El 16 de diciembre de este año la poeta Rosa Silverio presentó en Madrid la edición española de su poemario más reciente: Invención de la locura, por el cual la autora recibió el Premio Letras de Ultramar de 2016. Este libro también cuenta con una traducción al italiano: Invenzione dellafollia  (2018). El primer libro de Rosa, De vuelta a casa, apareció en el 2002, cuando la autora contaba con solo 24 años. A este le siguieron los poemarios Desnuda (2005), Rosa íntima (2007), Arma Letal (2012), Matar al padre (2014), Poemas tristes para días de lluvia (2016) y Mujer de lámpara encendida (2016). También ha publicado la plaquette bilingüe Rotura del tiempo/Broken time (2012), la antología de sus poemas Antes de Madrid (2019), la antología No creo que yo esté aquí de más. Antología de poetas dominicanas 1932-1987 y En el mismo trayecto del sol. Poesía dominicana 1894-1984 (2019), que fue coeditada con el poeta Plinio Chahín. Estas dos últimas antologías han marcado un importante hito en la difusión de los poetas dominicanos en España. Asimismo, cuenta con un libro de relatos: A los delincuentes hay que matarlos (2012). Además del premio ya citado, destacan en su trayectoria el XXI Premio Internacional Nosside de Italia (2005) y el Premio Anual de Poesía Salomé Ureña de Henríquez que otorga el Ministerio de Cultura (2011). Este recorrido muestra que estamos ante una escritora fundamental del panorama literario contemporáneo.

Su último poemario es el resultado de una vida dedicada a la literatura. Su título —Invención de la locura— es sumamente sugestivo. ¿Sobre qué nos habla este libro?: ¿sobre qué es la locura?…, ¿sobre cómo alguien inventa la locura?…, ¿sobre la locura como una invención?… Pero, a todo esto, ¿qué es la locura? Al mencionar esta palabra no podemos dejar de sentir cierta inquietud, una inquietud que conlleva al mismo tiempo, repulsión y atracción. ¿A qué se debe esta ambivalencia?

La palabra locura tiene muchas connotaciones. Loco es el enajenado mental. Se le teme porque sus actos no se ajustan a la norma. Sin embargo, loco también es el entusiasta y el que se entrega totalmente a una tarea. Esta imprecisión y amplitud del término ha hecho que se haya abandonado su uso en el ámbito médico. A esto se suma la circunstancia de que después de la teoría del psicoanálisis de Freud la distinción entre locura y cordura se ha hecho difícil de precisar.

Desde los griegos se ha hablado básicamente de dos tipos de locura: la locura como una enfermedad y la locura como un estado de creatividad artística. Este último tipo también ha recibido el nombre de delirio, frenesí, éxtasis, entre otros. Además, se le ha vinculado con el concepto de «genio».

Sin embargo, a partir la Edad Moderna, ha prevalecido el sentido de la locura como pérdida de la razón o enajenación mental. Esto unido a la idea de que la locura es un desorden de tipo moral. Así, todos aquellos que no se ajustasen a las normas sociales (dígase inadaptados a la familia o al trabajo, libertinos, vagabundos…) eran apartados de la sociedad y medicados. Esta es la tradición clínica que exponen y denuncian Foucault y Deleuze en su obra.

En Invención de la locura podemos encontrar ambos tipos de locura intensamente entrelazados. La locura psíquica se encuentra indisolublemente ligada a la creación artística. De este estrecho vínculo entre uno y otro tipo de locura proviene nuestro desconcierto al leer el libro. Es así que la locura se nos aparece bajo dos aspectos: como un límite y como posibilidad de libertad. Así lo ha destacado Raquel Lanseros en el prólogo: «Rosa Silverio […] denomina metafóricamente locura lo que es lucidez descarnada».

Estamos, en definitiva, ante unos versos que desconciertan porque, siendo atrevidos e irreverentes, no pierden nada de su belleza y claridad.

Tres citas nos dan la entrada al poemario. Szymborska remarca que los poemas, sin importar su condición, no tienen otro origen que el amor. Pizarnik enfatiza que con la poesía aun el silencio de la muerte se convierte en algo elocuente. Y Woolf remata al decirnos que si se trata de hablar de dolor, no hacen falta palabras rebuscadas. Solo necesitamos sinceridad.

El libro está dividido en tres partes.

I

La primera parte se titula «Revelación en la palabra». Se trata de una sección estremecedora. Nos descoloca. Nos sacude. Nos lleva a ir más allá de nuestros límites. Queda claro que lo de la locura va en serio. No es solo un recurso literario para dotar al poemario de un aire exótico. 

El primer poema del libro, «Más loca que una cabra», titulado según el adagio popular, nos hace conscientes de la realidad última del mundo. Quien ha ido hasta el fondo sabe que, contrario quizás a lo que nos han enseñado, el mundo es un lugar donde no hay nada seguro a lo que aferrarse. Frente a este mundo, el yo se encuentra atrincherado en sí mismo y desgarrado. Solo la poesía aparece como un lugar donde estar. Y decir poesía es decir locura. De ahí que nos declare Rosa: «Mi voz solo habita en la locura y en la locura estoy yo y está la nada».

La aparición de la nada nos hace vislumbrar el estrecho vínculo que existe entre poesía, locura y mística. No es extraño entonces que encontremos un paralelismo con la poesía de Juan de la Cruz: «El que allí llega de vero / de sí mismo desfallece; / cuanto sabía primero / mucho bajo le parece, / y su ciencia tanto crece, / que se queda no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo» (cursivas del autor del poema). En efecto, solo quien ha descendido hasta «allí», como es el caso de nuestra autora, capta esta verdad.

No obstante, descender hasta la auténtica realidad del mundo «puede ser caro / en especial para una loca», nos dice Rosa en el poema «El riesgo de bajar». Esta confesión impúdica de su locura nos desconcierta y no nos deja indiferentes. ¿Desde cuando un loco nos anda diciendo que está loco? La idea que tenemos de los locos es que no se enteran de nada. Rosa, a través del juego con los opuestos, nos muestra la lucidez de una loca: «Una no se entera de la guerra / del cambio climático / de las protestas en Egipto / del conflicto en Palestina». Es una denuncia de la ceguera del mundo que se contrapone a la lucidez de los locos.

Los que se autodenominan cuerdos se sienten seguros con sus filosofías y sus artes. Pero viven atrapados en las convenciones sociales. En cambio, «en este búnker —nos revela Rosa— se puede estar desnuda / se puede no saber nada / se puede ser el ignorante más grande de la tierra». Rosa proclama con alegría su ignorancia del mismo modo que lo hizo Nicolás de Cusa. El verdadero saber no consiste en saber muchas cosas. Sino en la conciencia de que hay muchas cosas que ignoramos. De ahí esa ignorancia sabia a la que Cusa denominó docta ignorancia

En otras palabras, el sabio auténtico no se queda encerrado en la pequeñez de un mundo fabricado a su medida, sino que se mantiene siempre abierto y en búsqueda. Esta actitud de continua indagación puede desconcertar a quien asuma el conformismo como norma de vida. Sin embargo, renunciar a la búsqueda, una vez que se es consciente del sinsentido del mundo, sí que sería una auténtica locura.

Pero esta indagación, ¿tiene algún límite? Hay que ser conscientes de que pocas cosas se salvan. Lo vemos en los poemas «Tímpano roto» y «Derrota». El tímpano, ese órgano que nos permite mantener el equilibrio ha sido voluntariamente taladrado. Entonces la voz y la palabra se desvanecen. Solo quedan vestigios y fragmentos: «Me disecciono, me esparzo, desaparezco / me silencio / me obligo al silencio».

La locura implica siempre el desdoblamiento del yo. Esto aparece manifiesto en el poema «Rescate». Aquí el yo femenino aparece desdoblado y una parte le dice a la otra: «Dame tu enfermedad para sanarte […] / te salvaré de la incomprensión y de la angustia / te despojaré de todo lo inhumano / te rescataré de las sombras en las que te hundes / te devolveré la cordura cuando amanezca». La respuesta del otro yo aparece en el poema inmediatamente posterior: «La caída». Este minimiza los efectos de la dolencia y, a la vez, se interroga a sí mismo: «¿Cómo se vive esta no-rotura? / La inclinación del verso es inevitable / La poesía desciende hacia mis infiernos / ¿Quién me redimirá?». El yo roto solo encuentra respuesta en el uso de la palabra.

En el poema «La última hora» Rosa interroga a la sociedad y declara: «Algo angustia cuando Gaza se hace añicos / ante la mirada burlesca de los dioses / Algo encabrita cuando las mujeres de mi generación deben lavar su sexo a escondidas / y procurar no teñir las sábanas de pecado».

Lo que encontramos en el poema «No te arrancarás los pájaros del corazón» puede parecer pesimista, pero se trata de realismo en estado puro. Un realismo que desconcierta: «No te arrancarás la culpa […] / No, no podrás vencer el mal». Es la sinceridad llevada hasta sus últimas consecuencias.

Y la locura no es algo que compete únicamente a la esfera individual. También la persona amada se encuentra en riesgo. Así aparece en el poema «Este hombre que amo». Este hombre «no imagina mis purulentas infecciones / no sospecha el deterioro de su loca / de esta mujer que él repite que la ama / cuando ella planea su muerte en la cocina».

La crítica a la política y a la sociedad aparecida en el poema «La última hora» es completada con el poema «Hematomas». Y es que detrás de la angustia y del sufrimiento de millones de personas, en especial de mujeres, se encuentran las religiones. Por eso Rosa pide sarcásticamente el castigo mientras se revuelve en su «pecado»: «He follado / he amado / he amado y he follado / largas noches / enloquecida y volando / con cientos de serpientes en la cama». Y pide, rebelde: «Castígame, padre / golpéame fuerte / y no temas a los hematomas / los cubriré con el manto de la virgen / con el burka de la mujer afgana». Al fin y al cabo, para algo tenían que servir los mantos y los burkas.

Y si ser loca es dejar atrás todas las restricciones religiosas, entonces sea, nos dice Rosa con los siguientes versos: «Le he orado a todas vuestras vírgenes / mientras me desgarraba / y me hacía fuerte / y me volvía loca / una loca libre y pura». Con estos poemas Rosa interroga hasta qué punto la sociedad es culpable de que existan enajenados. Aparece como algo evidente que mientras más cerrada sobre sí misma es una sociedad, mientras más represiva es, la línea que separa la cordura de la locura está más delimitada. Al poder económico, religioso y político no le interesa que haya ningún loco suelto diciendo verdades incómodas. En este sentido, ser loco es lo mismo que ser libre. Ser libre de las imposiciones del poder.

Es por esto que Rosa coincide con otro loco absolutamente luminoso. Me refiero a Leopoldo María Panero, quien dejó escrito: «El único malestar en la cultura y la única revolución posible es la de la locura». Una locura que es, añade, «para luchar, con el arma suprema de la literatura, contra un país sin dioses, pero con estatuas de dioses, contra un país donde la gente cree en Dios media hora, la media hora de ir a misa, para luego seguir pecando, esto es, haciendo daño».

En el poema «Kit para suicidas» el suicidio aparece como una salida ante la cual no hay que sentir miedo ni culpabilidad. Acaso la infusión del miedo al suicidio y su condena social no sea más que otro modo de control del Estado y de las religiones sobre el individuo.

Ante la indeterminación frente al mundo y la apertura que ofrece el yo, los seres humanos están abiertos a construir su propia identidad. De eso nos habla el poema «Las gatas no saltan por la ventana», el último de la primera parte.

En la siguiente entrega de este artículo veremos la segunda y la tercera parte.