Rieux hizo una descripción clínica con cifras. Aquel mismo día se contaron cuarenta muertos. El prefecto tomó sobre sí, como él decía, la responsabilidad de extremar desde el día siguiente las medidas prescriptas. La declaración obligatoria y el aislamiento fueron mantenidos. Las casas de los enfermos debían ser cerradas y desinfectadas, los familiares sometidos a una cuarentena de seguridad, los entierros organizados por la ciudad en las condiciones que veremos. Un día después llegaron los sueros por avión. Eran suficientes para los casos que había en tratamiento. Pero eran insuficientes si la epidemia se extendía. (Camus, La peste,2016, p.42).

Muchos antes años antes y después de la época en que sucede esta memorable historia (…) la metrópoli, resonaba con el grito espantoso de ¡La Peste! La ciudad estaba en gran parte despoblada (…). Evidentemente, había llegado ahora a la ciudadela de la peste. A cada paso o a cada caída su camino se hacía más infecto y más horrible, la ruta más estrecha e intricada. (Allan Poe, El rey Peste, 2017, pp. 2001-217).

2. La peste

Situar la peste en la construcción conceptual filosófica, social, literaria y cibernética de lo que he definido como transido en el cibermundo, ha formado parte de la condición humana, por lo que esta como tal, no deja a un lado todas las definiciones de María Moliner, la cual desglosa la peste como: “Enfermedad grave que se contagia y produce muchas víctimas (…). Epidemia, plaga (…) Cosa que molesta por excesiva abundancia”. Lo abundante, el exceso entra en esa “cosa nociva o que molesta mucho” (2016.vol.II, p.1985-86).

La infoxicación de ciberbasura sobre el coronavirus y no saber seleccionar la información sobre esta enfermedad, forma parte de la peste, de ese exceso que como información es nocivo para la salud del sujeto cibernético. Es el caso de la posverdad, los bulos y  Fake news, que sobre el coronavirus  a cada momento son desmentidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), pues  lo que han hecho es generar no una angustia positiva sino destructiva y cargada de ansiedad en el plano psicológico y  existencial en los sujetos cibernéticos que viven en  el cibermundo.

Coronavirus (Covid-19) es la  primera pandemia que se ha producido en la era del cibermundo,  la cual se originó en la ciudad de Wuhan, China y en su inicio tan solo fue sombra de rostro, una mirada virtual,  que de manera fugaz aparecía en el ciberespacio; luego  que se fue expandiendo por Asia y Europa,  se convirtió en un movimiento aleatorio al cual los sujetos cibernéticos comenzaron a ponerle atención en las redes sociales. Ahora que se encuentra extendida por el Medio Oriente, África y América, se ha transformado en un rostro de muerte en el mundo virtual, en esa metáfora que vuela a toda imaginación del pensamiento, para colocarse al interior de los cuentos como el de  Edgar Allan Poe: La máscara de la Muerte Roja y El rey Peste (2017), ambos situados en el contexto de la, epidemia del cólera en los años 30 del siglo XIX, en Europa, que dejó millones de humanos muertos, sin dejar esto de ser metáfora de destrucción de la propia peste negra que brotó en la Edad Media en el siglo XIV (1348-1349). Ambos cuentos evidencian cómo la gente trata de perseverar su ser, como diría Spinoza, surge una conciencia de vivir, de no perecer ante el cólera, que como epidemia desprende calamidades y muerte, tendencia distópica, que junto a la utopía han formado parte de la existencia humana. 

A diferencia de Allan Poe, lo transido le llegó a penetrar a los 22 años al filósofo Albert Camus, quien en su condición de  emigrante, escribió “Alma transida” en  El revés y el derecho (2006), prosa intensa de su juventud, primeros escritos que interiorizaban unos diálogos consigo mismo que apuntaban penetrar el alma de los demás, afirmación no de una racionalidad helada, sino de un sentimiento de fuego ardiente de angustia y conciencia de soledad, un poco más allá de lo transido del poeta César Vallejo, el siempre Vallejo con “Transido, salomónico, Decente” (1971).

En Camus, lo transido penetra como viento helado en su novela La peste (2016), cuya narración perdura en la era del cibermundo, a pesar de que Mario Vargas Llosa, con palabras lastimeras ha llegado a decir que es una narración mediocre. En La peste, se dibuja la fragilidad humana, lo absurdo, lo inevitable de los riesgos, del no control como parte de la vida. Se narra cómo  Oran, una ciudad argelina, queda desconectada del resto del mundo, ya que es invadida por una peste de ratas que deviene en la encarnación de la destrucción y la muerte (las ratas, metáfora relativa  a los nazis cuando invadieron a Francia).  En Oran,  el hombre no cesará de enfrentar las ratas  para evitar morir, y  en ese momento de su lucha,  olvida que es un ser para la muerte, ya que su única lucha se reduce a no ser llevado por la peste; de ahí que al desaparecer la peste hay una sensación de felicidad porque se han librado de  morir por ella. Esto no deja un lado el trasfondo de lo transido que es la angustia y la sensación de vacío que brota en cualquier momento de la propia existencia, que es el ser para la muerte. En la misma  medida que vamos construyendo proyectos de  vida,  vamos dejando rastros de cómo será nuestra propia muerte.

En el contexto en que Camus escribe su obra, ya había pasado la Primera Guerra Mundial y no había terminado la segunda, ambas habían dejado millones y millones de seres humanos muertos, mutilados y traumatizados.  En la primera de esas guerras, la gripe española (1918-1920), como pandemia, se llevó como peste a más de 50 millones de personas. Es por eso, que tampoco se puede reducir esta novela de Camus, a una peste en metáfora política contra el nazismo, lo que no significa que no tenga, y quizá ese escenario principal, pero también en ese contexto entran esas dos guerras mundiales, más la peste de fiebre española y otras como la tuberculosis, que lo acompañó de por vida, ya que la llevaba en los pulmones, en cada escupitajo ensangrentado que brotaba en cualquier recinto de su soledad:

La angustia, el miedo, lo transido, lo absurdo y el riesgo, son hilos que se entrecruzan con la urdimbre narrativa de La peste:

Sin embargo, en cuatro días, la fiebre dio cuatro saltos sorprendentes: dieciséis muertos, veinticuatro, veintiocho y treinta y dos. El cuarto día se anunció la apertura del hospital auxiliar en una escuela de párvulos. Nuestros ciudadanos, que hasta entonces habían seguido encubriendo con bromas su inquietud, parecían en la calle más abatidos y más silenciosos(..). El día en que el número de muertos alcanzó otra vez a la treintena, Rieux se quedó mirando el parte oficial que el prefecto le alargaba, diciendo: "Tienen miedo." El parte contenía: "Declaren el estado de peste. Cierren la ciudad. (La peste, pp.41-42).

Es por eso, que después del hambre, el segundo gran enemigo de la humanidad han sido las enfermedades infecciosas, como bien puntualiza Harari, en su obra Homos Deus (2017, p.16):

El más famoso de estos brotes de epidémicos, la llamada Peste Negra se inició en la década de 1330 en algún lugar de Asia oriental o central, cuando la bacteria Yersenia pesti, que habitaba en las pulgas, empezó a infectar a los humanos a los que estas picaban. Desde allí, montada en un ejército de ratas y pulgas, la peste se extendió rápidamente por toda Asia, Europa y el norte de África y tardó menos de veinte años en alcanzar las costas del océano Atlántico. muriendo entre 75 millones y 200 millones de personas (…).

La pandemia del caso del coronavirus (Covid-19) que nos ha tocado vivir en esta era del cibermundo ha estado dejando secuelas de destrucción económica y de perturbaciones psicosociales, que interactúan en lo virtual y lo real. El riesgo que conlleva, está produciendo un miedo espantoso y una angustia global, ya “que no hay defensa durante el tiempo que tarda en investigarse el virus y producir vacunas adecuadas” (Castells. La pandemia del miedo, 15/02/2020).

Pues el miedo se ha apoderado de los habitantes del cibermundo, así mismo siguen incrementándose, registrándose miles de sujetos infectados y fallecidos en medio de un panorama global de incertidumbre, de recesión económica y de democracia transida.