Los vientos del ciclón del 3 de septiembre de 1930, llamado San Zenón, no solo derrumbaron una alto porcentaje de edificios de la ciudad de Santo Domingo -la mayoría en madera- sino que debilitaron las tendencias clásicas que la arquitectura dominicana manifestaba desde finales del siglo XIX. La influencia de los modelos neoclásicos, en particular los desarrollados en Francia, marcó la arquitectura de las principales ciudades de la República para una sociedad que aún buscaba sus fundamentos identitarios en Europa. Varios arquitectos y maestros constructores dominaban el código clasicista y diseminaron obras que hoy podemos agrupar en lo que llamamos el período premoderno de la arquitectura local.

Edificio Baquero, de 1927, diseño de Benigno de Trueba, símbolo del auge comercial en el centro histórico de Santo Domingo. Su estilo ecléctico es un reflejo de los gustos decorativistas del momento.

En 1930 los edificios de Santo Domingo mostraban parte de la bonanza de una economía apoyada en la industria azucarera que dinamizó un sector comercial cuya imagen se reforzaba a través de la construcción de sus oficinas y fábricas. Ya en el período de la Intervención norteamericana de 1916-1924 se había establecido la Dirección General de Obras Públicas a través de la cual se organizó el sistema de tramitación de planos y el otorgamiento de los permisos de construcción bajo el rigor de los códigos norteamericanos para la madera y hormigón armado. De allí surgieron los primeros arquitectos prácticos con licencia para ejercer el diseño y la construcción que, junto a los diplomados en academias europeas o norteamericanas, diseminaron aquella arquitectura que evocamos y desaparece ahora a pasos agigantados.

Al inicio de la década de 1930 Santo Domingo había duplicado su población en treinta años, en un territorio abierto hacia el norte y el oeste, lo cual evidenció el auge económico y proceso de centralización en la capital de la producción económica y comercial que permanece en nuestro modelo de desarrollo. El centro histórico agrupaba la mayor densidad constructiva; nuevos edificios se erigieron uno tras otros y se perdió poco a poco el gusto por la arquitectura doméstica tradicional para decantarse por las propuestas de modernidad que daban la vuelta al mundo. Una carrera de novedades se aceleró en los treinta.

Fachada de la antigua residencia de Jesús Ma. Troncoso Sánchez, de 1933, diseño de Mario Lluberes, característico del estilo neohispánico muy popular en residencias fuera del centro histórico. Imagen del libro Arquitectura Dominicana 1906-1950, de Enrique Penson.

Como toda etapa de transición el cambio fue sutil. Ya en 1929 habían aparecido algunos edificios de clara tendencia modernista, aún apegados a detalles y elementos clásicos, pero más cerca de los nuevos patrones estéticos que la modernidad anunciaba. La treintena de arquitectos que dominaban el escenario local en ese momento se movían entre la tradición y el modernismo. Prevalecían los esquemas ornamentados apoyados en criterios académicos de centralidad, orden y conocimiento del catálogo clásico. En edificios públicos y privados el neoclásico imperaba, con los arcos de medio punto, las columnas clásicas de capiteles ornamentales y rejas de profusa elaboración; en los inmuebles domésticos, en particular los ubicados en los nuevos sectores suburbanos en expansión que surgieron en los alrededores de la Av. Independencia y la Av. Bolívar, el esquema predominante era el neohispánico, con sus volúmenes blancos, techos de tejas rojas a varias aguas y presencia de arcos, que las revistas norteamericanas contribuyeron a poner de moda en todo el Caribe hispanoparlante.

Fachada de la estación de combustibles de J. R. Sanz, de 1933, diseño de Casimiro Gómez. Situada en la esquina de la Av. 30 de Marzo con Av. Mella. Imagen del libro Arquitectura Dominicana 1906-1950, de Enrique Penson.

Ya en 1932 aparecen las primeras piezas desprovistas de patrones clásicos que siguieron la ruta del art déco, el estilo que estaba en pleno apogeo en Miami y en las grandes Antillas. Hubo nombres como Juan Bautista del Toro Andújar, Humberto Ruiz Castillo, Romualdo García Vera, Alexis Licarirac, Casimiro Gómez, R. A. Molineaux y el propio Mario Lluberes que incursionaron en el nuevo lenguaje arquitectónico de líneas rectas, con marcas de relieve en las superficies, figuras decorativas geométricas y juego de proporciones diferentes, que abrió las puertas a una etapa de transformación de la arquitectura dominicana entre 1932 y 1939. Quizás la mejor pieza dentro del estilo art déco fue el edificio de Fermín Fernández de la Torre, conocido como Plavime en la calle El Conde, que el duo de José Antonio Caro Álvarez y Leo Pou Ricart desarrollaron con verdadera maestría en 1936.

Fachada de la sede de la empresa Santo Domingo Motors, de 1933, diseño de Casimiro Gómez. Ubicada en la Av. 30 de Marzo. Imagen del libro Arquitectura Dominicana 1906-1950, de Enrique Penson.

Casi todos los arquitectos de la época eran “infieles” a un lenguaje particular. Mario Lluberes, por ejemplo, fue uno de los mayores propulsores del neohispánico en Santo Domingo y en paralelo desarrolló obras art déco y modernas. Incluso, los hermanos González (Alfredo y Guillermo), los hermanos Pou Ricart (Leo y Marcial), Caro Álvarez, entre otros, desarrollaron un catálogo de distintos estilos adaptado a los requerimientos de sus clientes de turno. El más apegado al art déco fue, quizás, Juan Bautista del Toro Andújar, cuyas obras se destacan en el centro histórico de Santo Domingo a través de una obra limpia dentro de ese lenguaje de avanzada. Le seguiría Ruiz Castillo, quien había definido su preferencia por ese estilo con obras tan tempranas como la residencia de Miguel Ángel Recio, de 1932, construida en la Dr. Delgado frente al Palacio Nacional. De su autoría se destaca el edificio De Mondesert, de 1933, situado en la calle José Reyes del centro histórico.

1933 fue un año muy profuso de arquitectura art déco en Santo Domingo. Casimiro Gómez, por ejemplo, proyectó al menos dos obras en la hoy avenida 30 de Marzo que reflejan ya el vigor de una arquitectura novedosa para una ciudad reconstruida. Una de ellas fue la estación de servicios de combustibles de José R. Sanz, ubicada en la esquina Av. Mella con su fachada art déco que anunciaba la salida de las bombas del centro histórico colocadas en antiguas casonas de Santa Bárbara. La otra obra fue la sede para la empresa Santo Domingo Motors, de Amadeo Barletta, modelo fundacional para nuevos comercios de vinculación internacional. Ambas obras relacionaron el espíritu de la modernidad que representaba el vehículo de motor con esa arquitectura geométrica propia de los estándares en boga promovidos por el cine norteamericano.

El auge del art déco se mantendría hasta la década siguiente. Sirvió de base para el rompimiento entre lo tradicional y la nueva arquitectura moderna que llegaría a Santo Domingo bien temprano en los treinta y que nos legó obras de una solidez estética insuperable con modelos adaptados al ambiente caribeño por profesionales que hoy forman parte del patrimonio arquitectónico dominicano.

El edificio de Fermín Fernández, conocido como Plavime, en la calle El Conde. Diseño de Leo Pou Ricart y José Antonio Caro Álvarez. Imagen de la Guía de Arquitectura de Santo Domingo.