Para el Canalla, la ética no importa, mientras propone como verdad sus “inmaculados” deseos.

Proponerse como el otro en el deseo del otro para manipular la esperanza, la ética y  existencia de los demás es uno de los problemas que afecta la estructura social y económica de República Dominicana.

Aquellos que  propugnan “la verdad” y se sitúan en el lugar del otro, ya para operar sobre sus deseos o como representantes que dicen ser significantes en los encadenamientos del lenguaje y del espacio social son  situados en la figura del Canalla en el mundo psicoanalítico.

Semejantes personajes aparecen en todos los tiempos y sistemas sociales. Es un viejo problema que se gesta en la modalidad de la traición y en la trama de la cultura.

En República Dominicana aparece una y otra vez en la vida pública y se ampara en la trasnominación imitativa o encantamiento homeopático como diría el antropólogo James George Frazer; o, a decir de otros, en el binomio metonimia/metáfora.

La clave  es instaurar un saber sistemático que se propone como verdadero para alegrar en término de imagen y representación, lo público, mientras se manipula y descuartiza a nivel fenoménico, social y político, a todos los que no ocupan los estamentos del poder.

El Canalla es el gran mentiroso, y actúa como quien no entiende. Siempre se justifica con los juegos del lenguaje, insistiendo más bien que el problema es de “percepción”, oposición partidista o simplemente una mala interpretación

Para el Canalla, la ética no importa, mientras propone como verdad sus “inmaculados” deseos. Ya desde hace bastante tiempo se sabe que el deseo es político y que las instancias de la moción psíquica aunadas a las fuerzas sociales y culturales desencadenan actuaciones sociales que hacen efectivo el registro de la exclusión, la negación de la Ley, la corrupción, el asesinato, la impunidad y la apropiación de los bienes ajenos.

En los momentos actuales, estas figuras  son las promotoras del modelo neoliberal que tanto daño le han hecho a este país. Como bien es sabido, el Canalla usurpa el poder, pues le gusta lo ajeno, entrega los bienes públicos a la banca internacional o a las grandes financieras que se encargan de vaciar las arcas públicas.

Se apasionan por los bonos soberanos, las lindezas trabajadas por el bisturí y los bellos coches. Su lenguaje siempre es risible, lo enmascara con la fachada del progreso, la investidura de autoridad, los buenos modales y el camuflaje de la democracia.

No cabe duda, siempre encuentra justificación para sus actos. No asumen responsabilidades. El Canalla es el gran mentiroso, y actúa como quien no entiende. Siempre se justifica con los juegos del lenguaje, insistiendo más bien que el problema es de “percepción”, oposición partidista o simplemente una mala interpretación.

Esos delincuentes que el pueblo llama de cuello blanco, no  son bandoleros comunes, se engalanan con el atavío que le da la sociedad en las esferas del Congreso, las oficinas públicas, como dirigentes de los partidos, como predicadores y funcionarios. Su lógica es el enriquecimiento, las buenas bebidas y los continuos viajes, en fin todo lo que desborde el cuerpo del deseo.

Esos hombres y mujeres son intocables, cerrados sobre sí mismos y con el esplendor de los olores que da el poder. Es el sueño de muchos y el estar de pocos, ya por esos los nombran como políticos audaces o gobernantes pulcros e inteligentes. Su fachada no es imaginaria es deseadas por muchos, en especial por ese Otro que no vale nada y que esta obnubilado por la tachadura del Canalla. Es la carencia angustiante, la psicopatía “encubierta”, es el cretino que por querer poseerlo todo, retorna a la traición originaria, a la mezquindad de negar la ley.

Es el intento perverso de asumir el delirio suprimiendo al otro. Es una pasión siniestra y sin precedente. Esta sostenida en el delirio por preservar el poder acompañados por las cofradías que da cuenta de su delirante ambición.

Son los políticos que te dicen que es “una apreciación de la gente”  que de verdad ellos son pulcros y que “le duele” lo que ocurre en el país. Invariablemente se muestran como mansos corderitos, pero no renuncian al deseo del otro. En psicoanálisis lo nombran como los niños o niñas perpetuas, los perversos polimorfos, pues no aceptan la condición adulta que implica la renuncia al exceso de satisfacción y la aceptación de la ley.

En República Dominicana estamos frente a grupos de canallas que quieren vivir fuera del otro. Hoy le recuerdo que más allá de las figuraciones por la transgresión, tarde o temprano la ley se impone y el discurso más astuto se desgarra.