Durante un largo tiempo, las artes visuales han encontrado en la bienal un camino brumoso, que tiene a la demora como talón para su crecimiento.
El nuevo ministro hereda este evento con tres postergaciones, y a pesar de que cada edición recrea su propio afán, en esta ocasión ha incidido hasta el propio presidente, quien el año pasado realizó una de sus sorpresivas visitas a la plaza de la cultura, y ordenó su inmediato remozamiento, lo cual beneficiaría directamente al Museo de Arte Moderno “soporte” físico-estructural de la bienal. Práctica que no hemos superado, por esta concepción personalista para resolver los asuntos importantes nacionales.
A pesar de que se establecieron los puntos neurálgicos que inciden en cada certamen, igualmente con dilatación absoluta; se entendía que los avances en la organización podían transcurrir con buen ritmo. Hoy, a tres años de no ejecutarse, solo se siguen obteniendo aplazamientos, que han generado mayor incertidumbre en los participantes que ya han depositado sus obras sin un protocolo, ni fechas definitivas, pero sobre todo, sin conocer los esfuerzos que ejecutará el museo para la preservación de sus trabajos cuando esté en proceso de reparación.
Por tradición, la Bienal Nacional de Artes Visuales, será siempre una herramienta de estímulo y proyección para todos los creadores dominicanos, además de elevar la dignidad artística colectiva. Al margen de que esta tenga sus fundamentos legales, la deuda del estado con el sector artístico visual va en aumento, y le toca al actual incumbente ir asumiendo su rol como presidente del comité y su costo.