Hace un par de días un vendedor en un mercado de un pueblo me ofreció comprar un aguacate, la verdad que era un primor de ejemplar, grande, bien formado y atractivo, dentro de su especie debió ser un Brat Pitt de la pantalla aguacatesca.

Pero al preguntarle por el precio, ahora hay que hacerlo aunque el producto sea una antigua menta de guardia, me soltó que valía 70 pesos ¡setenta pesos, señores, setenta pesos! Sé que alguno de los lectores dirá que eso es menos de lo que le da al parqueador por vigilar su carro Mercedes mientras compra una aspirina, pero dar 70 guamas por un aguacate me parece una barbaridad, es un precio casi sacrílego para ese tipo de producto, y un síntoma de que a la economía nacional le pasa algo, al menos para el ciudadano de a pie que no ve el 7.5% de crecimiento semestral del país en la paga de las quincenas o de fin de mes.

Uno de los problemas que tenemos en esta santa República es que ya no nos asombramos de nada y pagamos tan campantes lo que sea por lo que sea.  ¿Pero qué se han creído estos frutos menores? ¿Qué son gente y además de la higth society?

Antes, en los patios de las casas de las personas de clases medias, más modestas y aún menos modestas, o sea, los pobres, tenían siempre una mata de aguacates criollos, más chiquitos que los grandotes que se cosechan ahora, manipulados e injertos, pero que eran auténticos y sabían a gloria dominicana en las ensaladas o en los sancochos, y no faltaban otras de mangos, limones, guanábanas, toronjas, nísperos, cerezas, caimitos, carambolas y hasta de pepinillos.

Con solo estirar la mano en aquellos pequeños paraísos de sombra familiar, ya se tenían en las mesas esos modestos pero sabrosos manjares que complementaban y abarataban en algo las comidas, solucionado los jugos y los postres, o las batidas y champolas vespertinas, y sin costar ni un solo chele de los de antes.

Pero eso se acabó en nombre del progreso, ahora se vive en apartamentos que apenas hay sitio para unos cuantos tarros de flores, y las casas con amplios jardines, por su alto valor, son solo de los nuevos pudientes quienes queriendo olvidar sus precarios orígenes, han cambiado los frutales, tan nuestros, por plantas caras y exóticas que requieren más cuidados que un bebé recién nacido.

Y en este proceso de evolución social y económica también le han dado cabida al popular y hasta obrero aguacate, sobre todo porque los nuevos ídolos del mundo, los altos Cheff y las altas Cheffas  -¿contentas feministas?- con toda justicia, lo han elevado a la categoría de divinidad gourmet, estando presente en muchos platos sofisticados, cocteles, aperitivos y recetas selectas en los rascacielos de New York, Londres o Tokio, lugares que el modesto aguacate, al que nunca le habían otorgado visa alguna, pudo jamás imaginarse. Pero ni aún con su creciente fama, creemos que eso no justifica sus altos precios aquí, en esta tierra feraz donde siempre ha dado aguacates por pipá.

Veamos un dolorosa comparación, una libra de pollo vale unos 55 pesos y nos parce cara. Pero para tener un pollo, por sencillo que pueda parecer, hay todo un largo proceso que podríamos calificar de fabricación industrial en el que se requieren complejas maquinarias automatizadas y muchas normas higiénicas y sanitarias. Se debe incubar el huevo, con alto costo de energía pues el proceso dura varios días, después de nacidos hay que vacunar los pollitos para que no les dé una siringa de las suyas… ¡y adiós!, luego hay que tenerlo un par de meses o más dándole maíz u otros piensos hasta que llegan al peso adecuado ¡y lo que comen esos pajaritos, no paran día y noche!

Después de sacrificarlos con choques eléctricos para que no ¨sufran¨, hay que pelarlos, por suerte se dispone de máquinas que evitan aquellos sucios y pesados desplumes manuales de antes, sacarles las vísceras, trocearlos, pesarlos, clasificarlos y envasarlos en ambientes refrigerados, eso sin contar con otras operaciones de mantenimiento como sacar los excrementos, limpiar y desinfectar las jaulas, cuidado e inspección de veterinarios…

Pero el aguacate es diferente. Es cierto que hay que esperar un tiempo para que crezcan los árboles, pero con las modernas técnicas agrarias en un par de años ya las ponen a parir, y una mata de aguacates, en forma, da cientos de ellos. También es cierto que requieren de cuidados y otros implementos como abonos y herbicidas, pero nunca como para justificar los 70 toletes que tuve que dar, muy a mi pesar, porque si no llevaba el aguacate con las especificaciones que me había encargado mi mujer, el precio final en regañinas y reproches, me iba a salir aún más caro.

¿Pero quieren que les de la recta más apetitosa del mundo para comerse un aguacate ? Pues es de lo más sencillo, anoten: se abre un pan de agua por la mitad, se ponen unas buenas tajadas a todo lo largo y ancho del individuo verde en cuestión, se le echa un poco de aceite y sal, se cierra el pan con la otra mitad, se le aprieta un poco con los dedos, y ya está listo para el ñam… ñam… ñam. Ni los cocineros vascos Arguiñano, ni Berasategui, ni los catalanes Ferran Adria, María Ruscalleda, o los hermanos Roca, que ocupan o han ocupado los primeros puestos en el ranking de la gastronomía internacional, por mucho que lo mezclen, lo manipulen o lo santifiquen, van a poder superarla.

Por cierto, la receta es la de mamá, la de la abuela, y la de la bisabuela, de cuando las cosas eran más naturales y  simples, y los bolsillos más estrechos ¡70 pesos por un aguacate, ofrézcome a la Virgen, hasta dónde hemos llegado!