El filme Logan, inspirado en el personaje Wolverine de los cómics de Marvel resulta útil para reflexionar sobre un elemento característico de la actual era postmoderna: la mutación de las personas con fines bélicos, la clonación y la gestación en úteros robots.
El largo metraje presenta la diferencia entre la mutación genética y la que se realiza en un infante o un adulto. Esta última similar a la de Luke Cage, otro personaje de cómics llevado a la pantalla gigante que, al descubrir que había sido sometido a una mutación mientras se encontraba en la cárcel, decidió usar su fuerza para fugarse y convertirse en un héroe callejero en Harlem.
La mutación en adultos que vemos en las películas de ficción me lleva a rememorar la cruda experiencia de un alumno boricua en la Universidad de la Ciudad de Nueva York.
El joven, nacido en los Estados Unidos, entró al ejército con el sueño que le vendieron para engancharse: cubrir el costo de su matrícula en la universidad y ahorrar dinero suficiente para comprarse una vivienda en la que deseaba albergar a sus padres en su ancianidad.
Con esta promesa y en total desconocimiento de lo que harían con su cuerpo, aceptó la dura disciplina militar que incluyó, entre otras barbaries, someterlo a temperaturas bajas extremas. Le aplicaban una serie de químicos para desarrollar resistencia física y anticoagulantes, luego lo sumergían por horas en tanques de agua fría y hielo. Así se hizo fuerte y resistente al frío. De modo que podía andar sin vestimenta en temperaturas bajo cero.
No le explicaron los efectos devastadores de los químicos en la pérdida de equilibrio y control de su cuerpo y su mente ni, mucho menos, que una vez cumplida la misión militar su nivel de degradación "justificaría" la perversa e inhumana valoración de su cuerpo como "material de desecho". Y, en efecto, tras un breve tiempo en el US Marine Corp el chico enfermó, le dieron de baja y se convirtió en veterano de la guerra en Oriente Próximo.
Fue así como se esfumó su sueño. En vez de ser un estudiante regular es un paciente con una condición de salud crítica que sobrevive a base de medicamentos con terribles efectos secundarios, terapias, e intervenciones quirúrgicas frecuentes que le impiden asistir a clases y completar el curso. Y, en vez de haber adquirido una casa para él y sus padres, mora en una habitación que a duras penas puede pagar con la pequeña subvención militar en el Sur del Bronx, la zona más pobre de Nueva York.
Recuerdo con pesar el afán del muchacho por aprender, participar en las discusiones en clase y socializar con sus compañeros y compañeras. Mi preocupación aumentó cuando debido a sus constantes ausencias observé que no iba a poder completar el semestre. Le llamé por teléfono y me contó que no sabía si algún día podría regresar a la universidad, pues, además de las dificultades que tenía para sostenerse en pié y caminar, estaba sufriendo ataques psíquicos.
A diferencia de las niñas y los niños de Logan, para este chico boricua no existe un Edén en donde vivir temporalmente hasta cruzar la frontera hacia el "lugar seguro" para los mutantes en Canadá.
La evocación de este caso me provoca terminar esta reflexión con una frase que se hizo viral en la Parada de las mujeres en Puerto Rico el pasado 8 de marzo y que podría aplicar a las mutaciones con fines bélicos: "Yo paro: No soy tu experimento".