La pandemia actual afectando en estos momentos la salud de más de 36 millones de personas impacta negativamente las economías nacionales, resta dinamismo al comercio mundial, ralentiza y distorsiona las cadenas de suministros, obliga a repensar los procesos y las formas de trabajo, evidencia las enormes debilidades de los sistemas sanitarios, manda al aislamiento y distanciamiento social, y, finalmente, somete a la más dura prueba de responsabilidad y compromiso a los gobiernos.

Sobra decir que el relativamente reducido grupo de naciones desarrolladas tiene todas las herramientas para responder y aguantar, a diferencia de países como el nuestro que carga con múltiples restricciones estructurales y anomalías económicas que nadie ha enfrentado eficientemente durante décadas.

No obstante, en cualquier parte, las medidas que se adopten para combatir la covid-19 deben ser pensadas y aplicadas apuntando a preservar lo que se pueda de los logros cosechados-pocos o muchos- en el trayecto recorrido. Al mismo tiempo, debe ponerse en marcha el ingenio político y empresarial para seguir adelante y sacar conclusiones válidas de las duras lecciones de la pandemia, especialmente en lo que concierne a las debilidades evidenciadas de los sistemas sanitarios nacionales.

Con una gran agenda institucional, social, productiva y política pendiente, los actores nacionales nuestros están compelidos a descubrir oportunidades en cada una de las dimensiones funcionales de la sociedad. Una que suele pasar desapercibida es la de la nutrición y salud de los ciudadanos. Su relación con la neutralización del virus no se ve a simple vista, si bien esta existe objetivamente como lo explicamos a continuación.

Situación general. Ya sabemos que la COVID-19 es una enfermedad respiratoria. Se transmite principalmente a través del contacto de persona a persona y por la vía de las gotículas respiratorias que se producen cuando los infectados tosen o estornudan. No hay evidencias de que los virus que causan estragos respiratorios sean transmitidos por los alimentos o los envases que los contienen.

Está establecido que los coronavirus necesitan un huésped humano o animal para reproducirse. La ciencia-que no las redes sociales-prácticamente descarta la infección a través de los alimentos o sus envases.

Primera situación particular. Si bien los alimentos y sus envases no transmiten el virus, la inobservancia de los principios de saneamiento ambiental, higiene personal y prácticas establecidas de higiene de los alimentos, puede crear las condiciones favorables (ciertos tipos de cánceres, diabetes tipo 2, enfermedades cardiacas, presión arterial alta, obesidad y osteoporosis) para que el SARS-CoV-2 haga su trabajo y cause daños severos o la muerte en muchos casos.

Si los microorganismos nocivos, no importa su procedencia, amenazan la inocuidad del suministro de alimentos debido a los controles e inspecciones deficientes o ausentes, seguramente tendremos más personas inmunodeficientes y hospitalizadas.

Segunda situación particular. De acuerdo con lo expuesto anteriormente, la responsabilidad de los reguladores y de los agentes privados respecto a la inocuidad alimentaria, es mucho mayor ahora que nunca. De hecho, el cumplimiento de normas, reglamentos, guías, directrices y etiquetado, así como la supervisión rigurosa de las operaciones productivas relativas a la cadena de valor alimentaria, son dos factores que definen una prioridad nacional de alta incidencia indirecta en la contención de la nueva enfermedad que azota al mundo.

Porque, ¿cuál es el resultado de ofrecer garantías de inocuidad alimentaria y alentar la buena nutrición de las personas? En las nuevas condiciones significa ofrecer al SARS-CoV-2 menos personas inmunodeficientes o con patologías concretas relacionadas con alimentos contaminados o de mala calidad.

El etiquetado de alimentos y la buena salud. Brindar a la población alimentos inocuos y nutritivos es una urgencia nacional que tiene muchísimo que ver no solo con la vigilancia de toda la cadena de valor alimentaria (productores agropecuarios, mataderos, plantas de elaboración de alimentos, empresas de transporte, minoristas y otros), sino también -y en significativa medida- con el etiquetado de los alimentos.

Recordemos el Reglamento Técnico Dominicano núm. 53 sobre Etiquetado de Alimentos Preenvasados, que es un derivado de la Norma General del Codex Alimentarius sobre el mismo tópico. Una vez iniciamos una intensa campaña (2007-2011) -con gran respaldo multisectorial- para hacerlo cumplir y, aunque logramos avanzar sustantivamente, en 2011, con mi salida de la Dirección de Normas y Sistemas de Calidad, el importante asunto quedó sumido en un nuevo letargo (el primero duró casi tres décadas).

El etiquetado de los alimentos es un medio eficaz para proteger la salud de los consumidores en materia de inocuidad alimentaria y nutrición, aportando información sobre la identidad y contenido del producto (valor energético y nutrientes: grasas, grasas saturadas, hidratos de carbono, azúcares, proteínas y sal), y sobre cómo manipularlo, prepararlo y consumirlo de manera inocua.

El reglamento dominicano no solo no se cumple, sino que requiere ser revisado urgentemente, y recomendamos que lo sea tomando en cuenta cuatro buenos referentes regionales: Chile, Perú, Uruguay (fase de implementación) y México que inició el primero de octubre de este año con un reglamento sustancialmente reformado.

En todo caso, el cumplimiento y la revisión del documento no bastan. Es necesario el despliegue de iniciativas para afianzar una cultura de lectura del etiquetado. Al mismo tiempo, debemos buscar soluciones efectivas al viejo problema de la venta de alimentos en las calles: fuente por excelencia de infecciones, intoxicaciones o infecciones mediadas por toxinas. Y todo ello terminaría en un esfuerzo inútil si seguimos con las grandes deficiencias y carencias de la función estatal de vigilancia, inspección y fiscalización del mercado.

Sobra decir que la desnutrición y la malnutrición son tan amigas del covid-19, como lo son la falta de información, el desinterés por leer e interpretar correctamente el etiquetado, los datos falsos o inexactos sobre el contenido de los nutrientes e ingredientes declarados, y la desidia oficial en el mundo de la evaluación de la conformidad en el ámbito reglamentario.