Para uno que apenas llega escribir correctamente, por ejemplo, setenta y tres mil setecientos veinticinco pesos, porque es una cifra que apenas maneja en el diario vivir, los dieciséis mil quinientos cuarenta milloncitos que nos van a costar las próximas y benditas elecciones, es algo así como describir la infinita cantidad de estrellas que tiene el firmamento.
La verdad, y como profanos en la materia, no sabemos si esa es la cifra correcta y realmente necesaria, o si a los autores del presupuesto se les fue la mano, el bolígrafo y la imaginación en una aparente orgía numérica y presupuestaria.
Lo que nos choca, y bastante, es que se triplique la cantidad en solo cuatro años con respecto a las últimas elecciones que se llevaron a cabo. Esto nos lleva a pensar o que las pasadas eran altamente deficientes, lo que se dice un desastre, o estas próximas serán increíblemente eficientes, la nueva maravilla del universo electoral que hasta los países más desarrollados las van a imitar.
Uno, en su ya mencionada ignorancia de la materia pero orientados por la experiencia de ajustar presupuestos domésticos o de negocios, año tras año, supone que de un periodo a otro podría aumentarse un 25 o un 30%, con lo que así se pasarían de algo más de cuatro mil millones a cinco mil, o estirando un poco más a seis mil.
¡Pero triplicarlo a 16.540 nos parece una barbaridad! pues ya quisieran muchas instituciones oficiales de gran impacto e i mportancia para la sociedad dominicana disponer de un presupuesto similar!
Y todo esto para la elección de unos políticos que, en su mayoría, no dan la talla y nos defraudan profundamente, otros que nos roban de manera solapada o descaradamente, y otros son que vividores y oportunistas del negocio del poder. Hay que añadir aquí la coletilla obligada: salvo honrosas y cada vez más escasas excepciones. Qué caros nos salen estos señores, ¡qué caros!
Ahora, este exorbitante presupuesto tal vez contemple mejoras muy notorias que lo justifiquen ampliamente, por ejemplo, en vez de papeletas de papel se proveerán en láminas de oro de 24 quilates, con figuras de los candidatos en alto relieve.
O que a cada votante se le obsequie para mayor incentivo de acudir a votar, una gran canasta tipo navideño con abundantes latas de caviar tipo beluga, el más reconocido, y del delicioso salmón de Alaska, finos whyskis de 20 años de ancianidad, un par de botellas de Dom Perignon, un reloj Cartier o Rollex, y otras vituallas y gollerías de marcas de alto lujo.
Así mismo, a cada participante de las mesas se el regalará por su trabajo un traje de Armani, una jeepeta de alta gama con seguro full y tanque lleno por cuatro años.
Por descontado, las urnas a emplear, en lugar de ser de frágil cartón ordinario o plástico, serán de fino mármol de Carrara con artísticos altorrelieves grabados por reconocidos artesanos de Italia.
El centro de conteo de votos antes de recibirlos en la Junta Central Electoral serán procesados en las mega bases de computación del centro espacial de Houston. Si es así, estamos de acuerdo con los números 16.540 que tantas lágrimas de peso contienen.
De lo contrario, el diablillo que todos llevamos dentro nos va a estar pinchando con su tridente de fuego la suspicacia hacia la política, y el contenido de los bolsillos, durante no solo de un periodo, sino de varios. O tal vez demasiados.