Todas las estadísticas económicas que se preparan en la República Dominicana dicen que el país anda muy bien. Pero todas las que se producen fuera del país dicen que estamos muy mal. ¿Y cómo es eso?

A veces, los organismos internacionales que se ven precisados a acoger y trabajar con los datos que se les suministra desde aquí, hacen sus análisis, publican sus informes y hacen declaraciones de prensa en las que consta lo bien que va la República Dominicana, pero al voltear la cara se les nota cierta sonrisa burlona, porque no se lo creen. Y el inmenso aparato publicitario gubernamental aprovecha internamente para propagar que ahora ya si está demostrado que es verdad, porque lo dijo tal organismo desde Washington, Santiago o Bruselas.

Los referidos organismos no pueden elaborar datos propios sobre nuestro país, pues tendrían que hacerlo para todos los países del mundo, y además, como son instituciones gubernamentales, no pueden estar desmintiendo a sus gobiernos socios.

En la República Dominicana hemos desarrollado desde hace mucho tiempo una inmensa capacidad para el ilusionismo económico, para vender como realidad nuestros deseos, pero cada vez la gente lo cree menos. En honor a la verdad, no son todas las instituciones que elaboran datos en el país que pecan de ese ilusionismo. Algunas lo hacen para reflejar la realidad tal como es. Pero entonces se presentan increíbles discrepancias entre lo que dicen unos datos y lo que se esperaría.

Aquí fallan todas las teorías económicas. No hay forma de que se relacione estadísticamente el crecimiento económico dominicano con ninguna de las variables independientes (las que lo determinan) ni con las que sobrevienen con él, que arroje resultados coherentes.  Se dice que de acuerdo al ingreso per cápita dominicano se esperaría que tuviera tales resultados en términos de educación, de empleo, de institucionalidad, de ingresos fiscales, de condiciones de vida en general. O que dadas tales circunstancias, el crecimiento fuera tal número.

Entre los datos esperados y los registrados se ven diferencias abismales, sencillamente porque el que preparó el dato de PIB es diferente del que preparó el otro. Estoy convencido de que si al que mide el ingreso per cápita lo pusieran a medir también los niveles educativos, entonces República Dominicana aparecería en uno de los mejores lugares de América Latina en educación.

Una de las publicaciones recientes más llamativas es el Índice de Competitividad Global, que prepara el Foro Económico Mundial, porque muestra con toda su crudeza la discrepancia entre el gran progreso que proyectamos desde aquí y cómo se nos ve desde fuera. En realidad, el ICG más que competitividad de una economía mide el desarrollo de un país, porque incluye múltiples aspectos como nivel de ingresos, infraestructura, servicios públicos, calidad de vida, ambiente macroeconómico, confiabilidad del gobierno, corrupción, etc.

Y dicho índice califica a la República Dominicana muy mal.  En el Hemisferio Occidental sólo Surinam, Nicaragua, Paraguay, Venezuela y Haití tienen puntuaciones más bajas. Pero lo peor de todo ello no es la baja calificación, sino cómo va hacia atrás. Hace cinco años el país aparecía en el lugar 93 y en el último reporte ha bajado al 110 entre de 142 países cubiertos.

En honor a la verdad, una parte de la explicación es que ahora el ICG abarca más países. De los 17 lugares perdidos, nueve se explican por la incorporación de nuevos países que antes no se medían y que al ser incorporados al índice nos empujaron hacia abajo al caen en mejores lugares que la economía dominicana. Pero los otros ocho lugares perdidos se explican porque once países que mostraban inferiores niveles de desarrollo pasaron a superarnos, en tanto que curiosamente, en ese período la República Dominicana sólo sobrepasó a tres países.

Esto último es lo que extraña, porque si es verdad que la República Dominicana va progresando más rápido que los demás, como se dice, si corre tan rápido, entonces lo lógico sería esperar que fuéramos sobrepasando a los demás, y no ellos a nosotros.