El miedo (y los hombres más audaces pueden tener miedo) es algo espantoso, una sensación atroz, una especie de descomposición del alma, un borroso espasmo del pensamiento y del corazón, cuyo solo recuerdo da escalofríos de angustia (…). Y el miedo, el espantoso miedo iba apoderarse de mí: ¿el miedo a qué? ¿A caso lo sé? Era el miedo, eso es todo. (Guy De Maupassant. “El miedo”, en Cuentos completos, tomo. I; 2011, pp. 663-669).

El miedo

El miedo como emoción es inherente a las especies en el planeta, lo único que el hombre se diferencia de otras especies, porque como entidad biológica es el único que posee, lenguaje-pensamiento, construye prácticas sociales que lo definen como sujeto en una relación con la cultura-sociedad-poder en el espacio-ciberespacio. En el hombre,  el miedo es una repuesta a todo tipo de amenaza que enfrenta en el mundo y cibermundo, en cambio, el miedo en  los animales es inmutable, estos no comprenden el devenir del río heracliteano, ya que no son sujetos, no razonan, por lo que su miedo se reduce a ser devorado, no proyectan miedo al futuro, ni comprende el corazón del miedo en la tríada del pasado-presente-futuro, que es el aquí y el ahora, donde el  coronavirus (COVID-19) como pandemia es el primer miedo inédito, que produce ansiedad, ante  el posible descontrol en esta era del cibermundo.

El miedo es lo que ha permitido que las especies sobrevivan, por lo que este sentimiento es natural e importante, además de que hay miedos que se justifican cuando trascienden la subjetividad del individuo para colocarse en una realidad social, en la que entra el riesgo, la incertidumbre, la alerta y la inquietud, como es el caso de la pandemia del COVID-19.

Lo atroz es cuando el miedo se convierte en patología que inmoviliza y desgarra la existencia, como el pánico, que es un miedo exagerado y va más allá de una amenaza inminente. El filósofo José Antonio Marina, en su libro Anatomía del miedo (2006, p.33), analiza la relación sujeto- experiencia – miedo: 

Un sujeto experimenta miedo cuando la presencia de un peligro le provoca un sentimiento desagradable, aversivo, inquieto, con activación del sistema nervioso autónomo, sensibilidad molesta en el sistema digestivo, respiratorio o cardiovascular, sentimiento de falta de control y puesta en práctica de alguno de los programas de afrontamiento: huida, lucha, inmovilidad, sumisión.

Según este filosofo de la inteligencia creadora, hay miedos innatos y miedos adquiridos, y que los primeros son los provocados por desencadenantes no aprendidos, como el susto, que es producido por estímulos repentinos e intensos, contrario a los adquiridos, que entran en los normales que se adecuan a la gravedad del estímulo y no anulan la capacidad de control y repuesta.

Todas estas clasificaciones, como veremos más adelante, entran en una visión filosófica global que cubre la modernización y la hipermodernizacion del cibermundo, en la que el estrés entra a formar parte de ese proceso complejo que he llamado lo transido en el cibermundo y que a la vez forma parte de la filosofía cibernética innovadora, que como enfoque filosófico incluye la incertidumbre, la angustia y el propio miedo.

El miedo entra en ese filosofar de lo virtuoso que reflexionó Aristóteles, cuando trató el justo medio y donde consideró al miedo como no bueno para la salud cuando se convierte en exceso: “el miedo excesivo y miedo provocado por todas las cosas dañan la fortaleza. La fortaleza opera en el campo del miedo. Por consiguiente, los miedos moderados le dan incremento. Gracias a los mismos, pues creces y perece la fortaleza” (2001, p.333).

A diferencia de Aristóteles, que sitúa el miedo moderado no perjudicial para la salud, el filósofo “del pienso y luego existo”, René Descartes, no hace distinción y no ve en este ni un asomo de lo que es virtuoso, sino que es vicioso de por sí. En su texto “Las pasiones del alma”, dice que el miedo es una turbulencia o un asombro del alma, es exceso de cobardía y de temor, el cual siempre es vicioso, contrario al arrojo que es un exceso de valentía siempre bueno. Para este filosofo, “la principal causa del miedo es la sorpresa, no hay nada mejor para librarse de él que obrar con premeditación y prepararse para todos los acontecimientos que por tenerles temor puede causarles” (1997, pp.249-250).

El historiador francés, Jean Delumeau, escribió a finales de la década del 70 del siglo XX, el libro El miedo en Occidente (2013), en el cual, desde un pensamiento complejo filosófico, histórico, antropológico y de otras disciplinas del conocimiento, como la psicología, la sociología y la economía va presentando un panorama individual y social sobre el miedo. Aunque como historiador, su investigación la delimita, desde el siglo XIV hasta el XVIII, no por eso, su comprensión de acontecimientos como el de la peste, las guerras, las creencias religiosas y las luchas por otros espacios de poder, que han producido el miedo, se reducen a estos cortes de fechas, porque el miedo como tal, el hombre lo ha interiorizado desde que apareció hace unos 60 mil años en la tierra.

Su obra tiene un alcance filosófico, que desde su inicio invoca a los filósofos que han trabajado el miedo, como el caso de Sartre, que  lo considera como parte de la existencia humana, por lo que es normal que se tenga miedo, lo anormal es lo contrario, de acuerdo a este filósofo:” Todos los hombres tienen miedo. Todos. El que no tiene miedo no es normal, eso no tiene que ver con el valor” (p.22, Sartre, citado por Delumeau).

El historiador Delumeau define el miedo como “una emoción -choque, frecuentemente precedida de sorpresa, provocada por la toma de conciencia de un peligro presente y agobiante que según creemos, amenaza nuestra conservación” (ibid., p.28) y el cual es en la especie un reflejo rápido, fugaz, espontáneo e inminente ante cualquier contingencia, por lo cual forma parte de ese marco de referencia sobre el origen de la especie, las emociones y la selección natural, estudiada por Charles Darwin (1992).

El miedo forma parte de la condición humana transida, por eso este se encuentra en las mismas sociedades del cibermundo. En ese aspecto, el miedo nos atañe a todos y nadie escapa a este en estos momentos de la pandemia del coronavirus y sus secuelas de crisis sociales y económicas globales. Dicha pandemia es un tema con el que despertamos y nos acostamos todos los días, abatidos y con aire de tristeza, no conoce clases sociales y ni conoce poderes sociales establecidos.

El filósofo Heinz Budel, en su libro La sociedad del Miedo, nos dice: “El miedo no conoce barreras sociales” (2017, p.13). Por eso, hay miedo en todo y sus motivos son innumerables, van desde la pandemia COVD-19 y la recesión mundial hasta el asteroide que pasará cerca del planeta Tierra, el 29 de abril 2020, pero que no representa un peligro inminente para la humanidad, de acuerdo a la Administración de la Aeronáutica y del Espacio (NASA).

Este filósofo enumera algunos miedos relacionados al empobrecimiento, a la cardiopatía al vértigo, a la inflación y al terrorismo. Según él: “se puede tener miedo al futuro, porque hasta ahora todo había funcionado bien; se puede tener miedo ahora, en estos momentos, del paso siguiente, porque la decisión a favor de una posibilidad representa siempre una decisión en contra de otra posibilidad”. (ídem).

Los filósofos Andrés Ortiz-Osés y Patxi Lanceros (2006, pp.367-377), explican que cuando uno tiene miedo de algo o de alguien la urgencia de escapar es instintiva antes de hacerse racional y que este nos ayuda a sobrevivir actuando como un detector de peligros potenciales o reales. En el caso de la pandemia del  coronavirus,  el escape instintivo se da hacia lo virtual, a la interacción con los entornos virtuales; la quietud y la parálisis es quedarnos en casa para escapar a lo virtual y desde ahí, pasear por el ciberespacio, trabajar, enseñar o estudiar en sus entornos virtuales, buscar información, dialogar e interactuar por sus redes sociales.

Con esta pandemia del COVID-19, el cibermundo cobra una importancia y una revaloración que vuela toda imaginación en estos días que corren, las inversiones en el cibertrabajo o teletrabajo y en los entornos virtuales para la enseñanza-aprendizaje serán de las prioridades que tendrán el sector público y privado, luego de salir de la presente crisis global.

Hemos pasado de un espacio a un microespacio físico constreñido,  y de este, hacia el ciberespacio de lo no constreñido, de ahí, el miedo, que tienen muchos de sus cibernautas a que este podría colapsar. Es por eso, que además de cuidarnos contra el coronavirus es bueno cuidarnos contra los virus informáticos que pueden entrar a los dispositivos digitales que puedan bloquear cualquier acceso al ciberespacio.

Por suerte, en el cibermundo, hay más dispositivos que se conectan al ciberespacio que habitantes y que en cada hogar son varios los dispositivos conectados a este, por lo que si falla uno,  otro estará para su remplazo en el momento de una emergencia. Hay que comprender, que por más vuelta y revuelta que se de en un hogar, el ciberespacio es en este momento, la puerta principal que tenemos para saber que existimos, que estamos bien y que los otros existen y están bien en medio de esta pandemia cibermundial.

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