguridad alimentaria” (30 de junio, 2020), un panorama no muy alentador para la sociedad dominicana, el cual se estaba produciendo mucho antes de la pandemia que hoy nos cubre. En su artículo se basa en las estimaciones que hace la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), donde dice que como anterior al COVID-19 “en la República Dominicana había un millón de personas, esto es, 10% de la población, que estaban subalimentadas (…), algo más de un 75% de la población está en inseguridad alimentaria”. Es decir que “por falta de dinero y otros recursos en los hogares de esas personas, había faltado alimentos”.
De acuerdo a Isa, la crisis social y económica se ha ido profundizando en la vida del dominicano, como resultado de la pandemia, lo cual se manifiesta con una crisis alimentaria y una reducción de la capacidad de compra, la devaluación del peso y el aumento del desempleo, además de la caída del turismo, y otras precariedades para el que ha vivido trabajando en los hoteles turísticos y para los agricultores que han vivido de la compra que hacen esos hoteles.
Siguiendo el discurso económico de Isa, todo apunta que desde que comenzó la pandemia y hasta el mes de mayo, es probable que entre el sector privado formal y el sector informal se haya perdido más de un millón empleos.
Si algo está conspirando contra el desarrollo del sistema democrático, y de la justicia social y la convivencia social no son las redes sociales, ni el cibermundo, sino estas desigualdades que implican la desigualdad del ingreso y de renta, de oportunidades y todo lo relacionado con lo social y lo político.