Este mes se estrenó Spencer (2021), una fábula basada en una historia real, del director chileno Pablo Larraín, y también el docudrama The Beatles Get Back (2021), del director neozelandés Peter Jackson.

Ambas producciones se aproximan a espacios íntimos de personas muy conocidas e influyentes. En el caso de la ficción sobre la vida de Diana de Gales, el relato supone lo que ocurre en la vida de la princesa durante unas vacaciones navideñas en la propiedad Sandringham, a través de acciones y diálogos imaginables con sus hijos, su pareja, su suegra y el personal de apoyo.

En el docudrama de Los Beatles, los integrantes de la banda musical se enclaustran en los estudios de Twickenham y Abbey Road en otro invierno británico. No lo hacen para cantar al público, o hablar a la prensa, y solo interactúan con el entourage para requerimientos auxiliares.

Los Beatles volvieron un enero para comunicarse los unos a los otros luego de meses, sin prestarle demasiada atención a los tiros de cámara a su alrededor o a los visitantes en los estudios de cine y música. En 1969, suponer que una producción de tantas horas saldría a la luz era tan inimaginable como el hecho de que corría un plazo fatal, de apenas diez años, para deponer egos individuales.

El ensayo fílmico se recrea en la espontaneidad, porque para los artistas, personas con menos de treinta años, con fortuna y fama, nada era demasiado urgente, excepto tal vez para el director neoyorquino Michael Lindsay-Hogg. Mientras ese director produce un programa de televisión, los integrantes de la banda se comunican como mejor saben, a través de la música. El material fílmico es un largo ensayo preparatorio. La banda ejecuta sus canciones, las que sonaban en esos días en la radio, las de sus raíces musicales de origen afro estadounidense, viejos temas de skiffle y folk, mientras intentan crear nuevos temas.

No hacían un documental como al final resultó ser Let it be (1970), solo un espectáculo de televisión que ni siquiera estaban convencidos de llevar a cabo. La banda reunida inicia con alegría el proyecto, tocan canciones de los tiempos de sus padres, clásicos de Chuck Berry, Elvis Presley, etc. y hasta evocan el Ave María. El documental de Lindsay-Hogg, estrenado cuando la banda ya se había separado, dura 80 minutos, y recibió el Óscar de la Academia de 1971 a la mejor banda sonora.

Hace un par de años, al oscarizado director Peter Jackson, le entregaron sesenta horas de cinta celuloide filmados por el equipo de Lindsay-Hogg, ese enero de 1969, en los mencionados estudios de Londres.

La brillantez de esta última producción de Jackson me confirma lo dicho por Diego Luna al promover Ambulante, su festival de documentales. El actor y director mexicano sostiene: El documental ocupa el espacio que la ficción ha dejado vacío.

De los dos dramas invernales, desde el punto de vista cinematográfico, Los Beatles volvieron, me parece más valioso. No porque Los Beatles sean más significativos que Diana de Gales, sino porque el nuevo director, Peter Jackson, a pesar de no trabajar con una fábula escrita por un guionista en plena libertad creativa, como Larraín en Spencer, organiza un relato épico como los de la tradición de teatro clásico.

El neozelandés abrió una página perdida de la historia, tal cual fue archivada, y seleccionó tomas que organizó en tres claros actos. Los Beatles volvieron me parece que es una obra maestra del cine documental, porque durante el proceso creativo de la protagonista, esto es, la banda Los Beatles, hay un subtexto lírico expresado por este director de cine.

Jackson ha tenido la enorme modestia de no acreditarse el rol de guionista en los créditos del docudrama. Sin embargo, al tejer cerca de ocho de las sesenta horas de celuloide recuperadas, sin alterar la trama principal de su secuencia cronológica, logró un extenso poema narrativo.

El director solo agrega brevísimas analepsis sobre la adolescencia o pasado reciente de la banda, así como algunos entrecortes de los hechos y personajes mencionados en sus canciones. Se trata de un documental de observación, con una mínima intervención literaria del director, en breves acotaciones escritas. No obstante, el neozelandés, con pocas notas al pie, compuso a través del material fílmico recuperado un delicado hexámetro.

Los Beatles volvieron es una epopeya de versos musicalizados aunados por la prosa lírica con la que el director armó la trama. Su producción narra una odisea de más alta factura que, por ejemplo, Antología de los Beatles (2003), otra serie documental sobre la banda, porque como Steven Knight, guionista de Spencer, en Los Beatles vuelven, todo ocurre en cortos días, entre grandes conflictos y notoria tensión.

La trama puede apreciarse con independencia del gusto o conocimiento sobre Los Beatles. Jackson encontró una tragedia griega y la dividió en tres actos.

En el primer acto (Episodio 1) la llamada de la aventura está pautada: antes del inicio del rodaje de la comedia El Cristiano Mágico (1969) en ese mismo estudio, hay que producir un elepé de catorce canciones. En el primer encuentro fluyen los temas ajenos, pocos propios, y la empatía. Sin embargo, la problemática es latente, no hay un mentor que guie al protagonista, la banda.

Al buen George Martin, productor musical del grupo, Jackson nos lo muestra distante como un director de una escuela secundaria cansado de las diabluras de los alumnos de último año. John Lennon o JL confía en su prodigiosa intuición artística sin asumir más compromisos que tocar y disfrutar. Un laborioso y no menos brillante Paul McCartney o PM, asegura su desinterés de fungir como líder, mientras hace exactamente lo contrario. Desde una esquina George Harrison o GH le contradice y demanda su espacio creativo con piezas sublimes no siempre con éxito. Ringo Starr o RS, el puntual y fantástico percusionista luce cansado.

Como colegiales, traen de casa unas tareítas escritas en hojas de cuadernos o memorizadas con títulos tales como Across the Universe, I me mine, Two of us o Octopus garden.  Al juntarse a interpretarlos Los Beatles se convierten en la perfecta armonía.

Jackson pudo marcar en primer giro inesperado. Se resuelve sin alejar la tensión. En el segundo acto (Episodio 2), a pesar de las divergencias personales, la delicada gestación musical va pariendo canciones inmortales. El director estructura una compleja labor de edición para continuar con la epopeya. Convirtió trozos de celuloide sobre la trascendental sesión de grabación en una estructura dramática.

Los arquetipos están dados: El protagonista es la banda. Jackson no tomó partido con ninguno de sus miembros. Solo apunta cuáles de los temas ensayados entraron al listado del elepé en producción. No le ofrece al espectador no conocedor de la antología musical de Los Beatles y la individual de sus pasados miembros, datos sobre cuáles de esas canciones fueron éxitos de Los Beatles o de sus pasados miembros en los años setenta, por ejemplo, Jealous Guy, Another Day o All things must pass. El director solo interviene para apuntar cuando The Beatles alumbra un nuevo tema. Porque es la banda y no sus integrantes la protagonista de su historia.

La ausencia definitiva del mentor, en este caso fallecido a destiempo, su manager Brian Epstein, agudiza el matiz dramático de la historia. Sin su guía, la banda va a la deriva. Jackson excluye al futuro manager Alan Klein de su relato. Klein es solo una sombra y no el cruel villano que fue en la historia real. El gigantesco Edipo de JL es inocultable. No obstante, la película no es sobre relaciones sentimentales porque The Beatles no tiene esposa, ni novia. La banda tiene un único amor: Euterpe, la diosa de la música.

Una escena en la que JL se refiere a una pieza oratoria de Martin Luther King informa que el joven a punto de cumplir treinta años madura un interés por la política. La presencia de los amigos krishna de GH completan aspectos de su personalidad que no encajan en el proyecto musical. No encajarían mientras PM considerase jazz las nuevas búsquedas de expresión de su compañero.

 El heraldo o portador de la motivación, otro arquetipo de la narración que da vida a una entretenida saga es el maravilloso músico Billy Preston, un quinto Beatle con un alma pura como la música que toca en su piano eléctrico. Sin embargo, el guardián del umbral o antagonista se mantiene al acecho. Al igual que Larraín, Jackson propone una villanía alterna. En Spencer no son los monarcas de la casa Windsor, sino la inseguridad de Diana, manifestada en sus desordenes alimenticios y su obsesión por la moda, presentados en formato surrealista el verdadero problema.

En el caso de Los Beatles volvieron, Jackson no interviene, deja que el espectador comprenda que todo debe pasar, todo debe morir.  El único villano de esta historia es Cronos. El paso del tiempo es visible dentro del corazón de cada miembro de la banda. Sus emociones hablaban de cosas distintas, filosofía (GH), comunicación social (JL), espectáculo (PM) o una próxima película con Peter Sellers (RS). Los conflictos entre ellos se resolvían en el pentagrama oral de notas y acordes que intercambiaban solo con mirarse, pero reaparecían con el silencio.

 El transfigurado o persona que se convierte en alguien distinto en este drama para rescatar el interés de la audiencia, es la agrupación. La unidad no es tal y desde el tratamiento de Jackson el buen George Martin se distancia del agotamiento (RS), la tozudez (PM), la indiferencia (JL) o la rebeldía (GH). La tensión solo se rompe por momentos. El alma del pretendido ser mitológico, la banda, quizás se había acercado demasiado al sol.

Los Beatles volvieron es una obra maestra de cine documental, además, por expresiones poéticas elegidas por el director. El primer miembro de la banda que se ve en escena es GH, mientras se escucha la voz en off de JL, ambos fallecidos. Yoko Ono teje como una Penélope indiferente entre JL y PM sin saber la odisea que le deparará el destino. Una descarga eléctrica en el micrófono de GH funciona como premonición, pronto cambiará de actitud. Heather, la niña de PM devuelve al estudio candidez.

 Jackson nos permite ver el nacimiento de Let it be, para nada como el de Venus. La pieza nace en una pausa-café. La sencillez es acogedora. Cuando se mencionan las protestas de Memphis y Manila directamente asociados con la intolerancia y el frenesí que se apoderarían de la mente del asesino Mark David Chapman, el director coloca un primerísimo plano de JL oyendo con atención esa conversación sin decir nada. Su cara es de total paz.

Las escenas de Los Beatles volvieron parecen versos. En el tercer acto (Episodio 3) la banda sube a un improvisado Olimpo a tocar por última vez y antes del fundido a negro un JL corea Déjalo ser sentado al lado de su coautor y amigo bromeando como un niño juguetón.

Ya lo dijo el charolastra: El documental ocupa los espacios que la ficción ha dejado vacíos