El poder político en la cultura está creando estragos en la creatividad de quienes están al servicio del Ministerio de Cultura. Un ministerio cuya mejor obra es salir en los periódicos notificando reconocimientos. Es decir, montándose en la fama del trabajo ajeno y que en modo alguno le suma a esas personalidades. Es la política cultural gamberra ejercitándose, en la que no hay que hacer más esfuerzo que mandar a hacer una plaquita, colocar un anuncio periodístico y marcar una noche de show vanidoso bañado en vino.
Quien piensa y actúa diferente a los jefes del área termina de patitas en la calle. Pero quien dobla las rodillas sometiéndose al marco corporativo seguirá pegado de la teta.
De artista pasa a delfín amaestrado. Sufre esterilización de su capacidad creativa y cae en el grupo narcotizado de la sociedad. Pierde así, el país, un material para estimular innovaciones.
Esos artistas se convierten en imagen sin contenido. Masacrados por un concepto de progreso desigual, agresivo al bien social y a la paz, generador de violencia extrema.
La prueba irrefutable de todo esto es lo afirmado en el primer párrafo. Son placas y reconocimientos que nos muestran el cultismo de una configuración depravada.
Me detengo a reflexionar sobre estos reconocimientos y me pregunto: ¿traspasa los límites razonables, toda vez que se promueven homenajes para alimentar el ideal de éxito? ¿Quiénes reciben esas distinciones tienen propuestas culturales renovadoras en lo social, en lo económico o en lo político? ¿Se distingue la propuesta que provoca transformaciones o apenas se alimenta la vanidad del homenajeado y de quien homenajea?
Creo que se ha perdido (o nunca se ha encontrado) el concepto de la función social que representa el artista, que es un agente de transformación indispensable.
No es de extrañar que la depresión del ambiente artístico nacional tenga su origen en las acciones de personas que insisten en eliminar el arte desconsiderando profundamente a productores que con su arte le dan un poquito de sentido a la vida.
Son personas que llegaron al Ministerio de Cultura con el único objetivo de robar mientras amaestran a los delfines. Y así, no hay cómo echar a andar la cultura con tales quehaceres incoherentes.