Todos los hombres en algún momento de su vida, se sienten solo; y más: todos los hombres están solos. Vivir es separarnos de lo que fuimos para internarnos en lo que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es fondo último de la condición humana. El hombre es el único ser que se siente solo y es el único que es búsqueda de otros (…). El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como soledad. (Octavio Paz, El laberinto de la soledad, p.349).

Soledad- Compasión

Los filósofos griegos vivieron en la poli, entre las cosas, pero trascendiéndola, separándose de esta en soledad para entenderla e indagarla a plenitud, como ejercicio filosófico para abordar grandes problemas existenciales como quiénes somos y de dónde vinimos. Estas preguntas filosóficas siempre presentes en el filosofar, han tenido repuestas diferentes en cada época, en cambio, otras no dejan de quedarse en preguntas sin respuestas.

Para el filósofo Heráclito, la soledad se sitúa en el interior del hombre, en lo más profundo de su ser, de su condición humana. La soledad brota en reflexión del alma durante la noche, en el lecho, como lo deja entrever en sus fragmentos filosóficos (1983):

“El hombre prende para sí mismo durante la noche, cuando ha muerto, pero todavía vive: El soñador, cuya visión ha sido suprimida, iluminada desde la muerte; el que está despierto, ilumina desde el ensueño” (pp.206-207).

Es desde la soledad, que se comprende la sombra de la quietud, de lo inerte, de lo que está durmiendo o muerto y que no es luz. Indagarnos a nosotros mismos nos permite construir o reconstruir el camino trazado, lo que nos hace valer como caminantes entre la sombra y la luz, como apuntó Nietzsche en El Caminante y su sombra (2014), donde ambas son complementarias, y amadas por el caminante: “Para que exista la belleza del rostro, la claridad del discurso, la bondad y firmeza de carácter, la sombra es tan necesaria como la luz”. (p.379, Vol. III). Es en esta complementariedad que el caminante vale y alcanza la libertad de la razón, del lenguaje (simbólico) y la invención de un discurso filosófico creativo y crítico en su viaje.

Para el filósofo estoico, Lucio Seneca, la soledad es fundamental para exhortar a  una soledad de manera rigorosa y de una fortaleza interior que bloquea cualquier acontecimiento que deprima, por lo que hay que cuidar de uno, sobre una rectitud de la mente y con una buena salud para el alma y el cuerpo: “Obra así, querido Lucilio: reivindica para ti la posesión de ti mismo, y el tiempo que hasta ahora se te arrebata, se te sustraía o se te escapaba, recuperarlo y conservarlo (…).Y si quieres ponerle  atención, te darás cuenta que una gran parte de la existencia se nos escapa obrando mal,  la mayor parte estando inactivos, toda ella obrando cosas distintas de las que debemos.” (p.359).

En virtud de eso, para vivir en esta cuarentena planetaria, como resultado del coronavirus (COVID-19), se ha de aprender a ejercer en el autoexamen, la autocrítica y la gimnasia psíquica, como expresa Morin, al referirse a una autoética por parte del sujeto (2009). Es desde esta condición de sujeto soledad- compasión, que parto para comprender más que nunca los Proverbios y Cantares de Machado (1979), los cuales nos hacen girar hacia al interior del alma y darnos cuenta de que vivimos con ese complementario que suele ser el contrario de uno.

Vivir en soledad es ir más allá de pensar, del refugio exterior que nos rodea, ver, con la mente, ya que el ver era mental en el filosofar griego, es viajar a lo simbólico, perderse por un tiempo, aunque luego te tropieces con ese espacio físico constreñido por la cuarentena que ha sido impuesto por el Estado- COVID-19, a escala planetaria. Es, antes que nada, vivir perdido por los confines del ciberespacio, como pez filosófico sumergido en las profundidades de lo virtual, en las que solo unos pocos saben llegar con estrategias de navegación, para no vivir en la infoxicación y sí en el aprendizaje y el conocimiento que se envuelve en vida de aventura cuando viajan por los cuentos borgianos como: “El Aleph y La casa de Asterión” (2017). 

El filósofo Schopenhauer en el “Arte del buen vivir” (1990), plantea no con intensidad emocional y vivencial, pero sí con fundamento y rigurosidad intelectual, la importancia de la soledad, “donde cada uno se ve reducido a sus propios recursos, se revela lo que posee por sí mismo” (p.61).Como la reflexión sobre el sabio, que plantea Séneca, en la cual el sabio se basta por sí mismo, de esa forma no lo persigue el aburrimiento, del que tanto habló el filósofo Pascal:

“Nada es tan molesto para el individuo como estar en pleno reposo, sin pasiones, sin quehaceres, sin distracciones, sin aplicación. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficiente, su impotencia, su vacío. Inmediatamente surgirán del interior de su alma el aburrimiento, la melancolía, la tristeza, la pena, el despecho, la desesperación” (2011, p.34).    

El aburrimiento prolongado forma parte de la sociedad transida e hipertransida, que viven en el fastidio, la desgana, la indiferencia, la apatía y el disgusto. La soledad en la autoética, es parte de la reflexión de la vida y de la revisión de todas las dimensionalidades relacionadas con lo que somos y lo que hemos sido, es resistir a un mundo de aburrimiento, de riesgo, angustia y sin compasión ante el otro.

La compasión se replantea en soledad, en el momento de profunda meditación, porque en ese momento no se está sufriendo en carne viva lo que otros están compadeciendo, pero sí se participa en el sufrimiento de los demás, en no ser indiferente ante la muerte porque tampoco se es ante la vida. La muerte entra en un juego del lenguaje, que penetra en mi cuerpo, me hace pensar en el vivir como parte de los cientos de millones de seres humanos en el planeta confinados en cuarentena para evitar jugar una partida simultanea de ajedrez con la muerte, tal como se narra en el film “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957) donde la peste negra devasta a Europa en el siglo XIV.

Es desde la soledad de este microespacio, que navego por el ciberespacio, que me revoloteo entre libros y vuelo por encima de las ciberbasura de la infoxicación en las redes y me coloco en las reflexiones del papa Francisco, que bendice al mundo en soledad por el coronavirus ante una plaza, San Pedro del Vaticano, inerte, sin seres humanos y totalmente vacía, en una Italia, que se ha llenado de miles y miles de fallecidos por los efectos del coronavirus:

“Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”. (Urbi et orbi, en latín.27/03/2020).

El discurso que brota del lenguaje (lo simbólico) que sale de la interioridad del sujeto, en este caso el papa Francisco, se sitúa en una condición de soledad, de transido como estado afectivo, que manifiesta angustia, a la vez dibuja varias líneas que van desde lo oscuro a lo gris. Cada una de estas tienen nombres desoladores como la desesperación, el sufrimiento y la tristeza.  Esto hace recordar los testimonios que dejó plasmados Ernesto Sábato, en su texto “Antes del fin”: “Extraviado en un mundo de túneles y pasillos, atajos y bifurcaciones, entre paisajes turbios y oscuros rincones, el hombre tiembla ante la imposibilidad de toda meta y el fracaso de todo encuentro”. (2002, p.140).

Lo escalofriante no es que el papa Francisco nos haga recordar a Sábato, sino que este, como representante de Dios aquí en la Tierra (de acuerdo a los preceptos católicos), abonara lo transido en el corazón de sus feligreses. Su mensaje como bendición a la ciudad de Roma y al mundo expresa lo transido, el miedo, el riesgo, la angustia y la piedad.

La piedad en la filosofía griega tenía su cordón umbilical con los dioses. La devoción, el cuidado y respeto hacia ellos significaba ser piadoso. Será con Sócrates que a la piedad se le comenzó a dar una definición distinta, ya que se cuestionaba y se dudaba sobre este concepto que giraba en torno a los dioses.

En uno de los “Diálogos” de Platón, el texto Eutifrón (pp212-2243), se narra cómo Sócrates, luego de ser sentenciado a muerte, es conducido a prisión y en ese trayecto se encuentra con Eutifrón, con quien entabla un diálogo, sobre lo que es la piedad y la impiedad, si esta es justa o no. Sin embargo, Sócrates dejará el diálogo inconcluso y lleno de dudas, aunque en parte definía el concepto piedad como ciencia de las peticiones y ofrendas a los dioses, que brota del conocimiento no de la creencia en tanto creer ciegamente en algo.

En mi enfoque filosófico de lo transido, el concepto de la piedad se retoma a través de la compasión, dado que comulga más con Aristóteles y Schopenhauer, que, con Espinosa o Nietzsche, lo que no significa que estos dos filósofos sean dejados a un lado ante la soledad, la voluntad de la vida como fuerza activa, la cual contribuye a construir el camino que te va definiendo como caminante en medio de tanto dolor y sufrimiento.

Hay que retomar el enfoque de la compasión, la cual se define de acuerdo al filósofo Nicola Abbagnano (citando Aristóteles) como “el dolor causado a la vista de algún mal, destructivo o penoso, que golpea a uno que no lo merece y que podemos esperar pueda golpear asimismo a uno de nosotros o alguna persona querida” (2016, p.177).

En lo transido, la compasión entra con la participación en el sufrimiento que padecen los otros, pero, aunque puedo compadecerme de sus penurias son ellos quienes las viven en carne propia. Vivir en soledad implica estar solo como oportunidad de vida, de entender la compasión, construirse en valores espirituales antes que en valores materiales. Se puede estar solo aun rodeados de personas, contrario al sentirse solo, que es vivir en la tristeza, en el abandono y el desconsuelo, sentirse solo es vivir sin soledad en cuanto examen racional de nuestra vida.

En este momento, estoy solo,  pensando y escribiendo sobre la compasión, atravesado por el dolor de los que hoy se encuentran infectados por COVID-19, esos que no pueden  respirar bien, con tos incesante, fiebre, dolores musculares y otros menos afortunados, a los que se  les han destrozado los pulmones hasta ocasionarles la muerte; asimismo con todos los  excluidos de la modernización que tienen un espacio físico- habitad de vida constreñido y que para olvidarse de este, tienen como  fuga las calles y avenidas, unos como trabajador informal para buscar la subsistencia y otros para olvidarse de que viven hacinados en casuchas, expuestos al intenso calor tropical, donde muchos han fallecido por presión arterial alta, paro cardiaco, o por otro tipo de enfermedad de contaminación ambiental.

Estos excluidos de la modernización en el cibermundo son los transidos e hipertransidos del infierno dantesco, los que no saben qué es mejor, si el contagio de la pandemia del COVID-19 o el encerramiento en las casuchas de los barrios marginados, sin alimentación y sin salubridad adecuada, ya que forma parte de esa esa pandemia mundial de la desigualdad social que ha producido la política neoliberal.

Es en este contexto filosófico existencial y de dimensión cibernética, entre lo virtual y lo real, que se vive transido, abatido, lleno de compasión, de miedo, angustia, ante el riesgo de la pandemia del COVID19 y lo que nos hace entender que esto forma parte de la condición humana, tal como la asume la filósofa Ana Arendt (2009), en cuanto a que todos los seres humanos vivimos en una condición de existencia total de actividades y capacidades.

Jean Paul Sartre, en el texto “El existencialismo es un humanismo” (2009), sitúa la vida humana, la subjetividad y la acción en una “existencia que precede a la esencia” (p.27). donde esa subjetividad no se queda atrapada en el cogito de Descartes o el sujeto kantiano, ya que en ese pensar uno no solo se descubre a sí mismo sino también a los otros: “Así, el hombre que se capta directamente por el cogito descubre también a todos los otros y los descubre como la condición de su existencia (…)

El otro es indispensable a mi existencia tanto como el conocimiento que tengo de mí mismo” (pp.64-65).

En esta soledad existencial me descubro en el otro, en un mundo de “la intersubjetividad” (ídem).Aunque por el momento (ya que entro en esa posibilidad) no me encuentro sufriendo los síntomas de este virus, formo parte de él, estoy transido, vivo confinado en mi biblioteca, escribiendo, pensando y viendo cómo se van perdiendo decenas de miles de vidas, algún amigo o persona conocida y de mucha gente que les ha tocado vivir ese dolor, con sus familiares fallecidos en estos momentos de incertidumbre.

Desde esta soledad- compasión en que vivimos, hay que luchar porque esto sea transido transitorio y no transido permanente o  hipertransido (ver el primer ensayo), hay que apostar al Ancla de la esperanza en el cibermundo, que forma parte de la filosofía cibernética innovadora, la cual entra una de dimensión ética en valores humanos y como posibilidad existencial de salvación terrenal a través de una conciencia planetaria que entienda que atravesamos un panorama sombrío y de  crisis de civilización, en la que hay dos posibilidades: la destrucción o la reconstrucción social,  ecológica, económica, educativa,  cultural y política del híbrido  mundo y  cibermundo.   

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