Las relaciones de pareja están pautadas jurídicamente por nuestra constitución en la que solo se permite la monogamia heterosexual. Otras prácticas de relaciones de pareja, matrimonio, uniones o formación de familias están excluidas de los preceptos constitucionales, pero eso no significa que no existan. Su existencia es diversa y tienen raíces históricas profundas.
El ejercicio de la poligamia desde la masculinidad en nuestra sociedad nunca ha sido cuestionado públicamente por el contrario se encuentra legitimada y normalizada. La existencia histórica de “amantes” “queridas” en muchos hombres de diferentes estratos sociales y con cargos políticos, legislativos y públicos no son objeto de investigación judicial. Varias familias paralelas formadas por un solo hombre con muchos/as hijos/as son frecuentes en diferentes provincias y comunidades.
El hombre no tiene una reputación “cuestionable” ante esta práctica, sino que por el contrario adquiere un mayor “puntaje” con respecto a su virilidad y su machismo. Las “amantes” y “queridas” son las que han sufrido y sufren el cuestionamiento social y el estigma que afecta su presencia en determinados círculos y actos sociales.
Cuando la mujer se sale de esta norma y adopta prácticas múltiples de transacción económica a través del sexo carga con el estigma de “puta”, “cuero” o “prostituta” (trabajadora sexual) y una nueva categoría asociada a las anteriores, “chapeadora”
Los roles segregados de género sostenidos por el patriarcado en el que la mujer se relega al hogar, a las tareas domésticas, cuidado y crianza de sus hijos/as han servido de plataforma para convertir a la mujer en la que “da el sexo” a cambio de ser “mantenida” por el hombre, proveedor principal. La mujer históricamente excluida de los derechos sexuales y reproductivos por cientos de años, ha jugado ese papel, el sexo no es para ella sino para el marido y sirve como mecanismo de obtención de ingresos pues se busca un “marido que la mantenga”.
La relación entre sexo y transacción económica está vinculada al matrimonio en la sociedad patriarcal. El matrimonio es parte de un sistema de regulación del sexo en el que los vínculos sexo-transacción económica aparentemente se diluyen, limitando la relación de la mujer con un solo hombre, pero el hombre puede tener acceso a varias mujeres, cada una de ellas a su vez reclama y demanda la retribución económica que le corresponde.
Nuestra sociedad históricamente ha legitimado esta lógica desigual entre hombre y mujer, le ha vendido a la mujer que ser “seria “ es aceptar estas normas, su cuerpo debe estar al servicio exclusivo de su “marido”.
Cuando la mujer se sale de esta norma y adopta prácticas múltiples de transacción económica a través del sexo carga con el estigma de “puta”, “cuero” o “prostituta” (trabajadora sexual) y una nueva categoría asociada a las anteriores, “chapeadora”.
La diferencia entre “la chapeadora” y las otras categorías es la salida “del closet”. No están ocultas y en muchos casos encuentran representaciones en figuras públicas que sirven de referencia como modelos estéticos-corporales con una inversión significativa de cirugías estéticas para mantener la práctica.
Los favores sexuales que ofrece la chapeadora tienden a ser “confundidos” por el hombre que entienden debe reducirse a ser “amante” desde normas monogámicas y no entrar en prácticas de múltiples servicios a otros hombres. De ahí que la chapeadora rompe con el patrón de “amante” porque ella también ejerce poligamia al igual que el hombre que se beneficia de sus favores sexuales.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY