San Zenón no solo dejó enormes pérdidas materiales y humanas sino que sirvió de plataforma para propagar un discurso de modernidad que la sociedad dominicana manifestaba desde finales del siglo XIX. Existía la necesidad de establecer las bases para un desarrollo postergado por la inestabilidad política y la falta de orden.
Los cambios promovidos por la Intervención norteamericana (1916-1924) no se habían continuado con la fuerza que los dominicanos esperaban durante el gobierno de Horacio Vásquez (1924-1930), caracterizado por la apertura política, la corrupción descontrolada y el desorden. No fueron suficientes el fomento a la agricultura, el crecimiento de las exportaciones, la inversión extranjera ni las construcciones públicas que fueron exaltadas en la Exposición Nacional de 1927, en Santiago.
Fue en ese Gobierno, precisamente, que se construyeron los primeros proyectos gubernamentales de viviendas para familias pobres, acompañado de programas de ampliación de carreteras, caminos vecinales, acueductos, aeródromos, alumbrado público y ornamento municipal. En la década de 1920 se aceleró la expansión de Santo Domingo con nuevos sectores para la burguesía local al oeste y para la clase trabajadora al norte. Todavía no se había concentrado el poder en la Capital y existía una descentralización importante que mantuvo el territorio con cierto nivel de equilibrio en sus condiciones económicas y sociales. Solo debemos recordar, por ejemplo, el San Pedro de Macorís que ahora solo queda apegado a los edificios que testimonian una época de furor irrepetible.
1930 fue un año de ruptura. La Revolución del 23 de febrero, organizada por el llamado Movimiento Cívico, fue el “primer huracán” de ese año. Arrasó con el primer gobierno democrático posintervención con un discurso de cambio, orden y progreso que aspiraba la sociedad ilustrada del momento. El “segundo”, el 16 de agosto, anunció una raya en la historia dominicana con el establecimiento del régimen dictatorial de treinta y un años: “Quiero llevar hasta el corazón del pueblo mis pensamientos, hijos del más profundo convencimiento y animados de la más clara sinceridad. No hay peligro en seguirme…”. (1) Unos pensamientos decididos a “modelar a golpe de resolución y de energía” (2) las transformaciones esperadas por el pueblo, “como ha de realizarse la ingente obra de reconstrucción nacional”. (3)
Es evidente que la necesidad de establecer un nuevo orden estuvo integrado a las aspiraciones nacionales del momento. Cuando llegó el “tercer huracán", el del 3 de septiembre o San Zenón, el escenario se convirtió en la oportunidad esperada para la justificación de acciones importantes en el territorio. El espíritu de modernización se fomentó desde el poder y la sociedad apostó por códigos relacionados con las vanguardias estéticas que dominaban el escenario internacional.
La ciudad de Santo Domingo pasó a ser la prioridad del nuevo régimen. En un mensaje a las Cámaras a fines de 1930, el nuevo gobernante dejó bien clara su decisión: “Para mitigar los efectos negativos de tales supresiones y aprovechando la provisión constitucional que consagra el embellecimiento de la ciudad de Santo Domingo como obra de alto interés nacional, ha sido resuelto que en los primeros días del año 1931 sean emprendidos los trabajos de pavimentación de las calles de la ciudad capital”. (4) Esto era una clara determinación de convertir a Santo Domingo en el centro de las inversiones urbanas en el país para garantizar el establecimiento de industrias, firmas comerciales y conexiones internacionales en su territorio.
Ya el sector comercial capitaleño había dado muestras de empuje propio con la construcción de importantes edificios diseminados en el centro histórico durante los años veinte. Los edificios Balbino Fernández (Emiliano Tejera esquina Arz. Meriño), Casa Velázquez (Luperón esquina Arz. Meriño), La Ópera (Duarte esquina El Conde), Cerame (19 de Marzo esquina El Conde), Baquero (Hostos esquina El Conde), Díez (El Conde), el hotel Presidente (30 de Marzo esquina Las Mercedes) y el Gómez (Juan Isidro Pérez esquina Palo Hincado), son algunas de las piezas emblemáticas que la arquitectura dominicana desarrolló entre 1919 y 1929.
Un ambiente de progreso acaparaba la atención de los habitantes de Santo Domingo y el paso del huracán disminuyó la confianza en un futuro marcado por la crisis económica mundial (Crack del 29), la caída de las exportaciones, la volatilidad política y la disminución del capital disponible para el consumo. San Zenón desmoralizó a los grupos económicos y el dictador aprovechó la tragedia para afianzar su popularidad y poder a pocos días de iniciarse su gobierno. La construcción fue impulsada desde el Estado apoyada en la organización de las finanzas públicas que generó recursos para reconstruir una ciudad que había perdido con el ciclón toda su arquitectura popular de madera y los techos de cinc o tejas que predominaban tanto en los inmuebles coloniales como en las nuevas residencias de la periferia urbana.
El huracán fue una escuela para todos: la tapia fue relegada por los bloques de hormigón; se confió en el concreto armado para edificios importantes y para las cubiertas; los materiales industrializados dominaron frente a los artesanales y el sistema de pórticos comenzó su auge para la distribución espacial de los inmuebles contemporáneos. Aunque los esquemas de la arquitectura doméstica seguían amarrados a la tradición, la mentalidad de los dominicanos estaba preparada para los cambios que sucederían en los años sucesivos. La complejidad de los diseños ya superaban la capacidad de los maestros constructores que habían dominado el oficio y exigían la participación de arquitectos e ingenieros con formación para lograr la aprobación técnica de sus proyectos, al menos para inversiones de importancia.
Antes de San Zenón, la presencia de profesionales en proyectos de cierta envergadura en Santo Domingo se hizo rutinaria, con figuras como Benigno de Trueba, Juan Bautista del Toro Andújar, Fidel Sevillano, Osvaldo Báez, Alfredo Scaroina, Andrés Gómez Pintado, Antonin Nechodoma, W. E. Brown, J. B. Mayers, J. M. Adams, M. A. Diprés, Nicolás Cortina, Chas W. Miller, Mario Lluberes, Alexis Licairac, Juan de la Cruz Alfonseca, Zoilo Hermógenes García, Ernesto Paradas y Pedro Adolfo De Castro, entre otros. Se daba mucha importancia al “diplomado” del profesional que acompañaba la firma -muchos de ellos en el extranjero- con lo cual quería marcarse la diferencia frente a los constructores prácticos como los muy célebres maestros Jaime Malla, José Turull, José Domenech, Juan Theys, Eduardo Soler, César Sardiñas, Andrés Ortega, Víctor Castro, entre otros. De todos ellos, el ingeniero Báez dominó las primeras décadas del siglo, seguido de Mayers, el más activo durante el período norteamericano. Y en la década del 1920 no queda duda que la figura cimera en la capital fue el arquitecto Benigno de Trueba, con obras tan imprescindibles como el Cerame, el Hernández, el Baquero y el Díez.
Es interesante reconocer que fueron ellos quienes comenzaron a usar aleatoriamente el título de ingeniero arquitecto como una forma de expresar sus conocimientos “científicos” para la proyección de un proyecto. De ahí ha quedado en el imaginario popular que a todos los arquitectos le llaman ingenieros en la República Dominicana, fenómeno extraño en toda la región.
Lo interesante sería indagar en el imaginario de los arquitectos del momento: ¿que buscaban? ¿cuáles eran sus aspiraciones estéticas? ¿hacia dónde se dirigían sus objetivos como diseñadores? ¿cuáles eras sus referentes y quiénes eran los líderes en las variaciones estilísticas? ¿identificaron los planteamientos del movimiento moderno y las últimas publicaciones teóricas de la arquitectura? ¿estaban familiarizados con los movimientos vanguardistas de su tiempo como la Exposición de las artes decorativas e industriales modernas, de 1925, en París; o con las novedades introducidas por la Bauhaus o con los manifiestos de la Arquitectura Moderna de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM)? ¿cuáles eran sus ideales para transformar la arquitectura dominicana y cuáles eran sus fuentes conceptuales? ¿existió algún manifiesto local de apoyo a los criterios fundamentales de la nueva arquitectura? ¿quién o quiénes marcaron el paso? ¿influyó el ciclón de San Zenón en su manera de concebir la arquitectura dominicana?
Aun faltaban unos años para el establecimiento de la primera escuela de arquitectura en el país y la llegada de los nuevos arquitectos formados en el extranjero que girarían la historia de la arquitectura dominicana, precisamente, a partir de los años treinta. ¿Tradición o vanguardia, clasicismo o modernidad, academicismo o re-interpretaciones, localismo o universalidad, la historia o el porvenir, preservar o sustituir? Desde el poder absoluto de la dictadura muchas de estas respuestas quedarían establecidas como comentaremos en las siguientes entregas.
Notas:
- Trujillo Molina, R. L. (1930). Manifiesto al pueblo dominicano el 24 de abril de 1930. Recopilado en La nueva patria dominicana, Santo Domingo, 1944, p.2
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Idem, p. 3
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Trujillo Molina, R. L. (1930). En el palacio el Senado. Idem, p.10
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Trujillo Molina, R. L. (1930). Mensaje a las Cámaras. Discurso recopilado en La nueva patria dominicana, Santo Domingo, 1944, p. 29-30.