Los políticos están tocados y transformados por el ejercicio del poder en la medida que se van adentrando en el rol, van perdiendo la perspectiva.

Existen excepciones extraordinarias por los increíbles  niveles de sencillez de algunos, que  van desde  aquel Presidente  de Costa Rica que  llegaba a Palacio en bicicleta o  la sobriedad de la anti glamour  canciller alemana Ministra Angela Merkel.

En nuestro país el impacto  que el poder político ejerce  en las personas lleva a una  serie de transformaciones que afectan la psiquis y la fisonomía, aunque algunos han intentado mantener cierta simplicidad, que viene acompañada de una falsa modestia, ya que se pretende seguir siendo el mismo, pero diferente. Este es un ejercicio esquizofrénico, que comienza en el mismo  instante en que se obtiene el poder, cuando aparecen imágenes y vínculos que nadie sabe cómo se establecieron, pero que están allí para seguir, acompañar y deformar  al que  detenta  el poder, hasta que lo pierde.

Es esa gente que merodea  en la atmosfera del poder, la  que irá  cambiándole el escenario al político con sus lisonjas y manipulaciones para ganarse el favor, ensalzando y banalizando un mundo de caprichos y rituales.

Estos caprichos y rituales no dejan de ser ridículamente inquietantes, cuando lo observamos y participamos sin quererlo en esas puestas en escena costosas, que pagan  los contribuyentes para emborrachar los egos de unos infelices que ocupan posiciones pasajeras en las cuales ellos pretenden permanecer.

El tráfico de influencia, penalizado en muchas sociedades, es  la parte  oscura de los  rituales del poder político en nuestro país, es la génesis y quizás lo  peor de la práctica de la corrupción

Es así como a nivel de la seguridad de presidentes, vicepresidentes y funcionarios, se  gastan millones de pesos en  escoltas que realizan una suerte de malabarismos, que no se efectúan ni en  países desarrollados.

Nuestros  políticos  tienen sillas especiales que viajan con ellos y personas tras bastidores, únicamente para el rito de poner la silla a disposición del jefe o volver a colocarla debajo de la mesa, además de cargarles la cartera o el maletín.

Con ayudantes militares omnipresentes, que se convierten en  alter ego de presidentes, presentes en la más pura intimidad. Proyectándose aquella incómoda imagen, cual sombra, que supuestamente  protege al gobernante, mientras lo va  esclavizando y distanciando de todos.

La evolución de estos rituales "seguritarios" del poder se aprecian en los sectores donde residen estas personalidades, ya que la seguridad se despliega una o dos  cuadradas a la redonda. Los escoltas corren detrás de las yipetas, con medio cuerpo colgando del vehículo en marcha, como si la persona estuviese amenazada de agresión permanente.

El desplazamiento de un presidente o vicepresidente por las  calles está acompañado por caravanas y  sirenas que despejan el trayecto sembrado de policías hambrientos, recostados en las esquinas desde Palacio hasta la residencia. Así se aleja al  político de las penurias del tránsito vehicular.

Esta conducta se derrama y es imitada por cualquier funcionarito, que antes de llegar al poder no tenía ni patines, convirtiéndole repentinamente en un superprotegido, con  carro, chofer, escolta y morisquetas alrededor.

Algunos  ministros hacen retener los ascensores desde que salen de sus casas, y nadie puede usarlos junto a ellos; otros se han hecho construir  elevadores que llevan la yipeta hasta la puerta del despacho. Algunos han llegado a las oficinas exigiendo les cambien muebles y decorado.

El poder les va convirtiendo en una especie de “seres especiales”, destacándose el cambio de look, las mulatas se vuelven rubias, los feos en  atractivos señores, y las idas frecuentes al cirujano plástico van marcando otra genética.

Rodeados de facilidades y con un séquito de servidores pagados por el Estado, los políticos en el poder se convierten en "honorables inútiles”, ya que todo se lo hacen sus serviles: supermercado, turno en el médico, la caminata de la esposa con la seguridad del banco, el  teniente  paseándole el perrito peludo a la amante, el mayor de chofer, la maquilladora  a las 6 am para verla a las 9 am. En fin, terminan por creerse que son importantes, mientras se vuelven déspotas y adictos a la lisonja.

Ese es el caso de mucha gente que lleva años disfrutando del poder político. Pero que un día van a tener que salir y encontrarse con la dura realidad del pueblo,  ese pueblo del cual los rituales del poder le fueron alejando.

Cabe destacar  que muchas veces las personas que son utilizadas para tan humillantes trabajos se han preparado para ejercer funciones de acuerdo a su preparación y rango, como lo están algunos en los cuerpos militares, no para desempeñar el rol de lacayos cargando un teléfono móvil, sirviéndole de niñero o cuidando la casa del funcionario que  vive en Paris. Lo cierto es que los ascensos están sujetos a dichos rituales dados los vínculos con los políticos a los cuales se sirve.

Esas prácticas  han cualquierizado la función pública, mediante el otorgamiento de prebendas a personas sin formación, capacidad ni compromiso para ocupar  posiciones en el Estado, pero con  vínculos familiares  y cercanías con políticos que les han premiado.

El tráfico de influencia, penalizado en muchas sociedades, es  la parte  oscura de los  rituales del poder político en nuestro país, es la génesis y quizás lo  peor de la práctica de la corrupción.

Ya que humilla a los individuos y permite que ciudadanos capaces y bien formados, tengan que ser legitimados profesionalmente por políticos mediocres, salidos de la nada a los cuales les sirven con "lealtad" y "agradecimiento".