Según estuve investigando, todos los movimientos de la tierra son sismos causados por la vibración o liberación de energía acumulada. Aunque se clasifican en temblores y terremotos dependiendo de la intensidad y si causan daños o no.
Los que llamamos comúnmente temblores, solo nos proporcionan miedo. Los terremotos causan enormes daños, derriban edificios, sepultan personas y causan muchas muertes.
Gracias a Dios mis experiencias con los sismos solo me han causado terror, por lo menos los que he sentido. Aunque nunca falta la pregunta telefónica de “¿Lo sentiste?”
La primera vez que sentí un temblor de tierra vivía en La Vega. Estaba en la pre-adolescencia. Una tarde de enero en 1962 estaba jugando con dos amigas, quienes vivían en la calle detrás de mi casa, la Comandante Jiménez Moya, frente a la escuela Padre Lamarche, la mía en las Señoritas Villa, ese sector era llamado “Villa Carolina”. Al lado de mi casa había un gran solar, por medio de él cruzábamos a jugar en una de nuestras casas. De un momento a otro sentimos como la verja se estremecía. Ellas salieron “juyendo” para su casa y yo para la mía. Jamás olvidaré ese momento.
Mi próxima experiencia se remonta al 1971. Estaba de maestra en el Colegio Santa Clara, eran más o menos las ocho y media de la mañana. Tenía un grupo de niños de unos siete años. Nuestra aula estaba en un segundo piso, había una escalera de acceso muy estrecha, además de oscura. Cuando sentimos el fuerte temblor todos los niños corrieron a abrazarse de mí. Yo como guía, aunque muriéndome de miedo, tuve que mantener la calma y comenzar a hablarles explicándoles qué estaba sucediendo. Cuando todo terminó y los padres comenzaron a buscar a sus hijos, al pasar revista pudimos ver las grietas que se hicieron con el mismo.
En 1998 ocurrió algo inusual y en la que se puso a prueba los conocimientos de las personas. En una madrugada los teléfonos no dejaron de sonar advirtiendo que un maremoto venía desde San Pedro de Macorís. El mío no fue la excepción. Mi mamá me llamó aterrorizada puesto que había llamado a mi hijo mayor para decirle del peligro inminente que corrían. Mi hijo que vivía con ella tras la muerte de mi padre, arropado de pies a cabeza, solo atinó a decirle “coñ… los maremotos no se predicen” y siguió durmiendo. Aunque actualmente luego de un terremoto, se emiten en las costas alerta de tsunami, pero no como ese sin ningún precedente.
Yo por mi parte procuré tranquilizar a mi mamá y le dije que si ella quería la iba a buscar. Al rato un prestigioso médico fue a buscar a su papá, vecino de mi mamá y le dijo que saliera pronto, que venía un maremoto, mi mamá le dijo que su nieto dijo que eso no se predecía, motivo por el cual el médico se enojó tanto que tardó mucho tiempo en hablarle de nuevo. Lo curioso de todo esto es que muchas personas salieron como locas para el Mirador del Sur, en ropa de dormir, mascotas y desgreñadas.
En 2004 me encontraba en París y seguí con estupor el tsunami que azotó Indonesia. Desde el hotel en que estaba alojada miraba con mucha atención por televisión el desarrollo del mismo, y aunque no tenía dominio del idioma, entendí todo para mantenerme al tanto y sufrir junto con ellos.
Otra de mis experiencias me remontan a Chile. Abril de 2007, epicentro Puerto Aysén, al sur. Nunca había tenido una experiencia tan terrorífica. En Santiago se estremeció todo. Yo como buena dominicana me puse a invocar a todos los santos que había escuchado habían subido al cielo. Repetí cuantas oraciones se me ocurrieran, desde las que aprendí de pequeña hasta las escuchadas por mi abuela, tías y allegados que gozaban de sus creencias. Este terremoto vino acompañado de un tsunami. Parece que los chilenos están tan acostumbrados que no les hacen ni mella, se quedaron tan tranquilos observando mi miedo y tratando de calmarme. A partir de ahí nunca pude disfrutar de sus playas pues tenía miedo que ocurriera un tsunami.
La experiencia más cercana que he tenido ha sido en el 2010 cuando el terremoto de Haití. Yo estaba doblando ropa que había sacado de la secadora. Mi mamá viendo televisión en su cuarto. De pronto comenzaron a sonar los sonajeros que tenía enganchados en mis lámparas. Pensé estaban siendo movidos por la brisa. Las lámparas se balanceaban de aquí para allá. Le pregunté a mi mamá si ella las había topado. Solo me dijo que no se había movido de su mecedora, pero que se sentía mareada. Esa fue una de las características de ese temblor. Mi hijo estaba en el ensayo de la Sinfónica y casi todos sintieron un pequeño mareo, según me contó.
Con la ocurrencia de ese horrible terremoto, el destacado compositor haitiano Jean Jean-Pierre escribió una oda que he considerado la obra más hermosa jamás escuchada. Se trata de “Haití Levántate”, que fue interpretada y grabada por nuestra Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Nacional, con la cual realizó un hermoso documental. Todavía al día de hoy cuando lo veo me emociono y lloro.
Al cumplirse siete años en el 2017 de esa tragedia que conmovió al mundo, en este mismo medio escribí un artículo titulado “Levántate Haití”
En días recientes nuestro hermano país ha sufrido nuevamente un devastador terremoto, pero creo que al igual que en el 2010 podrán escuchar y saber de su fortaleza cuando interprete la orquesta nuevamente, “Haití Levántate”.
Dejo aquí el enlace para que disfruten el hermoso documental y la hermosa música del maestro Jean Jean-Pierre.