Es común pensar que cuando hablamos de la identidad de un pueblo estamos hablando de su modo de vida, de sus relaciones con la naturaleza y con los otros pueblos y de la manera tan peculiar en la que se mira a sí mismo en constelaciones geográficas y semánticas cada vez mayores. Hay una identificación natural entre la identidad colectiva y la cultura de un pueblo.
Por ello es que resulta habitual que cuando hablamos de identidad dominicana se resalte, casi de modo inconsciente, el folclore nacional como los componentes naturales de la identidad colectiva. Lo que no advertimos es que estos rasgos permanentes de la cultura tradicional son elecciones estereotipadas que responden a valoraciones de la élite nacional. Un grupo de poder construye un imaginario social ligado al folclore y desde allí configura el conjunto de significaciones representativas de lo nacional, pero ni son todos los que están ni están todos los que son.
Por ejemplo, cuando en la propaganda turística del país se expone lo nacional ligado al merengue típico se dejan fuera otras expresiones musicales también autóctonas que no han sido elegidas por su carácter regional. Precisamente, ¿no es el merengue típico una expresión regional elevada al rango de lo nacional por una decisión de élite? En este sentido, ¿lo nacional no está constituido también por esas otras expresiones folclóricas regionales? ¿y qué de las expresiones de las minorías?
La cultura nacional es un constructo de la élite en su afán de homogenizar la diversidad en una expresión monolítica. Esta última le servirá de legitimación a su proyecto hegemónico y totalizador. Mientras más iguales seamos en la expresión simbólica y en la trama de significaciones sobras las cuales nos interpretamos y dirigimos nuestra acción, esto es cultura para Geertz, menos transformaciones en el entramado social. La vida colectiva se mantiene a través del tiempo como siendo una y la misma y nos da la falsa sensación de seguridad al estar unidos, como colectividad, frente a lo extraño. Pero desgraciadamente desiguales.
Lo que planteo es que la cuestión de la identidad nacional es un discurso ideológico para dar uniformidad e integrar a los miembros de una comunidad política al proyecto “común” de las élites. ¿Significa esto que no debemos tener identidad nacional? De ningún modo. Lo que significa es que el discurso sobre la identidad nacional puede constituirse en un factor de alienación colectiva y, ante todo, cuando este discurso se monta sobra la idea de Nación, de Historia Patria (con mayúsculas) y retrotrae al pasado su proyecto político de lo que, a su juicio, debe ser el país.
¿Sobre qué edificamos nuestra identidad colectiva? ¿Conviene seguir identificándonos con los rasgos folclóricos regionales, por tanto, hablar de identidades regionales en vez de hablar de identidad nacional? El sentimiento nacional de una comunidad política se compone de dos dimensiones: hacia dentro en la integración de estas diversidades regionales en un proyecto común de Nación; hacia fuera en el principio de alteridad, en la diferenciación de lo otro. Ad intra, la identidad colectiva integra; ad extra, la identidad colectiva separa.
¿Cómo rompemos con el discurso ideológico de la élite sobre la identidad nacional? Creo que el paradigma de la interculturalidad nos puede dar luces de una nueva construcción de la identidad nacional, necesaria como factor de integración de los miembros de la comunidad política, que respete las significaciones y representaciones tradicionales y no tradicionales de las culturas regionales. Igualmente creo que la interculturalidad puede darnos mayores luces para entender correctamente la diferenciación de la colectividad política frente a lo extraño.
La expresión subjetiva de la cultura es la identidad (Gilberto Giménez). Toda identidad se construye a partir de los contenidos culturales que no siempre son los contenidos folclóricos elevados al rango de lo nacional por las élites de una nación. La interculturalidad es posible ad intra de la comunidad política, en el respeto y la integración de las diferenciaciones locales y regionales. Igualmente, la interculturalidad es imprescindible ad extra en la demarcación de las diferenciaciones suprarregionales o nacionales.
El paradigma de la interculturalidad establece un diálogo respetuoso con las diferencias, pero no es un tú allá y yo aquí, sino un nosotros diferenciado.