Los cubanos, los de la isla, no saben bailar merengue. Resulta un poco increíble eso para un dominicano, pero cierto es.
Lo bailan con pronunciados movimientos de cadera que describen semicírculos, ondulaciones ero-sinuosas que van acompañadas de encontrados e intensos movimientos de hombros lo que les hace adoptar una ligera posición inclinada hacia delante.
Bailan, el merengue dominicano, con las piernas semiabiertas y, las más de las veces, sueltos ambos integrantes de la pareja. El protagonista es el cuerpo todo, mucho más que los pies.
En el Merengue, los protagonistas son los pies que danzan al compás de moderados movimientos laterales de cadera, donde las piernas juntas, la altivez de la cabeza y los discretos movimientos de hombros, le otorgan una majestuosidad que no limita la cadencia que emana de esa herencia afro antillana que se le desborda. La pareja marca el ritmo, más rápido o más despacio; evoluciona, casi todo el tiempo, sin soltarse.
Aunque los cubanos no lo saben bailar, sin embargo, utilizan el merengue como base musical de sus carnavales, en el Oriente de Cuba, en Las Tunas, Holguín, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo. La mayoría de sus carrozas exhiben coreografías con música de Jonnhy Ventura, de Sergio Vargas, de Eddy Herrera o de Juan Luis Guerra que son de los más difundidos. En las áreas del carnaval, el pueblo baila con salsa y merengue. En las ciudades orientales, los bici-taxi, además de transportar dos pasajeros difunden, con sus rudimentarios equipos de sonido, la bachata por toda la ciudad. Sé muy bien que desde hace más de 50 años, en las fiestas navideñas, las familias hacían una rueda, de extremo a extremo de la casa, arrollando al compás de El negrito del batey, era un merengue bailado como conga. Desde entonces, creo que se cubanizó el merengue dominicano.
¿Por qué los cubanos –sobre todo los orientales, disfrutan tanto del merengue en fiestas familiares y, especialmente, en los carnavales? Múltiples pueden ser las causas. Encontraremos en algunos pasajes de la historia que cualquier cubano, y especialmente, los del Oriente de Cuba, puede tener sangre dominicana, si indagamos en la historia.
El proceso de formación de la nación cubana, recibió el aporte de miles de dominicanos, en diferentes momentos de la historia, uno de estos períodos fue desde 1795 hasta 1808, como queda manifiesto en el libro Las emigraciones dominicanas a Cuba, del intelectual dominicano Carlos Esteban Deive.
“Este ensayo versa sobre las emigraciones de los habitantes de Santo Domingo a Cuba, efectuadas con motivo de la cesión de la colonia a Francia en virtud del Tratado de Basilea de 1795 (…) El hecho de que este ensayo se ciña a las emigraciones a Cuba y no a otras partes, se debe a la mayor afluencia de criollos y españoles a ese país (…) y en él residieron, según cálculos efectuados por las autoridades cubanas, unos 4,000(…)”.
En el primigenio periódico dominicano Listín Diario de los años 1891-1895, en el Archivo General de la Nación, descubrí que existía un vapor llamado "Manuelita y María" que salía de puerto San Juan, hacía noche en puerto Santo Domingo, continuaba hacia Santiago de Cuba, hasta llegar al puerto de La Habana y retornaba por la misma ruta. Este recorrido mensual, facilitaba el intercambio comercial, artístico y migratorio, en general.
Más allá del intercambio cultural y político que protagonizaron las grandes figuras de la historia, como Máximo Gómez, Martí, los Henríquez-Ureña, y otros; se produjo una comunión histórica entre ambas naciones, un flujo migratorio de doble vía que marca un cariño ancestral, una hermandad que los vaivenes políticos no han podido limitar. Son miles y miles de dominicanos que han aportado a la nacionalidad cubana. Así lo refieren los autores Rafael –Cucullo– Báez Pérez e Ysabel A. Paulino Cotes, en el libro publicado por el Archivo General de la Nación: Raíces de una hermandad, donde versa: “(…)pudimos constatar que la presencia dominicana en aquella isla no se limitó a los héroes más conocidos que participaron en la Guerra de Independencia de Cuba (…) el cura de la iglesia Santísima Trinidad, una de las parroquias antiguas de la ciudad de Santiago de Cuba, Carlomán Echavarría, y el sacerdote dominicano Fausto Cruz, además, de sus conocimientos sobre el tema, nos abrieron los archivos bajo su tutela y nos dieron su apoyo. Esto fue de gran importancia, dado que, en la época de mayor auge migratorio entre ambos países, Santiago, como capital de la provincia oriental de Cuba, fue uno de los principales centros receptores.” Palabras reveladoras la de los investigadores Báez y Paulino.
Trascenderá entre nuestros pueblos hermanos, la entremezcla ancestral y promisoria de culturas, de historias y de porvenir; en una integración de sentimientos, de ideas, de anhelos comunes: pueblo a pueblo, corazón a corazón.