El rugby es a Nueva Zelanda lo que el futbol a los brasileños: identidad, religión, linda costumbre, la vida misma… El pasado 24 de mayo, la selección de ese paisito hecho de islas, ganó el premio Princesa de Asturias de Deportes.
Ya sabemos que para combatir el aburrimiento, los ingleses crearon el juego más popular del planeta; además, la inventiva les alcanzó para el rugby. Pero, eso con qué se come. Si usted es de los que ve el Super bowl, sabrá que es el abuelito del american football, aunque al mismo tiempo, se inspira del futbol: Quince fortachones (por equipo) luchan por un balón ovoide, sirviéndose de manos, pies y mucha rudeza.
Según la leyenda, en 1823 en una escuela de la localidad de Rugby, William Webb Ellis, tomó la pelota con las manos y corrió hacia el arco rival… Estos chicos practicaban un futbol primitivo, en el que todos corrían atrás de la bola con excesivo entusiasmo anárquico. Así, esta variante divertida, empezaría a extenderse en otras escuelas. Claro, en cada instituto jugaban como Dios les daba a entender. Más tarde, aquéllos jóvenes seguirán practicándolo en la universidad, hasta que a fines del XIX se establecieron las primeras reglas (tamaño del campo, número de jugadores, duración del juego).
Con el paso de los días, el rugby se hizo popular en muchos rinconcitos del british empire, como en África del Sur, Australia y of course Nueva Zelanda, en los otros estados del reino (Irlanda, Gales, Escocia), y aun entre sus antiguos rivales (Francia, Argentina).
Por qué mejor no le habrán dado el premio al Real Madrid (dirán muchos detractores, que en su vida han presenciado una «mêlée»), sí tienen al jugador más lindo del mundo; han ganado 12 títulos de Europa y un montón de ligas y copas de España. Porque, según la Princesa (o sus redactores de discursos) los de Nueva Zelanda vencieron a otras 23 candidaturas («tristemente» los merengues ni figuraron) y son simplemente invencibles, sólo han perdido 5 enfrentamientos (oficiales) desde 1903 y se han alzado 3 veces con el campeonato mundial, instaurado apenas en 1987 y; lo más importante, el equipo neo zelandés es ejemplo de pluralidad y verdadera unión, pues en él conviven gentes de todos los orígenes: europeos rubitos, morenazos con aires africanos y maorís, lo que constituye: «un ejemplo de integración racial y cultural».
La Princesa también pensó en el haka, el baile que los all blacks ejecutan antes de cada partido. Si uno ve a los rugbymen, con su cara nada amigable realizar esa coreografía belicosa, uno pensaría que es para amedrentar al rival (y dada su eficacia quizás acertemos) aunque según esto, la danza es ancestral. Haka significa hacer en maorí, el ritual es característico de los pueblos de la Polinesia, pues así suelen expresar su pasión, fuerza, emociones. Los neozelandeses lo practican siempre (o casi) ya sea en la escuela, en el ejército o en el parque…
Recuerdo cuando fui al Stade de France en Saint-Denis a ver un juego de rugby. El equipo parisino (Stade français) recibía a los de Bayona. La algarabía la pusieron los aficionados vascos, que llegaron con todo y banda de música. Para mi asombro los espectadores se divertían y no había ni cólera ni ganas de pelear, como sucede con ciertos « fans» del PSG, cuyo estadio está lleno de la policía antimotines…
Se dice que en el rugby hay un tercer tiempo, en el que los competidores simplemente se ponen a beber y a convivir. Quizás por esta razón todavía existe el amor a la camiseta (ideal casi extinto en el futbol) y los rugby-fans se sienten orgullosos de que no haya una FIFA que todo lo enlode en aras de atiborrarse los bolsillos. En pocas palabras, la Princesa reconoce a los que mejor representan la pureza lúdica del deporte de conjunto… los all blacks.