La lógica corporativa que genera crisis financiera, donde la ganancia de ejecutivos de grandes compañías es el común denominador, contamina la economía de la cadena de productores televisivos. Esa realidad es un decreto de muerte para el medio que más dinero genera dentro de las industrias creativas, alrededor de las dos terceras partes, unos ocho mil millones de pesos al año. Este es el pico que abre la fosa para la televisión como la vemos hoy.
Los nuevos paradigmas de la producción cultural emergente cimentados en la convergencia de medios están sepultando los vicios de producción basados en patrones culturales anteriores a la implantación de la convergencia digital. Esta es la pala que sepulta todo lo que se resiste a las transformaciones culturales.
La existencia de las redes sociales posibilita y amplifica la creatividad, si partimos del hecho de que la creatividad solo se da con la interactividad entre pares. Alguien busca una solución creativa y alguien más modifica o incorpora nuevos elementos creativos, así es como se desarrolla la cultura.
El mercado mundial del audiovisual está calculado en US$450 billones, donde la participación dominicana representa menos de 150 millones de dólares. Está claro que ante la falta de regulación que permita la producción de contenidos la tv nacional es víctima en el sentido de que grandes emisoras otrora importantes, hoy están fuera de la mayoría de sistemas de cable que solo lo ocupan canales foráneos, por tanto se achica paulatinamente la fuente de trabajo en el sector. Otro elemento importante es que los canales foráneos pasan publicidad pirata, es decir una publicidad no cobrada por la DGII. Asimismo, asistimos al bizarro hecho de que muchas producciones foráneas son usadas por publicidad principalmente de entidades del gobierno como es el Ministerio de Turismo, que por cierto es como si usted alimentara a quien ya está lleno mientras otros sectores mueren de hambre.
Pero el problema es mucho más grave. El país no cuenta con mecanismos de fomento que coadyuven a la calidad y contenido nacional; y en este sentido, el atraso dominicano es evidente cuando constatamos los grandes negocios de empresas transnacionales que usan productores de los países donde penetran.
Impávidos vemos que mientras las industrias culturales de otros países son protegidas hasta que pueden caminar solas, aquí no disponemos de ambientes jurídicos que establezcan reglas para los medios electrónicos y que fiscalicen o restrinjan la formación de conglomerados de medios que tienden a crear propiedades cruzadas que impiden el pluralismo y la libre expresión.