Ustedes me perdonaran que comience con un breve cuento escatológico, un tanto suavizado por respeto a los lectores, para definir la multidifícil situación que estamos pasando actualmente.

Es el del optimista y el pesimista. El primero, decía que la cosa estaba tan apretada que este año iban a comer excremento humano, y el segundo afirmaba que no habría suficiente para todos.

Y así parece según lo mucho que nos está sucediendo.

Primero, la pandemia del virus, el Coronavainas, porque este maldecido señor que vino de la milenaria y maravillosa China es una verdadera vaina, con sus cientos de fallecidos y miles de infectados -y los que por desgracia faltan- y sus terribles secuelas: miedo a contagiarse, confinamiento más largo que un día sin pan, busca y compra de guantes y mascarillas a veces pagando precios abusivos, desconfianza casi patológica hacia los demás !no me toques! ¡no te acerques!, negocios cerrados o entreabiertos, calles desiertas, desempleo temporal o permanente, posible inestabilidad macroeconómica, y otras más que irán apareciendo en breve.

A esta desgracia general, hay que añadirle la del Coronabebe, o sea la venta de licores adulterados, los ya bien conocidos por los bebedores kamikazes como tapa suelta, clerence, triculi o pitrinche, que se ha llevado por delante, hasta el momento, la más que considerable cantidad de ciento cincuenta y cinco dominicanos -la mitad de los de la epidemia- y mantiene otros ochenta hospitalizados. El caso no es nuevo, pues se repite de tanto en tanto, pero sí es nueva la gran cantidad de personas afectadas, doscientas treinta y nueve según publica un diario de la capital.

Nuestros gobiernos son como los burros, caminan después que se les da el palo, ahora es que se emprende la búsqueda y detención de los adulteradores y no antes para prevenir sus mortales efectos, aun sabiendo que esta práctica criminal se viene produciendo desde siempre.

Después, porque las penas no vienen solas, sino por legiones, está el Coronahumos de Duquesa -ningún vertedero en el planeta debe tener un nombre tan noble y distinguido para una función tan grosera como la  de acumular basura- que viene desde hace día nos asfixia y enferma con su pestilente humareda, que abarca toda la capital desde los vecinos del próximo Casabe, que no ca sabe cómo pueden sobrevivir a semejante plaga, hasta los del lejano Gazcue.

Dado que estos incendios se producen con relativa frecuencia, el Gobierno debería proporcionar mascarillas gratuitas, no como las cu qui ka de ahora, sino como las de los soldados de la primera guerra mundial, que se utilizaban contra el mortal gas mostaza lanzado por los alemanes.

Y por si fuera poco, hay que poner atención al Coronaseca, otro bicho que hay que estar bien atentos, pues al parecer viene por ahí según dicen agricultores y  ganaderos, y es la falta de agua. De nuevo, por la respuesta de la naturaleza a los incesantes atentados del hombre contra su entorno natural, el clima se venga y cambia, y los campos y por extensión las ciudades se resienten en gran medida. Recordemos que la muy cercana pasada sequía arruinó a muchos productores de cosechas y ganado en todo el territorio nacional. Ahora que el coronavirus nos está enseñando a ser más racionales en algunas cosas, seámoslo mucho más con el agua.

Y por último, y hasta el momento, otro virus más, el Coronadólar, la moneda verde gringa está como un ascensor loco, sube y sube, pero no baja, y esto, lo sabemos demasiado bien, acaba en el alza de los precios en detrimento de los ya deprimidos bolsillos de los compradores.

Así las cosas, recomendamos hacer realidad el dicho popular de bañarse con la cola de bacalao, preferiblemente en Boca Chica, ahora que no hay vendedores moscones ni parqueadores atosigantes, para librarnos de tanta mala suerte que nos está cayendo encima como las plagas bíblicas aquellas.

Si esto sigue incremetándose, como decía el pesimista del inicio del escrito, no va a haber colas para todos. Así que  vaya buscando la suya porque la demanda viene fuerte.