Los cruces poéticos y narrativos obligan al escritor Pedro Mir a buscar el centro, el movimiento y la voz de la escritura en un arqueado discursivo, donde la historia y la memoria son personajes, pero también sentimientos de presencia y lejanía. La experiencia de escritura es reveladora como obra y testimonio, como surco indicador de imágenes de la raíz, el sueño promisorio, la tierra cuarteada, tomada por los llamados “dueños” de la misma en una topografía política advertida como obstáculo, producción y productividad del hombre local explotado en su trabajo y en su orden negado por la mano dura del Estado-poder.

La rebelión que nutre la resistencia poética en la obra de Pedro Mir, hace que su escritura no se muerda la cola. Para el poeta, escribir no es solo asunto de circunstancia, sino más bien de persistencia y resistencia. El poema y la novela convocan la visión, los elementos de un mundo histórico marcado por los gestos de vida, por el cuerpo del personaje, del paisaje, del rumor y sus líneas en el espacio de la narración poética:

“Al ser un estanque verdadero era contorno y retorno porque todo lo que se encontraba en su derredor se sumergía en sus intimidades acuáticas y retornaba convertido en ondulaciones de frescura era pues y después de todo como esos espejos de ancha luna que al colocarse sobre una pared generan más espacios y más luz para que todo aquello que se mueve se acomode en sus entrañas y así disfrute de esa especie de libertad que consiste en guiar alrededor de uno mismo como esos abanicos eléctricos convencidos de que algún día serán capaces de volar y atravesar el espacio y la luz de los planetas y por eso lo más natural es que allí hubiera encontrado su pequeño y amoroso mundo un pececillo que al principio no fue sino una célula solitaria e indivisa y además descolorida y más tarde un conjunto de células en pleno crecimiento al recibir las emanaciones nutritivas del calcio y las proteínas suspendidas en el ámbito líquido que le servía de habitación y de sustento y un poco también de parque de diversiones en el cual aprendió a moverse a dar vueltas incansablemente alrededor de sí mismo hasta alcanzar un grado de conciencia que le permita registrar cualquier perturbación que se producía en la superficie a la cual respondía rápidamente produciendo allí más perceptibles convulsiones a las que seguía la excitación y la sorpresa de la gente sencilla que aproximaban su temperatura a sus aguas indómitas y a las cuales él obligaba a decir con ese cariño cursi y convencional de los buenos vecinos” (op. cit., pp. 93-94).

La narración poética es, no solo cauce, sino vertiente de testimonio. Lo que nos muestra este fragmento de Cuando amaban las tierras comuneras  (Ed. Siglo XXI, México, 1978, pp.93-94) es una actitud del sujeto histórico-narrativo. Ésta se va construyendo en tanto que fórmula que hace legible el novelar como búsqueda y tipo en el tramado discursivo textual, fundamentalmente cuando el espesor semántico del texto apunta al habla misma del narrador.

El alcance de dicho aliento narrativo se muestra intensivo a partir de la lógica a veces borrosa de la novela. La tensión propiciada por Ramonita Silvestre y los diversos amarres de situaciones que parecen funcionar en paralelo, ayuda al lector a interpretar, a requerir de apoyos complementarios que nacen justamente del punto vertical y horizontal del relato (Vid. pp. 98-109, y, pp. 112-114). Pero aquí la relación diégesis-fabulación logra reproponer contenidos y continentes de sentido. Todo este registro de borde y centro narrativos, lo encontraremos también en el poema-cauce y el epos-voz que asegura el universo poético-textual de Pedro Mir. Al leer un libro como Seis momentos de esperanza, publicado en 1952, podemos evocar el rutario sensible y auroral del poeta:

“Así vamos los pueblos de la América

en mangas de camisa. No pregunte

nadie por la patria de nadie

no pregunte

si el plomo está prohibido, si la sangre

está prohibida, si en las leyes

está prohibida el hambre.

Si resulta la noche

y firmemente los labriegos saben

el rumbo de la aurora,

el curso de la siembra, si lo sables

duermen por largo tiempo,

si están prohibidas las cárceles..”

(Ver, Si alguien quiere saber cuál es mi patria, en Pedro Mir: Poesías (casi) completas, Eds. Siglo XXI, México, 1994, p. 83).

En la poética de Pedro Mir, aurora y continente, prohibición y patria, ley y hambre crean la posibilidad del poema como texto seminal y texto social, habida cuenta de los signos que marcan el universo épico-lírico del poeta, pero también su travesía por el mundo americano y sus raíces convergentes.

Lo que poetiza Mir en su obra poética es el mundo social convertido en ramaje épico-lírico. Así, el habla poética engendra los signos de la alteridad y la identidad del discurso poético:

“Asombro de remolinos.

Lluvia en el mar y en el cielo.

Entre los hilos se nubla

la sombra de mis abuelos.

Figura con un aire de módicos cabildos

de villas diminutas,

de mínimas aldeas de mimbre y de cigarras,

de esas que apenas pueden con su torre,

llena de campanadas…”

El poeta crea su inflexión para que este “Material de mi aldea” se convierta en nombre de la tradición y la búsqueda. Lluvia, tenue sombra, espina encajada en los huesos, mujer con canastas, pescador y juramento, juvenil yolero y mayoral producen el tránsito hacia la raíz, el punto clave donde el poema, como asombro, se pronuncia en la esfera del poema-tierra, el poema-mito y el poema-lenguaje.

Los ancestros, las voces primigenias están dentro del mito. Destino y solución participan en el epos memorial de ese camino donde la visión y el lenguaje se movilizan como espacio del encuentro:

“Se pierde entre los hilos de lluvia,

la sombra interminable y móvil de mis abuelos:

un maestro tristón como un domingo,

una vidente flaca

que le opone al destino

su inocente solución de barajas

un torcido hombretón, su pañuelo y su puñal”.

(p. 36)