Uno de los hechos más indignantes en nuestra sociedad enferma lo constituye el abandono y descuido a que son expuestos los cementerios públicos en el país, refiriéndome en específico a los cementerios del Distrito Nacional, los cuales son objetos de vandalismo, saqueos y atracos por inescrupulosos que se dedican a violentar y depredar las tumbas, Panteones o cualquier otra estructura física con el fin de sustraer los materiales de construcción, o cualquier objeto de poco valor para venderlas, un verdadero raterismo el cual se ejecuta a la vista de cualquier autoridad municipal, dejando claramente expuesta la ineptitud e irresponsabilidad en sus funciones.
La poca vigilancia agrava la situación la cual es definitivamente peligrosa y de riesgo para el ciudadano que quiere visitar los cementerios, convirtiéndole en una presa fácil para ser despojado de sus pertenencias. Es bien conocida la orientación y creencias religiosas que forman parte del carácter social de los dominicanos y parte de esta tradición es visitar los campos santos para orar, rezar y rendir tributo a sus difuntos, costumbre que ha sido modificada debido a la criminalidad, lo que ha obligado a disminuir la frecuencia de visitas, o asistir acompañados de una o más personas, para evitar convertirse en víctimas.
Bajo este estado de cosas y la indiferencia de las autoridades municipales, nos cabe preguntar ¿Para que elegimos un síndico, a quien el pueblo paga salarios extravagantes de lujo? – ¿Para qué tenemos un ayuntamiento? Ya que según datos publicados por la prensa nacional aseguran que el ayuntamiento del Distrito y su sindico han recibido sumas astronómicas en sus varios periodos de gestión, sin embargo, poco se ha invertido en el cuidado de los cementerios públicos y en especial en la seguridad ciudadana, desviando estos recursos “a crear nóminas y botellas que no dan ningún beneficio, ni suministran servicios, solo abultan los bolsillos de algunos funcionarios”.
Otros hechos despreciables que han sido ampliamente denunciados en la prensa nacional, son aquellos que envuelven la profanación de los cementerios públicos donde descansan los restos mortales de difuntos; es bien conocido que al sepultar a una persona, la preocupación mayor de los familiares es la preservación física de los restos del fallecido, ya que es de amplio conocimiento las acciones delictivas que ocurren en los cementerios públicos debido al abandono y falta de seguridad existentes en estos, siendo muchos de los casos en que los difuntos son removidos de sus tumbas y violentamente saqueados y despojados de cualquier prenda o pertenencia de valor y en numerosos casos despojados del ataúd y el cuerpo del fenecido lanzado al suelo dejándolo abandonado en medio de una escena macabra Dantesca, que no solo produce horror sino dolor y humillación a los familiares y relacionados, siendo la motivación de esta ultrajante práctica el obtener beneficio monetario al vender el ataúd, lo que ha obligado a muchas familias a romper a martillazos el féretro antes de darle sepultura, acción que generalmente se efectúa en presencia de los familiares y asistentes al sepelio para evitar que este sea revendido, aumentando el sufrimiento de la perdida al sentirse impotentes frente este acto barbárico que debe de ser efectuado para evitar el ultraje del ser querido.
Nótese donde ha llegado el individualismo indolente, la carencia de respeto hacia la vida humana y falta de valorización al dolor ajeno, pero como comunidad decente tenemos que reflexionar, reclamar y exigir que se respeten nuestros derechos, porque una sociedad que permite que no se respeten sus muertos, que se violen impunemente sus campos santos y no se honre la memoria de sus seres queridos, no merece llamarse digna. Desafortunadamente estos actos barbáricos, primitivos, parecen seguir en aumento, lo cual sería preocupante que este tipo de conducta delincuencial se convierta en una actividad rutinaria, ante la mirada indiferente de las autoridades, práctica que además de ser criminal es vergonzosa y rechazada por cualquier sociedad decente, digna y responsable.
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