BENJAMÍN NETAYANHU pudiera estar loco pero no arrebatado.
Ehud Barak pudiera estar arrebatado, pero no está loco.
Ergo, Israel no va a atacar a Irán.
Lo he dicho antes y lo diré ahora de nuevo, incluso después del parloteo interminable sobre el asunto. De hecho, de ninguna guerra se ha hablado tanto antes de que se produzca. En palabras de un clásico del cine: “Si tienes que disparar, dispara. ¡No hables!”.
En todas las bravatas de Netanyahu sobre la guerra inevitable, destaca una frase: “En la comisión de investigación posterior a la guerra, tomaré sobre mí la responsabilidad, ¡yo y sólo yo!”.
Una declaración muy reveladora.
En primer lugar, las comisiones de investigación son designadas sólo después de un fracaso militar. No hubo tal comité después de la Guerra de Independencia de 1948, ni después de la Guerra del Sinaí de 1956 o de la Guerra de Seis Días, de 1967. Hubo, sin embargo, comisiones de investigación después de la guerra del Yom Kippur, en 1974, y las guerras de 1982 y 2006 en el Líbano. Al evocar el espectro de otro comité, Netanyahu inconscientemente trata esta guerra como un fracaso inevitable.
En segundo lugar, en virtud de la legislación israelí, todo el Gobierno de Israel es el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. En virtud de otra ley, todos los ministros tienen “responsabilidad colectiva”. La revista Time, que cada semana es más ridícula, podrá coronar al “Rey Bibi”, pero aún no tenemos una monarquía. Netanyahu no es más que un primus inter pares.
En tercer lugar, en su discurso, Netanyahu expresa un desprecio sin límites por sus compañeros ministros. Ellos no cuentan.
Netanyahu se considera a sí mismo un moderno Winston Churchill. No me parece recordar a Churchill anunciando, al asumir el cargo, que “Asumo la responsabilidad por la derrota que viene”. Incluso en la situación desesperada de aquel momento, él confiaba en la victoria. Y la palabra “yo” no figuraba destacada en su discurso.
EN EL lavado de cerebro diario, el problema se presenta en términos militares. El debate, tal como es, se refiere a las capacidades militares y los peligros.
Los israelíes están especialmente preocupados ‒y es comprensible‒ por la lluvia de decenas de miles de misiles que se espera caigan sobre todas las zonas de Israel, no sólo desde Irán, sino también desde el Líbano y Gaza. El ministro de Defensa Civil desertó esta semana, y otro, un refugiado del desventurado partido Kadima, ha tomado su lugar. Todo el mundo sabe que una gran parte de la población (yo incluido) está completamente indefensa.
Ehud Barak anunció que no más que un mísero número de 500 israelíes serían eliminados por misiles enemigos. No aspiro al honor de ser uno de ellos, aunque vivo muy cerca del Ministerio de Defensa.
Pero la confrontación militar entre Israel e Irán es sólo una parte del cuadro, y no la más importante.
Como ya he señalado antes, mucho más importante es el impacto en la economía mundial, ya sumida en una profunda crisis. Un ataque israelí será visto por Irán como una inspiración estadounidense y la reacción será en consecuencia, como declaró explícitamente Irán esta semana.
El Golfo Pérsico es una botella, cuyo cuello es el Estrecho de Ormuz, que está totalmente controlado por Irán. Los enormes portaviones estadounidenses ahora estacionados en el Golfo harían bien en salir antes de que sea demasiado tarde. Se parecen a los antiguos veleros que arman los aficionados dentro de botellas. Incluso el poderoso armamento de los EE.UU. no será capaz de mantener abierto el estrecho. Simples misiles tierra-mar bastarán para mantenerlo cerrado durante meses. Para abrirlo, se requerirá una operación terrestre prolongada por parte de los EE.UU. y sus aliados. Sería un negocio largo y sangriento con consecuencias imprevisibles.
Una parte importante de los suministros de petróleo del mundo tiene que pasar a través de esta vía fluvial única. Incluso, la mera amenaza de su cierre hará que los precios del petróleo se disparen por las nubes. Las hostilidades reales se traducirán en un colapso económico en todo el mundo, con cientos de miles ‒si no millones‒ de nuevos desempleados.
Cada víctima va a maldecir a Israel. Puesto que estará muy claro que esta es una guerra israelí, la ira se volverá contra nosotros. Y lo que es peor, mucho peor: puesto que Israel insiste en que es “el Estado del pueblo judío”, la rabia puede tomar la forma de un brote sin precedentes de antisemitismo. Israelófobos con colmillos nuevos volverán a los viejos tiempos en los que se “odiaban a los judíos”. “Los judíos son la causa de nuestro desastre”, como solían proclamar los nazis.
Esto pudiera ser peor en EE.UU. Hasta ahora, los estadounidenses han visto con tolerancia admirable cómo su política en el Oriente Medio está prácticamente dictada por Israel. Pero incluso el todopoderoso AIPAC y sus aliados no podrán contener el estallido de indignación pública. Van a reventar al igual que los diques de Nueva Orleans.
ESTO TENDRÁ un impacto directo en el cálculo central de los belicistas.
En conversaciones privadas, pero no sólo allí, afirman que Estados Unidos quedará inmovilizado en la víspera de las elecciones. Durante las últimas semanas anteriores al 6 e noviembre, ambos candidatos estarán mortalmente aterrorizados del lobby judío.
El cálculo es el siguiente: Netanyahu y Barak atacarán, sin que les importe un bledo los deseos estadounidenses. El contraataque iraní estará dirigido contra los intereses estadounidenses. Los EE.UU. van a ser arrastrados a la guerra en contra de su voluntad.
Pero aún en el caso improbable de que los iraníes actúen con un supremo autocontrol y no ataquen objetivos estadounidenses, contrariamente a sus declaraciones, el presidente Obama se verá obligado a salvarnos, a enviar grandes cantidades de armas y municiones, a reforzar nuestras defensas antimisiles ‒a financiar la guerra. De lo contrario, será acusado de dejar a Israel en la estacada, y Mitt Romney será elegido como el salvador del Estado judío.
Este cálculo se basa en la experiencia histórica. Todos los gobiernos israelíes en los últimos años se han aprovechado de las elecciones estadounidenses para sus propósitos.
En 1948, cuando EE.UU. estaba obligado a reconocer al Estado israelí, contra el consejo expreso tanto por la Secretaría de Estado y el secretario de Defensa, el presidente Truman estaba luchando por su vida política. Su campaña estaba en bancarrota. En el último momento, los millonarios judíos saltaron a la palestra y Truman e Israel fueron salvados.
En 1956, el presidente Eisenhower estaba en medio de su campaña de reelección cuando Israel atacó a Egipto, en colusión con Francia y Gran Bretaña. Fue un error de cálculo ‒ Eisenhower no necesitaba los votos y el dinero judíos, y puso fin a la aventura. En otros años de elecciones, las apuestas eran más bajas, pero siempre se aprovechó la ocasión para sacarle algunas concesiones a los EE.UU.
¿Funcionará esta vez? Si Israel desata una guerra en la víspera de las elecciones, en un esfuerzo obvio para chantajear al Presidente, ¿apoyará el estado de ánimo del pueblo estadounidense a Israel, o podría ir al otro lado? Será una apuesta fundamental de proporciones históricas. Pero, al igual que Mitt Romney, Netanyahu es un protegido del magnate de casino, Sheldon Adelson, y puede no ser más reacio a las apuestas que los pobres tontos que dejan su dinero en los casinos de Adelson.
¿DÓNDE ESTÁN los israelíes en todo esto?
A pesar del constante lavado de cerebro, las encuestas muestran que la mayoría de los israelíes están decididamente en contra de un ataque. Netanyahu y Barak se ven como dos adictos ‒megalómanos, dicen muchos‒, que están más allá del pensamiento racional.
Uno de los aspectos más llamativos de la situación es que nuestro jefe del Ejército y el Estado Mayor General en pleno, así como los jefes del Mossad y el Shin Bet, y casi todos
Es una de las raras ocasiones en que los jefes militares son más moderados que sus jefes políticos, aunque eso haya ocurrido en Israel antes. Uno se puede preguntar: ¿cómo pueden los líderes políticos comenzar una guerra fatal cuando prácticamente todos sus consejeros militares, que conocen nuestras capacidades militares y las posibilidades de éxito, están en contra de ella?
Una de las razones de esta oposición es que los jefes del ejército saben mejor que nadie cuán totalmente dependiente de EE.UU. es Israel en realidad. Nuestra relación con Estados Unidos es la base misma de nuestra seguridad nacional.
Además, parece dudoso que Netanyahu y Barak tengan una mayoría para el ataque, incluso en su propio gobierno y en el gabinete más interno. Los ministros saben que, aparte de todo lo demás, el ataque espantaría a los inversionistas y turistas, causando un daño enorme a la economía de Israel.
Entonces, ¿por qué la mayoría de los israelíes todavía creen que el ataque es inminente?
Los israelíes, en su gran mayoría, han sido totalmente convencidos por ahora de que: (a) Irán está gobernado por un puñado de locos ayatolás, divorciados con la racionalidad; y (b), que, una vez en posesión de una bomba nuclear, sin duda esa bomba nos va a caer encima.
Estas condenas se basan en las declaraciones de Mamoud Amadinejad, en las que dijo que va a borrar a Israel de la faz de la tierra.
Pero, ¿de verdad dijo eso? Ciertamente, él ha expresado en reiteradas ocasiones su convicción de que la entidad sionista desaparecerá de la faz de la tierra. Pero parece que nunca llegó a decir que él mismo ‒o Irán‒ aseguraría ese resultado.
Esto puede parecer sólo una pequeña diferencia retórica, pero en este contexto es muy importante.
Además, puede que Amadinejad sea un bocón, pero su poder real en Irán nunca fue muy grande y se está reduciendo rápidamente. Los ayatolás, los gobernantes reales, están lejos de ser irracionales. Su comportamiento en general, desde la revolución, demuestra que son personas muy cautelosas, con aversión a las aventuras en el extranjero, marcadas por la larga guerra con Irak que no comenzaron, y que no querían.
Un Irán con armas nucleares podría ser un vecino cercano poco conveniente, pero la amenaza de un “segundo Holocausto” es un producto de la imaginación manipulada. Ningún ayatolá dejará caer una bomba cuando la respuesta segura sería la aniquilación total de todas las ciudades iraníes y el fin de la gloriosa historia cultural de Persia. La disuasión era, después de todo, el sentido para producir una bomba en Israel
Si Netanyahu & Co. se asustaron mucho con la bomba iraní, podrían hacer una de estas dos cosas:
Un acuerdo para la desnuclearización de la región, renunciando a nuestros propios armamentos nucleares (muy poco probable);
O bien hacer la paz con los palestinos y el mundo árabe, con lo que desarmarían la hostilidad de los ayatolás contra Israel.
Pero las acciones de Netanyahu muestran que, para él, mantener la Ribera Occidental es mucho más importante que la bomba iraní.
¿Qué mejor prueba necesitamos de la locura de todo este miedo?