Luego de decapitada la dictadura, escritores, ensayistas y poetas dominicanos se volcaron al tema haitiano, lo vieron con simpatía y algunos asumieron incluso la culpa por la matanza ordenada por Trujillo para controlar el poder político en Haití como paso previo al control del Caribe y parte de Centroamérica e, incluso, a importantes senadores y representantes del Congreso norteamericano, a un sector de la prensa y a algunos prominentes bufetes de abogados, como el de Richard Nixon.
Manuel Rueda volvió al tema con su libro La metamorfosis de Makandal (SD: Banco Central, 1999) y Carlos Esteban Deive con investigaciones sobre el negro dominicano, los guerrilleros negros y una novela de asunto haitiano como Viento negro, Bosque de Caimán (SD: Centenario, 2002). Rueda no se quedó en el poema del rayano ni en “los cantos de la frontera”, sino que en Makandal elabora la idea de la unidad de la isla conforme a tradiciones culturales comunes: composición étnica, religiosidad y que ambos pueblos han estado divididos no por la frontera, sino por los políticos. Makandal es el símbolo de esa unidad deseada y de esa transubjetividad. La novela de Deive se detiene el 26 de enero de 1801, día de la llegada de Toussaint a Santo Domingo.
La escritura dota simbólicamente de la categoría de sujeto a Toussaint, a los haitianos y a los negros esclavos de la parte Este de la isla que al día siguiente, 27, serán convertidos en sujetos libres mediante la proclama verbal que abolió la esclavitud –el texto no lo dice, pero lo connota a causa de la algarabía de la población y la actitud del ex gobernador español: “Muy a su pesar, don Joaquín García Moreno recordaría, ya entrado en años, que nunca antes Santo Domingo había estado tan metido en fiesta.” (244)–.
En la diáspora dominicana en los Estados Unidos, sobre todo la de Nueva York, por circunstancias de debilidad política, intelectuales, políticos y líderes comunitarios han estado obligados a pactar con la comunidad haitiana para poder avanzar posiciones de poder con respecto a otras comunidades más fuertes (puertorriqueños, judíos o italianos) que tratan de subordinarse a la dominicana a sus intereses.
No es coincidencia si un libro de un intelectual de aquella diáspora, Dió-genes Abreu, titulado “Sin haitianidad no hay dominicanidad” (Premio de Ensayo Letras de Ultramar 2013. SD: Nacional, 2014) sea un grito de denuncia y rebeldía a favor del derecho de la ciudadanía de los niños nacidos en nuestro país de padres haitianos indocumentados.
¿Cuál es la teoría del lenguaje y la historia, del sujeto y la literatura, del signo y el discurso con que Abreu aborda la especificidad de lo haitiano y lo dominicano? No extraña que en Abreu el poema esté totalmente ausente y que haya escogido la z(s)arandunga banileja o los instrumentos de percusión como los panderos, altamente semióticos, para analizar un lado de la cultura popular en su obra.
Es la misma teoría con la que los intelectuales ancilares del frente oligárquico analizan el lenguaje y la historia, el sujeto y la literatura, el signo y el discurso, el Estado y el poder. Por eso el discurso de Abreu, al igual que el de los ideólogos de los derechos de la diáspora en los Estados Unidos, se queda en denuncias, reclamos, condenas y maldiciones y aunque reivindica el derecho de ciudadanía para los niños haitianos hijos de padres indocumentados, pero nacidos en la República Dominicana, al igual que se les reconoce automáticamente esa ciudadanía si nacen en los Estados Unidos, Abreu no puede establecer por qué eso no puede ocurrir en su país de origen.
El otorgamiento de ciudadanía a los niños nacidos aquí de padres haitianos indocumentados no puede ocurrir porque Haití y la República Dominicana no son un Estado nacional verdadero, como los Estados Unidos, sino que ambos son países gobernados por un frente oligárquico que se ha subsumido a las fracciones industrial, financiera, burocrático-estatal, cultural, religiosa, universitaria, deportiva, sindical, etc., con las que gobierna y comparte una cuota de la extracción absoluta de plusvalía al proletariado y a las clases subalternas.
Abreu da por sentado la existencia de la nación dominicana y haitiana (pp.19, 21, 22, 27, 29, 31, 36). Esa inexistencia de la nación es la responsable de la existencia en ambos países de dos Estados clientelistas y patrimonialistas. Por eso, la respuesta que brinda el frente oligárquico al reclamo de ciudadanía de los niños de padres haitianos indocumentados nacidos en la República Dominicana, es la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional (TC), un órgano del Estado clientelista y patrimonialista que facilita y legitima la violenta acumulación originaria que se verifica hoy en la formación social dominicana. Abreu mismo describe en su obra (p. 29, nota 10) la labor del presidente del TC, Milton Ray Guevara, en la contratación de mano de obra barata con el régimen haitiano durante los gobiernos de Guzmán y Jorge Blanco.
Abreu cita también la justificación, desde el Estado mismo, del uso de indocumentados haitianos en las labores de construcción del metro por parte de Diandino Peña y la posición propalada en la prensa en contra de tal proceder por los constructores de viviendas Fermín Acosta y José Rodríguez al denunciar ese hecho, así como la declaración cínica del director de Migración al abogar por sanciones a quienes usen mano de obra extranjera ilegal (p. 30, nota 11). Incluso en un país con un Estado nacional verdadero como lo es Norteamérica, Obama inició las deportaciones de indocumentados y sus hijos nacidos en los Estados Unidos. Una contradicción constitucional y del propio Estado de derecho de aquel país, pero en esta hora de gran dificultad de acumulación mundial de riquezas, la razón política violenta hasta los cimientos de un Estado dirigido por la clase burguesa gobernante y dominante norteamericana.
Mientras los teóricos e ideólogos de la diáspora dominicana y latinoamericana en los Estados Unidos sigan analizando el problema con las mismas nociones de lenguaje e historia, Estado y poder, sujeto y literatura, signo y discurso que utilizan los intelectuales de los frentes oligárquicos hispanoamericanos, reforzarán, por más denuncias y rebeldías que asuman, los mismos intereses del partido del signo, es decir, la metafísica. Su acción y su discurso corren el riesgo de ser cooptados y recuperados por el poder del frente oligárquico, del mismo modo que, como lo señala Abreu, “algunos gobiernos dominicanos ‘cierran’ la frontera para ‘proteger’ la patria, [pero] los grandes empresarios haitianos de color ‘logran aterrizar tranquilos y protegidos’ (hasta en aviones privados) en los aeropuertos dominicanos.” (Nota 6, p. 22).
Para el frente oligárquico, RD es su negocio privado. Hoy, en momentos de nacionalismo exacerbado, la gran mayoría de la pequeña burguesía, del proletariado y de las clases populares, en vez de dirigir su lucha política en contra del frente oligárquico que les explota inmisericordemente, prefieren orientar su violencia en contra de la mano de obra barata haitiana que viene al país en busca de mejor vida a realizar los trabajos que los dominicanos consideran humillantes y degradantes, pero que en Puerto Rico y los Estados Unidos los hacen sin rechistar a fin de sobrevivir a la miseria que los gobiernos oligárquicos les ofrecen en su propio país. Los haitianos indocumentados y pobres son, para esos dominicanos, los sujetos malos a quienes hay que matar.
(*) Publicado en Areíto del periódico Hoy el 14 de febrero de 2015 y en Acento.com de la misma fecha con permiso del autor.