En nombre de las religiones se han cometido muchas atrocidades en el curso del tiempo. Se ha derramado mucha sangre en cruzadas, inquisiciones, guerras, genocidios y demás males. Lamentablemente, la mayoría de las religiones comparten un trasfondo histórico cargado de antecedentes criminales y de lesa humanidad, en los cuales, tanto la Biblia como otros libros religiosos fueron los estandartes.

Quien piense que esa época ya pasó, se equivoca. Aunque el fanatismo religioso ya no tiene tantas implicaciones bélicas, éste sigue reciclándose y adoptando nuevas formas de “cazar brujas”.

Los gremios religiosos, como el cristianismo, polarizan negativamente todo aquello que no encaje en su estructura teórica, la cual está fundamentada en una interpretación sesgada de la biblia. Estos grupos atacan intrusivamente aspectos personalísimos de los individuos, desde la sexualidad hasta la forma de ser, de pensar y de cómo tener una “familia”, sin importar si las personas son o no partidarios de dichas religiones. Estos gremios, tienen la fijación social de imponer sus creencias a todo ser viviente y de forzar un adoctrinamiento sistemático de la biblia, así como de su interpretación particular, como si fuese una ley.

La biblia no es una ley ni una norma y mucho menos un reglamento. La biblia no emana de un órgano legislativo de ningún país ni si quiera del Vaticano mismo, el cual se rige por un “Código de Derecho Canónico”.  La biblia no es una fuente de derechos ni de obligaciones legales para ninguna persona.

Nadie está obligado a vivir conforme a las interpretaciones que los grupos creyentes hacen de sus libros religiosos. De hecho, uno de los pilares de un Estado Democrático de Derecho, es justamente la separación entre el Estado y la Iglesia; de modo que los dogmas y creencias religiosas no pueden superponerse a las leyes sustantivas y adjetivas que regulan la vida en sociedad.

La legitimidad de los grupos religiosos para participar y hacer valer sus creencias es únicamente en aquellos procesos sociales y legislativos donde -su libertad de culto- pueda ser limitada o restringida, léase, la libertad de practicar su religión por y para sí mismos. Imponer o “predicar invasivamente” sus creencias a otros, es un intrusismo religioso, puro y simple.

Hay que aprender a diferenciar entre la “libertad de culto” y el “intrusismo religioso”. La libertad de culto se refiere a la libre elección de cada ser humano de practicar cualquier tipo de religión o culto, entendiéndose que no existe una religión única, así como tampoco existe un libro religioso obligatorio. De ahí que el intrusismo religioso es toda conducta que tienda a cuestionar, prejuzgar y discriminar a cualquier individuo que no practique determinada religión o que no interprete dicha religión de la misma forma que lo hace el intruso religioso y su grupo.

A diferencia de los incontables libros religiosos, la Constitución es una por cada Estado. Es la Carta Magna y esencial de un país. En ella se consagran y protegen los derechos fundamentales de las personas, así como sus deberes cívicos. Un ejemplo de cómo afecta a un país la influencia de las interpretaciones religiosas en las leyes, es el caso de los países islámicos con “las leyes Sharia y el Corán” cuya problemática social se internacionalizó justamente por el impacto lesivo de dichas leyes a los derechos humanos de sus habitantes y a la democracia.

En nuestro país, los gremios religiosos se discriminaban y atacaban entre sí durante décadas hasta que el gremio evangélico logró que se reconociera su matrimonio religioso en casi igualdad de condiciones que el católico. Hoy día, estos grupos se resisten a la libertad de otros cultos y también al libre desarrollo de la personalidad de los individuos, sean o no sus feligreses. Se resisten al cambio y al avance en la mentalidad generacional imperante en la actualidad. Se oponen a la unidad social y a la inclusión. Apoyan la discriminación, la segregación y el intrusismo. Promueven un Estado con tratamiento desigual y discriminatorio entre sus habitantes privilegiando según su religión, creencias, orientación sexual, identidad de género y estructura familiar, colocando a sus religiones y a la biblia como molde de estandarización.

Es hora de hacer conciencia social y colectiva sobre los niveles de irresponsabilidad y distorsión de la información que el intrusismo religioso protagoniza en las redes, en los medios, en las casas de las personas “puerta a puerta” y en el Congreso. El mejor ejemplo de este intrusismo tóxico es el reciente caso de las declaraciones de los representantes oficiales de las iglesias católicas y evangélicas contra del trato igualitario del colectivo LGBTIQ+ frente al delito de discriminación en el Código Penal que cursa por ante el Senado. Declaraciones divorciadas de la realidad, desatinadas, inhumanas y cobardes en extremo.

Resulta indiscutible que el intrusismo religioso en el país enlentece el avance de nuestra sociedad y atenta contra la legalidad del Estado Democrático de Derecho de la República Dominicana, tanto a lo interno como ante la comunidad internacional.