La acción y el decir son las dos actividades humanas que pertenecen a la esfera pública y son, igualmente, las dos actividades por las que la persona se revela y se da a conocer a otros en su aparecer en el mundo, por lo tanto, se dan ambas en el “entre” de la convivencia, de lo vivido en común.

En la medida en que actúo y hablo soy agente de la acción y del decir que otros pueden captar en su sentido en vista a que toda acción y cada palabra recogen un significado que compartimos. Lo mismo desde mi condición de paciente: el actuar y el decir de otros puede ser no solo captado por mí, en su expresividad, sino también padecido por mí como objeto del actuar y el decir de otro distinto a mí. Del mismo modo que soy agente, soy igualmente paciente de la acción y del discurso de los otros.

Este carácter de reciprocidad del hacer y del decir, ser agente y paciente de estas actividades humanas, genera una serie de paradójicas consecuencias para la vida en común, la libertad de actuación y de discurso y la manera en que enfrentamos lo que nos viene al encuentro y que no ha sido deseado por nosotros. Aquí encuentro lo trágico del actuar humano, no ya en la soledad de la voluntad libre, sino en las no predecibles consecuencias de nuestro actuar y nuestro decir una vez liberados de nosotros como una obra que va al reino de las apariencias en común. Lo trágico del actuar/padecer humano es que las consecuencias de la acción libre no pueden ser predichas. El azar no es más que este abrupto intervenir en el fin de la acción; incidencia que troca el objetivo proyectado en lo adverso.

Tanto la acción como el discurso involucran y suponen la alteridad. No solo en la intencionalidad de la actuación o del decir se toma en cuenta al otro, sino también en la significación-sentido de lo hecho y lo dicho. Lo trágico es que la captación del sentido, la lectura de la acción y del discurso, puede desembocar en malas interpretaciones y generar acciones y discursos contrarios a lo perseguido como fin nuestro. Vivimos bajo la amenaza de ser mal-entendidos en nuestra intencionalidad y significación tanto del actuar como del decir, por tanto, la buena intención se convierte en maledicencia, en maldad radical a los ojos del otro. Allí es cuando no somos dueños de la actuación del otro puesto que también es una voluntad libre para actuar y para decir.

Arendt utiliza el concepto de “fragilidad de los asuntos humanos” para hablar de esta condición paradójica a toda actuación y decir en el “entre” de la esfera pública. Subrayo: lo trágico de la acción y del decir está en la no determinación de las consecuencias generadas por la acción y el discurso. Tanto la acción como el discurso son poéticas, esto es, son obras humanas que una vez realizadas se liberan de la tutela de su autor y traen consigo su propia significación a partir de la experiencia cultural, de lo en común. En tanto que poéticas ambas son trágicas en la medida en que sus consecuencias, si al menos probables, no tenemos control absoluto sobre las mismas.

Los griegos comprendieron muy temprano que la vida humana es una tragedia gobernada por el azar. Su literatura así lo muestra. Lo no deseado suele irrumpir con fuerza el curso proyectado de la acción o los efectos esperados del decir no son los anhelados. Lo planificado no ocurre tal y cual queríamos que aconteciese. Aquí está el peso de todo lo real y hacerse consciente de ello no es un amargarse la existencia, sino estar alerta para vivir de modo auténtico lo que se convierte en verdad fáctica: hay muchas maneras de que no se dé lo esperado, solo hay una manera para que se alcance el objetivo proyectado.

No veamos lo trágico como una parálisis que impide precisamente el actuar y el decir que revelan lo que soy a los ojos de los demás. Todo lo contrario, es la nota que espabila el espíritu hacia su plenitud.