A las 6 en punto de la tarde del domingo 14 de junio de 1959, en medio de una fina neblina y una llovizna paradisíaca, llegaron por el aeropuerto militar de Constanza expedicionarios armados, dominicanos en su inmensa mayoría –aproximadamente una docena de cubanos, y varios venezolanos, puertorriqueños, norteamericanos y españoles y un guatemalteco-, a bordo de un avión C-46 camuflado como si fuera de la Aviación Militar Dominicana, en un magno esfuerzo para liberarnos de la treintañera tiranía trujillista que nos sojuzgaba.
A 55 años de aquello uno queda perplejo porque eligieron una pista militar para aterrizar y porque el C-46 sobrevolara más de una vez la fortaleza militar contigua. “Por poco topamos sus muros con las gomas al descender”, según el relato del comandante político de la expedición, el cubano Delio Gómez Ochoa, en su libro La Victoria de los Caídos, con prólogo nuestro.
“Eran exactamente las seis de la tarde. Habíamos partido (desde Cuba. L.C.) a las dos en punto”, cuenta en la página 81. Revela que los militares dominicanos, confundidos, quedaron de brazos cruzados mientras ellos desembarcaban. Ya al final de la operación, desde la fortaleza enviaron un camión, un yip y un carro con militares al parecer para que comprobaran si eran fuerzas amigas o enemigas, y al aproximarse hasta unos doscientos metros los expedicionarios les dispararon y explosionaron el tanque de gasolina del camión.
Aunque el ataque les confirmó que eran fuerzas enemigas, en ningún momento lo repelieron, por lo que el piloto venezolano del C-46 logró rodar, girar el avión, acelerar, tomar impulso y despegar, y sólo cuando pasó casi rozando la fortaleza militar le dispararon con ametralladoras de bajo calibre.
“La nave levantó vuelo en unos doscientos o trescientos metros. Hizo un giro hacia su izquierda, hacia la fortaleza y se puso de costado. Se oyeron varias ráfagas de ametralladoras San Cristóbal, las cuales conocíamos muy bien desde los tiempos de la Sierra Maestra, pero el aparato se alejó. (…) Después nos enteramos que había sufrido once perforaciones de pequeño calibre en las alas y en la panza, y así retornó a Cuba”.
Los aguerridos expedicionarios, llegados a una zona fría y lluviosa 14 días después de iniciarse la temporada ciclónica y seis días antes del inicio del verano dominicano, se comportaron a la defensiva en territorio casi inhóspito: hostilidad y/o desconfianza de los campesinos, persecución sistemática por tropas superiores en número y armas, bombardeos constantes de la aviación militar, lluvia frecuente, frío nocturno insoportable, hambre, sed, desesperación, desorientación, desinformación…
Fueron diezmados inmisericordemente. Pocos murieron en combate. Heridos o ilesos, amarrados como andullos, fueron transportados a la Base Aérea de San Isidro, lanzados desde los aviones ya aterrizados como sacos de batatas o papas, etc., y luego sometidos a bárbaras torturas y finalmente fusilados uno a uno o en grupos. De los 186 expedicionarios de Constanza, Maimón y Estero Hondo sólo sobrevivieron los cubanos Gómez Ochoa y Pablito Mirabal, de 14 años de edad, y los dominicanos Mayobanex Vargas Vargas, Poncio Pou Zaleta y Medardo Germán.
En recordación de todos, pero tomando de referencia la expedición área por Constanza, fue fundada la organización clandestina Movimiento Revolucionario 14 de Junio cuyo conmovedor himno, en apretadísimo resumen congela para el tiempo en un fragmento la trascendencia histórica de la gesta libertaria:
“Llegaron llenos de patriotismo/ enamorados de un puro ideal/ y con su sangre noble encendieron/ la llama augusta de la libertad”.
En el prólogo de la obra del comandante Gómez Ochoa tengo a bien afirmar que “En el imaginario popular aquellos eran hombres de extraordinario valor personal y moral, puros como ángeles, que vinieron a ofrendar sus vidas para redimirnos de una tiranía sin ejemplo anterior”; y a ellos debemos en gran medida “la llama augusta de la libertad” porque el accionar de los hombres de Constanza, Maimón y Estero Hondo se asume hoy por hoy como el principio del fin del tramo final de la tiranía trujillista de 31 años.
Pues, a 55 años de aquellas expediciones, aún conmueve el alma, se encienden los faroles de la admiración ante tanto sacrificio libertario y uno se extenúa al saber que como ellos no hemos sido nosotros, que carecemos de su entrega, de la integridad de sus ideas libertarias y su moral política a todas pruebas. Seguiremos en deuda con ellos. Jamás podremos pagarles que no sea con la perpetuación del valor de su ejemplo.