Según una versión del Listín Diario de la reunión del Comité Político del PLD, el expresidente Leonel Fernández habría sostenido que nunca ha aspirado a nada, llegando incluso a renunciar a su reelección en el año 2012 como muestra de su supuesto espíritu de desprendimiento a favor del presidente Danilo Medina. Como señala un viejo dicho “hay que estar vivo para ver y escuchar cosas”. Lo cierto es que el señor Fernández no renunció a nada ese año. Todo lo contrario. Insistió hasta donde pudo en presentarse como candidato a pesar de que su propia Constitución, promulgada en el 2010, se lo impedía, y la anterior le ponía término a su carrera presidencial. ¿De dónde saca entonces este hombre tan osada afirmación?
Si no llegó a ser el candidato con todo su control sobre los organismos electorales, el sistema de justicia y todas las estructuras de poder, se debió única y exclusivamente al rechazo que sus pretensiones encontraron en la sociedad civil y en buena parte de la población, a su creciente nivel de impopularidad por el manejo personal del presupuesto de la República, y por su apoyo a la corrupción existente en su entorno más íntimo. Y, sobre todo, a su arrogancia, que le hacen creerse todavía por encima de todo ser viviente en el país. Fueron esas las verdaderas causas de su primera gran derrota, el golpe que hirió su narcisismo, la que no termina de asimilar, pretendiendo un regreso fatal que ni en su propio partido desean.
No fue el candidato para un cuarto mandato en el 2012 porque los vientos que ya soplaban en su contra lo hubieran echado al piso. Su actitud y comportamiento lo confirman. Se sabía para esa época de su intención de destruir cuantas instituciones democráticas nos quedaran para satisfacer su insaciable ansia de poder. Tal como ahora amenaza la unidad de su partido, para evitar ser despojado de un liderazgo que en los hechos ya no posee y sólo él no parece darse cuenta.