“En las promesas almíbar, en el cumplimiento acíbar” – Tirso De Molina, dramaturgo, poeta y narrador del Barroco.

Como el actual Gobierno tiene apenas seis meses lidiando con las secuelas de la pandemia y desplegando esfuerzos para alegrarnos con algunas buenas obras, en el discurso de marras dominan sus más valiosas ejecutorias en materia de salud y educación, así como numerosas promesas de emprendimientos en otros ámbitos.

Destaca la continuidad de importantes iniciativas del pasado gobierno que pocos podrían calificar de malas o inútiles. En cuanto a ellas, todas muy costosas, debe garantizarse la pulcritud de su gestión y la asignación de eficaz, eficiente y transparente a toda prueba de los multimillonarios fondos implicados.

Comentemos dos promesas del presidente Abinader.

La frontera. Es encomiable el anuncio del presidente Abinader de proteger nuestra frontera con una valla o muro, si bien sabemos que detrás de ese obstáculo físico seguirán escondiéndose -de no hacerse nada- grandes negocios que multiplican fortunas de militares y funcionarios civiles.

En la frontera, en toda su extensión, se practica el contrabando de todo tipo de mercancías, desde armas de fuego de variados calibres y drogas, hasta un intrincado sistema de cobro de peaje a los haitianos que huyen de la anarquía y la inestabilidad política en su país. De hecho, existe un engranaje purulento y altamente rentable de diversos negocios binacionales que todo el mundo sabe constituyen la motivación soterrada principal de las aspiraciones de muchos oficiales de “servir en la frontera”.

La instalación de un verdadero control fronterizo debe tocar lo que no han querido ver nuestros políticos, pero que está a la vista de todos.

Un muro o valla para atajar a los desesperados haitianos solo alentaría otras formas de expoliación de la miseria, con la seguridad de que ellas serían más sofisticadas y, lógicamente, más caras. Es necesario, consecuentemente, enfrentar a los bandidos del lado dominicano, es decir, a quienes se lucran detrás el telón de una falsa legalidad, autoridad venal y falsos discursos patrioteros.

Por lo pronto, la sola intención del presidente deja entrever un mensaje al mundo  -ojalá esté enraizado en una convicción-: Haití necesita la ayuda organizada y sistémica de todos, especialmente de las naciones desarrolladas que vieron venir el caos y la desesperanza haitiana cruzadas de brazos, apostando siempre a la solución gradual de tan complejo problema, a su juicio factible, en la parte central-oriental de la isla.

Debemos esperar que las élites gobernantes haitianas, ante el anuncio del presidente Abinader, inicien una intensa campaña para denunciar la maldad de la iniciativa. Lo harán en cuantas instancias regionales y mundiales sean necesarias, que en esto sabemos son más diestras que los dominicanos, a fin de evitar el sueño de una frontera de verdad, no una línea divisoria donde el control estatal es un mito y la autoridad se lucra del tráfico de personas, el contrabando de mercancías y el trasiego de estupefacientes.

Por tanto, las presiones políticas y hasta las amenazas no solo vendrán de Haití, sino también del lado de los intereses dominicanos que se benefician enormemente de una compleja estructura de corrupción transnacional.

Dominicanización del trabajo. Lo mismo pasará con el interés del presidente Abinader de “dominicanizar” el trabajo en la construcción y la agropecuaria, dos sectores clave de la economía actual.

Si bien es cierto que esta aspiración del presidente responde a un muy explícito mandato constitucional, también lo es el hecho de que las ganancias que generan esos sectores se explican en gran medida por la contratación de mano de obra barata y no calificada, lo cual es parte de la lógica acumulativa del modelo económico vigente, reacio a lograr altas productividades mediante la incorporación de conocimiento útil y tecnificación sostenida de las actividades productivas.

Ya muchas otras intenciones del presidente han sido comentadas por los analistas profesionales. La mayoría son plausibles y esperanzadoras. Muchas de ellas, como las dos que comentamos, requieren de un chicote nuevo que se blanda con determinación y osadía política sobre las cabezas de quienes tienen montada en este país la economía de los sobrecostes y del enriquecimiento ilícito, multifacético y genial.