Como otros aspectos de la vida cotidiana, la comisión de delitos así como el sistema de consecuencias para enfrentar acciones reprochables obedecen a épocas determinadas; de ahí que la manera de tratar las acciones imputables de hace dos o tres siglos resulte anacrónica a la visión actual que respecto al delito se tiene y desfasado el perfil que anteriormente se conservaba de un imputado. Pero igual, un infractor llevará a cabo sus actos haciendo uso que los medios le permiten, por lo que la forma de emprender acciones que pugnen con la ley penal pueden variar de una época a otra, e inclusive, pueden configurarse delitos impensables en condiciones distintas.
Las Ordalías, por ejemplo, constituyó por mucho tiempo el método por excelencia para determinar la imputabilidad de una persona. Métodos como el de colocar la mano del infractor en el fuego y alejarla al cabo de un tiempo para luego constatar si había sufrido daños o no, y con ello juzgar la inocencia del imputado, serían considerados en la actualidad acciones de barbarie apartados de los principios básicos del Derecho Penal, pero antes, esto es, durante más de cinco siglos, fue uno de los procedimientos más idóneos para determinar la culpabilidad de una persona.
En la Edad Media coexistían delitos que en la actualidad resultan descabellados o penas desproporcionales en relación al daño causado. Pero este esquema jurídico-penal es perfectamente explicable y hasta entendible cuando se plantea en razón a la época de su vigencia, no así bajo el amparo de los presupuestos científicos con los que en la actualidad se cuenta. Ante todo lo dicho, resulta curioso que los delitos se configuren de acuerdo a la época de su comisión; de hecho, existen comportamientos en nuestros días que cometidos siglos antes hubiesen conllevado una pena y delitos de importante significación actual cuya configuración resultaba imposible hace algún tiempo.
Es evidente que las variaciones sociales y la manera en que las personas se relacionan influyen dramáticamente en la aparición de nuevas formas de comportamientos delictivos e incluso para la configuración de nuevos y novedosos delitos. La sociedad del conocimiento instaurada en una era de impresionantes avances tecnológicos ha marcado pautas disociadoras entre la antigua manera en que las personas interactuaban y la forma actual de socializar. Ello ha conllevado, por ejemplo, a la aparición de nuevas expresiones delictivas y extrañas formas de cometerlos.
Recientemente se dio a conocer la noticia del apresamiento del joven Philipp Budeikin, creador del peligroso juego la Ballena Azul. Se le imputa haber inducido al suicidio a cientos de jóvenes adolescentes al través de su invención. El juego consistía en superar 50 retos, uno por día, que prontamente daban al traste con la muerte del participante. Para participar del mismo se requería el registro en unos de los grupos de Facebook creados para esos fines, medio por el cual se le suministraba al jugador los retos por día. El participante tenía la obligación de reportar a través de fotos el cumplimiento de cada reto, de lo contrario, los administradores del grupo amenazaban a las víctimas con causar algún daño a sus casas o familiares. A la fecha, solo en la región de América Latina, en países como Brasil, Uruguay, Colombia y Chile, el juego ha causado no solo furor sino que también ha cobrado víctimas lamentables.
Evidentemente, el caso precitado constituye un esclarecedor ejemplo de la sofisticada manera en que se pueden inducir homicidios a gran escala sin la necesidad de tomar un arma o inferir heridas; sino solo aprovechando la vulnerabilidad a la que se exponen muchas personas, en su mayoría adolescentes, al hacer uso de las distintas redes sociales.
Pero no solo los adolescentes están expuestos a ser víctimas de delitos o crímenes parecidos, sino también personas de todas de las edades. Es común ver extorciones perpetradas a través de cuentas falsas o sustracciones de identidad y hasta de créditos bancarios. Sin embargo, las posibilidades de cometer crímenes más complejos y estrechamente vinculados al mundo de las tecnologías son cada vez más amplias; porque si bien es cierto que las tecnologías vinculadas al internet garantizan vivir en un mundo más comunicado y abierto, no menos cierto resulta que la situación de vulnerabilidad se acrecienta.
Nuevas formas de delinquir así como sofisticados delitos están apareciendo ante las expectantes miradas de las naciones. El internet de las cosas, concepto técnico para denominar al proyecto de vincular los objetos más usuales con la red del Internet, ciertamente promete interconectar nuestras acciones a la llamada aldea global, pero también supedita nuestras vidas a una situación de riesgo casi incontrolable. Un vehículo cualquiera, construido sobre la base de una inteligencia artificial y vinculado al internet puede ser objeto de una intromisión informática y causar con ella algún daño material; como un accidente provocado y consecuentemente la muerte del conductor.
Hasta el momento, el tráfico de sustancias prohibidas se lleva a cabo mediante métodos rutinarios. No obstante a la impresionante imaginación de los infractores, la droga se comercializa haciendo uso de usuales mecanismos de narcotráfico; pero ¿Qué sucedería si los actores que operan en el mercado negro de las drogas optan por la utilización de las tecnologías más avanzadas para traspasar las sustancias? Pronto veremos drones transportando drogas de un país a otro sin ni siquiera ser detectados por las autoridades competentes.
Hasta este punto, es menester de las autoridades, legisladores y organismos de inteligencia de nuestro país no mantenerse impávidos ante los dramáticos y acelerados cambios sociales que parece experimentar gran parte de la civilización. Se hace preciso idealizar un enfoque no solo preventivo, sino también reactivo ante las mutaciones que están supuestas a afectar la estructura del delito como acción punible y típica, de lo contrario, nuestro ordenamiento jurídico-penal quedaría desfasado, y en el peor de los casos, inservible para el trato de los llamados delitos del futuro.