La jeepeta lucía perfecta, deslumbrante. Con desparpajo, el oferente  entregó la llave al ensimismado mirón, y lo  retó: “Dale pa allá, está nítida, de paquete, de muy poco uso allá, y allá tú sabe cómo son de estrictos… Dime, dime, pa hacé el papeleo diunavé”.

En horas, estaban en trámites. Intercambio por el otro vehículo. Gestión de placa, matrícula. Visita al banco para el papeleo. Todo fluía. Y “más rápido que inmediatamente”.

Del banco, el tasador dio visto bueno. Todo perfecto. Y fue aprobado el préstamo oneroso para pago complementario. Consumada la compra. Vehículo a mano, y con “seguro full que  cubre hasta la respiración”, aseguraron en la entidad financiera. En menos de una semana, él había vendido el adquirido como parte del pago total, no era fraudulento. Y, orondo, ofertaba otros productos importados desde Estados Unidos.

OTRA HISTORIA

Los días pasaban y el vendedor no entregaba el Carfax (expediente del vehículo en USA) que había prometido.

“Eso viene, eso viene”, respondía huidizo al comprador a quien –afirmaba- “jamás engañaría”.

Pero ese día no llegaba. Como no llegaba, afloró la duda en el comprador quien, por otra vía, adquirió el documento. Y allí se evidenció el maco. El vehículo había sido chocado del lado derecho de la puerta del chófer y las bolsas de aire se habían disparado.

Al reclamarle, tartamudeó. “Eso no es na, eso se arregló”, atinó a decir.

La reacción del comprador de buena fe devino rápida y contundente: “Sí, pero toma la llave; quiero una guagua con las condiciones que se correspondan con el precio, igualita…”. 

Él se vio precisado a importar otra que, aunque no tenía todos los accesorios de la anterior, sí respondía a los parámetros de calidad negociados. Y la entregó.

Abundan experiencias como la anterior, y otras tan graves, como: odómetros alterados, choques encubiertos, piezas cambiadas, daños mecánicos y electrónicos con “un paño con pasta”; es decir, arreglados para que duren hasta que se concretice la venta, y, a partir de ahí, “si te he visto, no me acuerdo”. 

En el mercado dominicano de la compra y venta de vehículos usados participan 1,200 dealers organizados y al menos 500 individuales, como cálculo conservador. Y pocos son transparentes con el cliente.

¿Cómo saber, entonces, quiénes son los éticos? Difícil; mas, no imposible.

Comencemos por los bancos. Deben garantizar que los automóviles tienen la calidad para merecer un préstamo y un seguro full. Hasta ahora, algunos se atienen a la verdad del tasador, pero, ¿quién “tasa” al tasador? Se sabe de relaciones estrechas entre éstos y dealers para no ver lo que tienen que ver. Una verdadera conspiración contra el consumidor.

Sigamos por el Gobierno. Hasta ahora, la actitud es reactiva, no preventiva. Se interesa más por los impuestos a través de Aduanas, que, sin embargo, debería ser el primer filtro para la calidad, pero el tema no consta en su agenda. El consumidor “no tiene quien le escriba”. Luego de la compra, el sufrimiento por la falta de dolientes es largo, estresante, desgastante.

Si Aduanas trascendiera el pago de impuestos, no entrarían al país tantas chatarras disfrazadas. Y si entraran, tendrían una clara identificación para que quienes deseen pagarlas y cargar con ellas para sus casas, lo hagan conscientes.

Otra vía de regulación sería categorizar los dealers, como se hace con los hoteles turísticos: por estrellas (1 hasta 7). Y que no  se las asignen ellos. Tampoco que aparezca una plaga de inspectores extorsionadores que pongan precios a las estrellas. Categorización y supervisión deberían ser resultado de una coordinación interinstitucional.

La competencia entre los actores debería darse en igualdad de condiciones, con la calidad como constante. Y el Estado tiene que ser vigilante de la transparencia en el cumplimiento de las normas. Pero también ellos, los dealers, han de ser sensatos con los clientes. Ganar, sí, son sus negocios; pero no tanto como exprimirles hasta las almas.