(3. Según lectura de los textos)*
Yelidá, de Tomás Hernández Franco, no es la historia de sus progenitores, el marino noruego Erick y su amante Mamuasel Suquiete, sino la de su hija, la mulata: “Esta no es la historia de Erick al fin y al cabo/que a los treinta años era marinero/ y vendía arenques noruegos en su tienda de Fort Liberté/mientras la esposa de Erick madam Suquí/rezaba a Legbá y a Ogún por su hombre blanco/rezaba en la catedral por su hombre rubio.” (Obras literarias completas. Estudio, notas y compilación de José Enrique García. SD: Consejo Presidencial de Cultura, 2000, p. 215). Este es el bovarismo que prima en Haití (y en el resto del Caribe, teorizado por Franz Fanon), constatado por Léon-François Hoffmann en su libro Haïti. Couleurs, croyances, couleurs. Puerto Príncipe: Henri Deschamps/Cidihca, 1990). Price Mars creía saerróneamente que el bovarismo era privativo de los dominicanos.
Y esta formidable mulata fue el resultado de aquella unión sexual, símbolo del mulataje caribeño: “Y así vino al mundo Yelidá en su vagido de gato tierno/mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí.” (Op. cit., p. 216). Luego de aventurar el relato las vicisitudes de Yelidá personaje, el texto concluye con el famoso estribillo: “Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera.” (Op. cit., p. 221) Primero porque es pura ficción, y segundo, porque como poema está dialécticamente relacionado con la historia del Caribe y su difícil asunción por parte de negros y mulatos debido a la ideología colonialista hispanófila que gobierna las mentes de la mayoría de los caribeños y por esta razón hay tantos investigadores que han iniciado la reconstrucción de la historia de los mulatos en esta zona geográfica.
La posición de Juan Bosch con respecto a Haití es harto conocida. Es ética y política, anti etnocéntrica y no contiene ninguna de los cincos instrumentalismos (el lingüístico, el político, el social, el lógico, el político y el artístico-literario estudiados por Henri Meschonnic) que caracterizan al discriminador de sujetos. Me parece que la posición de Bosch se asemeja a la del poema Yelidá en su historicidad. Respeto absoluto al otro, reconocimiento de las especificidades históricas y culturales de los dos países, cada cual en su sitio, con su soberanía, su independencia, pero relaciones diplomáticas cordiales y una política de cooperación y solidaridad cada vez que las circunstancias lo exijan.
No voy a reproducir las incidencias de las posiciones de Bosch en torno a Haití, sino remitir a mi libro Estudios lingüísticos, literarios, culturales y semióticos (SD: Unapec, 2011 pp. 342-351) que contiene la crítica de Bosch a las posiciones racistas en contra de Haití y los haitianos sostenidas por Ramón Marrero Aristy, Héctor Incháustegui Cabral y Emilio Rodríguez Demorizi, quienes se entrevistaron con Bosch en La Habana en 1942, por instrucciones de Trujillo, y antes de que salieran para Santo Domingo Bosch les entregó una carta donde les acusa de anti haitianos: “Los he oído a Uds. expresarse casi con odio hacia los haitianos, y me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno, cómo es posible querer a los hijos de uno al tiempo que se odia a los hijos del vecino, así, solo porque son hijos de otro. Creo que ustedes no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o chino, a vivir con aquel mínimo de bienestar indispensable para que la vida no sea una carga insoportable, que Uds. consideran a los haitianos punto menos que animales, porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarían Uds. el derecho a vivir…” (pp. 348-49).
Luego, el propio Marrero Aristy sufrirá en carne propia la discriminación, en Cuba (donde no se le dejó entrar al Centro Vasco ni a él ni a mulatos claros y de pelo lacio como Nicolás Guillén y José Luciano Franco que andaban con el embajador Incháustegui Cabral). En Miami también sufrió la humillante discriminación. En aquella ciudad se encontró circunstancialmente el autor de Over con el autor de Poemas de una sola angustia. Pero Marrero Aristy, para impedir que le discriminaran en Miami en restaurantes y otros sitios, se manejó, como fiel imitador de Trujillo, a golpe de dólares y malicia campesina, según cuenta Incháustegui Cabral en un artículo muy jocoso titulado “Marrero y la discriminación”, incluido en Escritores y artistas dominicanos. Santiago: Universidad Católica Madre y Maestra, 1978, pp.103-104).
En el plano literario, aparte de la respuesta a los tres intelectuales trujillistas, hay que leer el cuento “Luis Pie”, cuyo análisis realizo en mi libro supra citado como una extensión de la respuesta anti-racista a los tres ideólogos de la dictadura. La respuesta de los tres intelectuales trujillistas a la carta de Bosch se encuentra en el opúsculo Para la historia. Dos cartas. (Santiago: El Diario, 1943). La carta íntegra de Bosch está en Guillermo Piña Contreras (Juan Bosch. Imagen, trayectoria y escritura, t. I. Imágenes de una vida. Santo Domingo: Comisión Permanente de la Feria del Libro, 2000, p. 54). Queda pendiente de investigación la posición de Incháustegui Cabral en sus obras poéticas y ensayísticas antes de entrar a colaborar con la dictadura de Trujillo. Over, a través de su personaje central, Daniel Comprés, bodeguero en el batey de un central azucarero del Este, termina queriendo y comprendió a los haitianos. Pero hay que puntualizar que Over fue escrita cuando Marero Aristy era un opositor “comunista” a la dictadura de Trujillo, a la que sirvió después con devoción cuando, al igual que Incháustegui Cabral, otro “comunista”, según Jesús de Galíndez, se pasó al régimen dictatorial. Razón por la que su obra poética Poemas de una sola angustia, así como cualquier discurso ensayística anterior a su colaboración con Trujillo debe verse bajo el prisma opositor/colaborador.
Durante la pos-dictadura, Manuel Rueda escribió un importante poema titulado “La canción del rayano” (incluido en La criatura terrestre. SD: Del Caribe, 1963), donde traza la especificidad de este sujeto extraño, que no es en la práctica cultural ni haitiano ni dominicano: “Ahora estoy desterrado del Edén, sobre la roca dura/atento a mis entrañas, /roto mi corazón en dos pedazos de odio y abandono” (p. 32).
Más adelante, en otro texto titulado “Cantos de la frontera”, la escritura de Rueda es un dolido lamento y una crítica a los gobernantes de ambos países que solo han sabido mantener divididas a las dos comunidades mientras, a golpe de tratados y convenios, resuelven sus diferencias con lucrativos negocios. No se matan entre sí, como dice Valéry: “(¿En dónde estás, hermano, mi enemigo de tanto tiempo/y sangre?/ ¿Con qué dolor te quedas, pensándome a lo lejos?) (p.37). Rueda, nativo de Monte Cristi, al igual que Jimenes Rivera, conoce bien la cultura rayana, y por eso continúa la tradición de “L’aitianita divariosa”, poema que conocía muy bien, además del hecho de que Chery Jimenes estaba emparentado con él por el lado materno de los González.
El final del poema es desolador, pues narra el encuentro protocolar de los presidentes haitiano y dominicano en la frontera y luego de concluida la ceremonia, todo vuelve a la desolación y el abandono. Rueda se queda con su sujeto rayano, al que ha dotado de ese estatuto, y con su pena: “Luego los dignos visitantes, sin traspasar las líneas, /retiráronse al ritmo de músicas contrarias, /–reverencias y mudas arrogancias–. /Y volvimos a dar nuestros alertas, /a quedar con el ojo soñoliento sobre los matorrales encrespados. /Y volvimos a comer nuestra pobre ración, /solos, lentamente, /allí donde el Artibonito corre distribuyendo la hojarasca.” (p. 38).
De este poema de Rueda la única ideología etnocéntrica está en este verso: “y la ronda de hogueras donde al anochecer bailabas/invocando a tus dioses sanguinarios.” (Ibíd.). Los dioses de la religión animista del vudú no existen, son humo metafísico. Lo que sí existe es el ritual del sujeto del vudú que apela al sacrificio de un cabrito o un gallo. Se vierte sangre, pero eso no es sinónimo de “salvajismo”, como lo pregonan los hispanistas que obvian ese mismo sacrificio en el Viejo Testamento, en Grecia y Roma, de donde les viene el eurocentrismo. El prejuicio radica en que los judíos pasaron del sacrificio humano – la realidad– al sacrificio animal u objetual –el símbolo–, pero los sujetos del vudú, no. Esta falta de tránsito de la realidad a lo simbólico convierte a todos los sujetos del mundo, de acuerdo a este racionalismo historicista, en gente no civilizada, sin cultura, inferior y “salvaje”. Esta es la visión ideológica de los discursos y prácticas etno y eurocéntricos. Los miembros del partido del signo asumen, consciente o inconscientemente, de esta ideología.
(*) Publicado en Areíto del periódico Hoy el sábado 31 de enero de 2015 y reproducido con permiso del autor en Acento.com.do